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KAT BROWN: MALABARES POLÍTICOS CIRCUNSTANCIADOS

Superiberia

Alejandro Solís
Columnista

Uno de los pases de manos más utilizado en la sociedad contemporánea es el hábil juego de palabras para distorsionar en público el contenido de posturas, afirmaciones, ofrecimientos y resultados, como le hace Donald Trump, quién popularizó la frase “fake news”, cuyo significado en español es “noticias falsas”.
Acostumbrado al manejo de medios de comunicación y del poder, Trump hizo viral uno de los secretos de Estado para la manipulación de masas: miente, con tal de lograr tú propósito; expresión de otro canon: no importan los medios, con tal de alcanzar los objetivos.
Esto viene a cuento porque siendo la mentira un recurso del discurso arraigado, la frase “noticia falsa” es, en sí, falsa, por sus intenciones de manipulación condensada de las conciencias, ocultando referencias a las clases sociales y lucha de clases.
Las fake news son falsedades virtuales encapsuladas. La ideología, o “lógica de las ideas” es definida por Louis Althusser como “falsa conciencia” orquestada por la burguesía dominante para dominar las masas, principalmente mediante el miedo a perderlo todo, instalando el reino del oportunismo, el agandalle, la tranza.
No es lo mismo cabalgar, que caminar al trote. Y, así, un día nos amanecimos con la noticia de que, después de treinta años de andar en la política democrática liberal a favor de los pobres y dos sexenios de hacerlo en campañas fallidas por la presidencia nacional, AMLO, alcanzó su propósito en el tercer intento, gracias al apoyo de la mayoría del pueblo mexicano. ¡Fake new!, a pesar de la evidencia electorera.
No es lo mismo el AMLO del 2006, del 2012, que el del 2018. Durante trece años de campaña en pos del deseo logrado, el pensamiento y su movimiento creció modificándose sutil y bruscamente, en su más curioso momento sumando adeptos renombrados como “agentes del cambio verdadero”; cosa olvidada sobre todo en los últimos cuatro meses, cuando miles de oportunistas le cedieron votos cambalacheados por posiciones políticas. Siempre ha sido así.
Inclinado a posturas democráticas de izquierda reformista, en 2006 hizo alianzas con el PRD-Convergencia-PT y en 2012 con PRD-MC-PT, participando como candidato de coalición a la presidencia nacional. En ambas ocasiones falló por razones de fondo, corregidas en su tercer intento exitoso: abandonó izquierdistas, aliándose con la burguesía liberal y la burocracia del PRIPAN, cediéndoles enormes cuotas de poder.
No es lo mismo democracia liberal, que democracia proletaria. Uno de los logros más arraigados del Imperialismo, es borrar del pensamiento popular nociones y conceptos relacionados a la vanguardia, la lucha y la organización de clase.
El pensamiento vulgarizado ignora, omite o los distorsiona a modo para distanciar la identificación de las causas reales de la vida cotidiana: el pragmatismo mostrado durante la campaña electoral por todos los partidos indica que todos navegan con lábaro de piratas.
La democracia es la bandera constitucional de la soberanía patria, a pesar de que las todos los días ejecutamos roles públicos y privados, económicos y políticos subordinados al capital, ya sea en el papel de propietario poseedor, o de trabajador poseído, cargando con un colchón amortiguador de los conflictos: el gobierno, supuesto representante de todos al parejo.
La mayoría de la minoría votante. ¡Qué importa la cuna y el monto de la carterita de cada quién, cuando de la Patria se trata!, como es el caso de elegir a quien nos represente nacionalmente durante un tiempo delimitado. Como si todo fuera color de rosas, el sesenta por ciento del listado electoral asistió a urnas para elegir -personalmente y en secreto- nuevos representantes, a sabiendas de que no nos representan; acaso, nomás, al 1%.
Lástima, las cuentas no salen. Si de 90 millones, solo 31 votaron a su favor, ¿de dónde sale la noticia de que ganó con el apoyo de la mayoría? De un malabar numérico: de la mayoría de quienes del listado electoral votaron. Con ello basta para terminar con un siglo de opresión en México, convirtiéndonos en un santiamén, en adalides internacionales de la democracia, capaz aun de ceder sin cortapisas el poder al triunfante.
¿Por qué se insiste desde el Estado en reconocer apresuradamente el triunfo de AMLO, inclusive, con la iniciativa de cederle su carta de mayoría adelantando tiempos, retrasados porque el PES -su aliado- decidió impugnar las elecciones?
Las intenciones de Estado y su gobierno. Porque unos son los propósitos de Estado y otras las envolturas de gobierno; a la hora de las cuentas, el dueño del circo es uno, y, sus personajes, otros, muy otros.
En el caso de la administración pública de AMLO, ofrecida bajo el manto de la austera honradez –fake new- miramos claramente las diferencias: bienvenido su triunfo, en tanto no atenta contra las bases del sistema económico/político dominante.
De mayo al 30 de junio del 2018, millones de mexicanos representados en estadísticas increíbles se sumaron a su proyecto dejando en el camino a los otros candidatos, igualmente bloqueados -se dice- por acciones de la presidencia nacional saliente, derivadas de componendas con AMLO para protegerlo en su graciosa huida: cuando, tan solo por sus responsabilidades en el caso de Ayotzinapa, hay materia para procesarlo por Crímenes de Lesa Humanidad.
No es lo mismo regenerar, reformar y transformar. Durante una carrera política de casi treinta años, desde que fue presidente del PRI de Tabasco, AMLO ondeó banderas democráticas liberales, dejándolas a la deriva al paso lento de cinco sexenios neoliberales.
Superando su sectarismo y bajándole mil rayitas a su agresiva personalidad, estructuró alianzas sin recato con grupos y personajes de todas las tendencias, ansiosos de asegurar cargos gubernamentales a su lado y contratas públicas.
Los medios de comunicación de masas y redes sociales están atiborrados de datos que dan cuenta de tiempos, movimientos, posiciones y resultados logrados por quienes se sumaron a las filas de Morena, a la luz y en lo oscurito.
En lo público. En menos de su primer mes de presidente virtualmente electo, la estructura endeble del PRIMORPAN cruje bajo el embate de los enredados intereses creados de una sociedad impactada por el milagroso resultado de la pasada jornada electoral, cuando solo una cuarta parte del padrón electoral decidió depositar su representación política en él, a pesar de las evidencias de tratarse de una táctica de Estado Mayor, dirigida a destrozar el último regionalismo político nacional: la partidocracia corrupta; acción necesaria para alcanzar la legitimidad deseada, sobre la legalidad impuesta.
En lo privado. A la par de grillas descalificatorias en medios y durante tres sosos debates presidenciales, las diferencias de los candidatos se enmarcaron de cara a la Nación, tanto como bajo acuerdos discretos con representantes de la burguesía oligarca y del capital financiero y bancario; como fueron pactos no difundidos sobre las reuniones con los perdonados miembros de la mafia del poder; también se ignoran los términos de la carta de intenciones y diálogos sostenidos con Mike Pompeo, el poderoso secretario de Estado americano, sin constancia de presidente electo; que ahora reclama para ir a la Cumbre de la Alianza del Pacífico, en Vallarta.
Secrecías propias de los círculos de poder. Así como el primero de diciembre próximo junto con la banda presidencial nacional AMLO recibirá de Peña Nieto 12 millones de expedientes secretos, no sería raro -ni recriminable- que desde 2014, cuando Morena se constituye como partido, haya realizado pactos, acuerdos, negociaciones y compromisos, con sus nuevos compañeros y adherentes tácticos y/o estratégicos.

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