Por: Catón / columnista
El género epigramático
Don Mercuriano, viajante de comercio, llegó a su casa el sábado en la noche después de una ausencia que duró un mes. Ardía en ganas de estar en la intimidad con su señora, pero su pequeño hijo no quería irse a dormir. “Ya duérmete, Curito –lo amonestó el viajero-. No tarda en llegar Juan Pestañas”. “¡Éjele! –se burló el chiquillo-. No se llama Juan Pestañas. Se llama Afrodisio Pitongo, y vive en el 14”… Ya conocemos a Capronio. Es un sujeto ruin y desconsiderado. En cierta ocasión su suegra le contó muy afligida: “Me hice de palabras con una mujer, y me llamó ‘vieja bruja’”. “No le haga caso, suegrita –la consoló Capronio-. No es usted vieja”… Dulciflor, muchacha ingenua, le dijo a su amiga Rosilí: “Anoche mi novio me puso una mano en la cintura”. Declaró Rosilí: “El mío busca siempre horizontes más amplios”… A veces se me olvida que el epigrama está olvidado. Grandes cultivadores ha tenido en México esa breve composición poética -de cuatro versos casi siempre- en la cual se comenta algún asunto en forma irónica o satírica.
Desde el Negrito Poeta de tiempos coloniales –José Vasconcelos se llamó, igual que el gran maestro- hasta don Celedonio Junco de la Vega, Luis Calderón Vega, Francisco Liguori, José F. Elizondo, Salvador Novo y Luis Vega y Monroy, el género epigramático ha sido expresión cabal del ingenio mexicano. Un buen epigrama debe ser incisivo y canino al mismo tiempo. Incisivo por lo punzante; canino porque ha de ser mordiente. Digo todo esto porque a la prima Celia Rima, versificadora de ocasión, se le ocurrió un picoso epigrama a propósito de la visita que hizo López Obrador a un negocio de semillas propiedad de Alfonso Romo, empresario tan cercano a AMLO, y tan empoderado, que algunos le dan ya el título de Vicepresidente. He aquí los traviesos versos urdidos por la prima Celia: “No va a faltar algún socio / que diga, entre otras hablillas, / que el negocio de semillas / es semilla de un negocio”. Desde luego el próspero inversionista se apresuró a manifestar que no buscará ningún contrato con el Gobierno. Y ciertamente no necesita hacerlo: sus exitosas empresas tienen rango internacional y no requieren de apoyos oficiales. En esta ocasión, sin embargo, tanto Romo como López Obrador parecieron olvidar aquella enseñanza de nuestros mayores según la cual no debemos hacer cosas buenas que parezcan malas.
Yo digo que las cosas buenas hay que hacerlas, aunque parezcan malas. También he de confesar que en la época de mi primera juventud me preocupaba que las cosas malas que hacía fueran a parecer buenas, pues eso me habría desacreditado ante algunas de mis sospechosas amistades. Sin embargo los personajes públicos deben actuar en tal manera que su conducta no dé pábulo a especulaciones. Recuerden aquello de “la esposa del César”, etcétera, sentencia que según historiadores serios la esposa del César era la primera en contrariar… Estamos en el Ritzy, elegante restorán de moda. Asidua comensal del establecimiento era doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad. Cierta noche llevaba un vestido de escote tan bajo que al hacer un movimiento brusco se le salió una bubi, que quedó expuesta a la vista de la concurrencia. Un mesero, nuevo en el restorán, fue apresuradamente hacia doña Panoplia y con un diestro movimiento de la mano diestra le volvió a su lugar la descubierta parte. El maitre, espantado, lo llamó y le dijo: “¿Qué has hecho, insensato?”. Respondió el camarero: “Lo que pensé que se debía hacer. La señora estaba en un apuro, y le puse la bubi en su sitio”. “¡Desdichado! –clamó el maitre-. ¡En el Ritzy eso lo hacemos con dos cucharas tibias!”… FIN.