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Era un agravio personal

Superiberia

“Quiero un regalo caro para dama”. Así le dijo aquel hombre a la empleada en la tienda de departamentos. Preguntó ella: “¿Tiene algo en mente, caballero?”. “Claro que tengo algo en mente -respondió el tipo-. Por eso necesito el regalo caro”… El turista quiso hacer un retiro de mil dólares en un cajero automático en Las Vegas. Le salió un papelito que decía: “¿Doble o nada?”… Comentaba Capronio, sujeto incivil y majadero: “Cuando me casé quería poner a mi mujer sobre un pedestal. Ahora me gustaría ponerla bajo el pedestal”… Preguntaba, confusa, una muchacha: “¿Por qué si el sexo es algo tan natural hay tantos libros que dicen cómo hacerlo bien?”… De cada 10 personas 12 tienen problemas con el manejo de los números. Eso se debe a deficiencias en la enseñanza de las matemáticas, desde la escuela primaria hasta la preparatoria y aun en la universidad.

Hermosa ciencia es ésa, y necesaria, pero muchos malos matemáticos se han encargado de hacerla odiosa y temible para los educandos. En mis pesadillas se me aparece todavía un profesor que tuve, de aritmética. Por sistema nos reprobaba a todos. Alumnos estudiosos que en las demás materias obtenían calificaciones de excelencia se estrellaban contra ese monolito de soberbia que oficiaba como sumo sacerdote de un esotérico saber que nadie más podía alcanzar. Ninguno de los que tuvimos la desgracia de caer bajo su férula escogió una carrera relacionada con las matemáticas. Quienes sentían afición por el bello orden de los números ahí mismo la perdieron. Cosa igual, o parecida, sucedía en mi tiempo con muchos pésimos enseñantes de asignaturas tales como la física y la química.

También para ellos era un agravio personal que un estudiante les aprobara el curso. No se daban cuenta esos mentecatos de que al reprobar en masa a sus alumnos se estaban reprobando ellos mismos como maestros. Tenían la obtusa soberbia del que no sabe mucho. Ahora bien: ¿Por qué digo todo esto? Para tratar de explicarme la razón por la cual los mexicanos en general no somos buenos para el estudio de las ciencias y la técnica, ni destacamos en su práctica, y tiramos más bien a las cosas del arte y las humanidades. Desde pequeños somos víctimas de esos malos docentes que no saben inspirar amores ni entusiasmos, sino antes bien infunden miedos y odios. Así se pierden conocimientos sin los cuales no está completa la cultura de una persona. Si a eso agregamos que cuando somos niños nuestras mamás nos dicen siempre: “No inventes; no inventes”, ya se entenderá por qué hay tan pocas patentes mexicanas. Yo siento en mí, y deploro, la falta de una buena formación en el campo de las matemáticas, y de la ciencia en general.

Si tuviera esos saberes quizá razonaría mis artículos, cosa que nunca hago, y en mis escritos habría orden y armonía, virtudes pitagóricas que no poseo. A más de eso sabría por qué si multiplicas 13 por 13, y sumas los dígitos resultantes, eso da como resultado 16, mientras que si multiplicas 16 por 16, y luego sumas los dígitos que resultan de tal multiplicación, eso da como resultado 13. Averígüelo Pascal, que fue a la vez humanista y matemático… El jefe de personal le preguntó al hombre que pedía empleo: “¿Qué otras habilidades tiene usted, a más de las de computación?”. Respondió el individuo con orgullo: “Modestia aparte, soy un eminente follador. En cierta ocasión le hice cinco veces seguidas el amor a una mujer”. Entra un saltillense en la columna y le pregunta: “¿Por qué tan pocas veces, primo? ¿Andabas desganado?”). El jefe tosió, desconcertado. Le aclaró al tipo: “Me refiero a habilidades en el trabajo”. “Precisamente –replicó el otro-. Eso lo hice en horas de trabajo”… FIN.

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