Por: Catón / columnista
Don Chinguetas salió de la casa para ir a su oficina, pero al ir en el automóvil se percató de que había olvidado su portafolio. Regresó y subió a la recámara por él. Al pasar frente al baño vio a su mujer sin ropa pesándose en la báscula. “¿Cuánto hoy, nena?” -le preguntó al tiempo que le daba una palmadita en el trasero. “Lo de siempre -respondió ella sin volver la vista-. Un botellón de diez litros y 12 botellines de uno”… Alguien le preguntó a Usurino Matatías, el avaro mayor de la comarca: “¿Dónde pasarán tu esposa y tú las vacaciones?”. Respondió el cicatero: “En el Pacífico”. Se admiró el otro: “¿En una playa del Pacífico?”. “No -precisó Matatías-. En el pacífico refugio de nuestro hogar”… Astatrasio Garrajarra, ebrio con su itinerario, fue a una fiesta e invitó a bailar a una señora. Ella vaciló. Le dijo: “Se ve usted bien borracho”. Replicó Garrajara haciendo una graciosa reverencia: “Es usted muy amable, hermosa dama. Y sobrio me veo mucho mejor”… Babalucas terminó la carrera de enfermero, y como parte de su examen final debió ayudar al cirujano del hospital en una operación.
Ya en la quirófano le pidió el facultativo: “Bisturí”. “Bisturí” -repitió Babalucas poniéndoselo en la mano con movimiento firme. “Pinzas hemostáticas” -demandó el cirujano. “Pinzas hemostáticas” -se las entregó Babalucas. “Aguja y catgut” -solicitó el que operaba. “Aguja y catgut” –le puso Babalucas en la mano. “Gasas” -dijo el médico. Y Babalucas respondió: “De nada”… Una profesora norteamericana hacía un recorrido por el campo de México. Cierto día, acompañada por un joven ranchero, descansaba a la orilla de un arroyuelo cuando una culebra pasó por donde estaba sentada la mujer. Ella se asustó tanto que cayó hacia atrás y dejó al descubierto todo lo que una dama no debe descubrir a la mirada de un extraño.
Pasado el susto la maestra se levantó apresuradamente y le dijo al campesino, por disimular: “¿Vio usted mis reflejos, Eglogio?”. “Sí los vi, señora” -respondió el campesino todavía con los ojos muy abiertos”. Por la noche, ya en el rancho, Eglogio les dijo a sus amigos: “¡Haiga cosas! ¡Las gabachas les llaman ‘reflejos’ a las nachas!”…. Una encuestadora le preguntó a Afrodisio:” ¿Qué prefieren los hombres en las mujeres: muslos gruesos o muslos delgados?”. Respondió el salaz sujeto: “No sé los demás, señorita. Yo prefiero lo intermedio”… Pepito era muy malhablado. No podía decir una frase sin meter en ella un sapo, una culebra, un ajo o una cebolla; algún vocablo terminado en -ejo, -ido, -ada u -ón. Cierto día su mamá, para quitarle esa costumbre, lo amenazó: “Si vuelvo a oírte decir una sola palabra mala más, te sacaré de la casa”. No había pasado ni un minuto cuando Pepito soltó otra de sus pestes. La mamá lo tomó de la mano, lo llevó a la calle y le cerró la puerta. Pasó media hora, y la señora se preocupó. ¿Y si Pepito se había ido? Fue, abrió la puerta y lo vio ahí. Le dijo con severidad: “Espero que te haya aprovechado la lección. ¿Verdad que es feo que te saquen de tu casa por decir maldiciones?”. “Sí, -reconoció Pepito-. ¿Me quedé hecho un pentonto pensando a dónde chingaos me iba a ir”… El ministro de Hacienda le informó al Presidente: “La crisis económica se está poniendo cada vez más dura, Su Excelencia. Supimos de varias mujeres que hace un año decidieron dedicarse a la prostitución, y es fecha que todavía son señoritas”… El galán llevó a su novia al solitario y romántico paraje llamado El Ensalivadero. Ahí le dijo que en el asiento trasero del coche estarían más cómodos. Después de media hora ambos salieron del vehículo para volver al asiento de adelante. El novio advirtió entonces que el automóvil mostraba dos picos en el techo. Dijo la muchacha: “Es que no me diste tiempo de quitarme los zapatos de tacón”… FIN.