Historias que cuando se leen en la ficción, resultan apasionantes cuando se leen en los planos (o en los “muros”) de la realidad son estremecedoras. Las historias de desamor siempre conectan con quien las lee porque nadie —en todo el mundo— se ha librado de alguna. Todos nos enamoramos y, a veces, somos correspondidos. Pero también, nos enamoramos y “nos rompen” el corazón.
Aquellas historias, las que nadie quisiera leer, las que no se tendrían por qué narrar —en el sentido de ocurrir—, son justamente las que rebasan la ficción. Historias trágicas, como esas sobre el bullying de las que escribimos hace un par de días. O éstas donde es un (mal) amor el que las cuenta.
Es la historia de Gabriela, la joven veracruzana que se suicidó después de terminar una relación virtual. Después de una profunda depresión, que expresó en sus redes sociales, donde también se despidió en una suerte de aviso en el que debió entenderse lo que tenía planeado hacer. Aunque más allá de lo escrito, queda la fotografía de la joven, con una sábana al cuello y su rostro lleno de lágrimas.
Nadie debería morir por amor, nadie debería de entregar su vida a la desesperanza de un amor en particular. Ningún amor lo vale, ningún amor puede ni debe ser más profundo que el amor que debemos tenerle a la vida, a nuestra vida. La historia de Gabriela nos confirma lo que la ciencia ya ha demostrado en las últimas décadas: la experiencia amorosa es (como las emociones todas) un proceso mental; aunque la figura del corazón nos guste, no es el órgano encargado de eso que llamamos “amor”. Gabriela se enamoró de alguien que jamás vio en persona, pero es un detalle del que se ocupan las neurociencias. La experiencia del amor es una experiencia de sustancias químicas determinadas que se generan en el cerebro de las personas. De la dopamina del enamoramiento a la oxitocina del amor de largo plazo. En todo caso, las neurociencias no han terminado de resolver por qué unas personas sí logran ocupar a ese grado nuestra mente y otras no (y en ese vacío explicativo es donde el misterio del romanticismo no ha perdido ni un gramo de su poesía y misticismo).
Y por ello, lo que historias como ésta nos despiertan, son las reacciones propias de la empatía por entender a la perfección de lo que hablan. Conmueve, porque todos sabemos del agujero en el pecho que queda cuando un amor se va. Tristeza, porque una joven trucó su vida por un amor que aunque al momento se entiende como el único, el tiempo se encarga de mostrarnos coincidencias con alguien más. Así es siempre.
Pero también, la historia de Gabriela nos obliga a hacernos muchas preguntas nuevas derivadas de un nuevo desconcierto: ¿qué hay detrás de este tipo de eventos antes desconocidos y derivados de la existencia de un inédito espacio para el enamoramiento meramente “virtual”? ¿Qué hay debajo de las reacciones que provoca? Ayer, en Twitter se usaba el hashtag #MematocomoGabriela, como una evidente falta de sensibilidad de quienes usaron este hecho como blanco de lo que consideraron risible. ¿Debió parecerles tan ajeno? ¿O las redes sociales se han convertido en un extraño cuarto en el que nuestra humanidad se distorsiona por completo —¿alguien que se enamora de una persona que podría ser una mera ficción, y otros “alguienes” que pierden todo sentido de empatía y de respeto ante un episodio tan trágico como el dolor y la muerte?—.
Vaya facilidad de las redes sociales para dar pie a este tipo de relaciones. Se darán, tal vez, también por la conjunción de más factores, como la soledad. Lo triste es que sepamos de casos como el de Gabriela. Porque conmueve, porque no concebimos lo que debe pasar por la cabeza de alguien que decide morir, no sólo por amor, sino por cualquier motivo. Hay un aproximado de tres mil intentos diarios de suicidio en el mundo, según la OMS. Optar por la muerte es un sinsentido biológico. Optar por la muerte anunciada en Facebook, ignorada en Facebook, expuesta en Facebook, mancillada en Facebook y humillada en Faebook es no un sinsentido, es una atrocidad humana.
Addendum. El Senado de Estados Unidos aprobó ayer una ley para evitar la discriminación laboral de homosexuales, bisexuales y transexuales, la primera de este tipo en tres años. Un paso más a favor de la comunidad LGBT en EU, donde también están a punto de elevar a 15 el número de estados donde sean legales los matrimonios entre personas del mismo sexo, pues en Illinois se discute la posibilidad en los próximos días.