El pasado 16 de enero, cuando presentaba su supuesta declaración patrimonial, Enrique Peña Nieto dijo, textual: “La transparencia será fundamental en la presidencia democrática que me he propuesto conducir. Es una obligación sustantiva para dar confianza a una sociedad mexicana más plural, más informada y más participativa”.
La frase fue promovida por cierta prensa. En realidad, el mandatario hizo ese día exactamente lo contrario. Cuando declaró su patrimonio, incluyó la “donación” de propiedades, obras de arte, relojes y joyas varias, pero no dijo por cuánto, ni quiénes, ni por qué le hicieron esos donativos. No dio montos de sus inversiones y sus ahorros, y ni por asomo incluyó a su esposa, Angélica Rivera, en esta práctica mínima de transparencia: de ella no se tiene ningún registro en México –de acuerdo con una investigación de la periodista Linaloe Flores publicada en el portal SinEmbargo–, lo que hace suponer que todo está en el extranjero.
Peña Nieto declaró como donación una casa de 150 metros cuadrados –registrada el 8 de diciembre de 2011– cuando apenas había dejado de ser Gobernador del Estado de México.
La segunda donación es un terreno de 2 mil 547 metros cuadrados, registrado el 8 de diciembre de 2009, cuando era todavía mandatario estatal. Una tercera es un terreno de 58 mil 657 metros cuadrados, registrado el 8 de diciembre de 2011, cuando se preparaba para la campaña presidencial. La cuarta donación es de un mes y medio después de la anterior: una casa de 338 metros cuadrados, con fecha de 8 de diciembre de 2011. La quinta es un terreno de mil metros cuadrados, aceptado en donación el 29 de enero de 1988, y la sexta es otro terreno de 24 mil metros cuadrados que recibió en donación el 8 de marzo de 1989.
¡Lleva una vida entera recibiendo donaciones! Donaciones, no herencias, porque lo heredado lo registró como tal.
Peña Nieto dijo contar con un departamento de 211 metros cuadrados registrado el 19 de marzo de 2001, y dos casas más: una de 560 metros cuadrados, registrada el 25 de octubre de 1982, y otra de 2 mil 138 metros cuadrados, registrada el 27 de diciembre de 2005, cuando tenía apenas dos meses y unos días al frente del Gobierno del Estado de México. Esas, tenemos que creer, las pagó con su salario un funcionario público que anduvo de mujer en mujer, y con ellas tuvo hijos (y gastos derivados de esos hijos). Peña reportó dos obras de arte: una por donación, que recibió el 8 de diciembre de 2011, y otra más que recibió “por herencia”, el 29 de mayo de 2007. Dijo tener relojes y joyas varias que compró ¡de contado! (del departamento y las dos casas no especificó si sacó créditos bancarios), así como otras joyas que obtuvo, ¡por donación!, el 8 de diciembre de 2011.
En el rubro de inversiones, dijo tener una cuenta bancaria, fondos de inversión y ser poseedor de monedas y metales. Así nomás. No dijo si su cuenta bancaria es por mil millones de pesos, o si sus fondos de inversión son por cientos de millones de pesos, o si las monedas y metales que tiene suman miles de millones de pesos. No dijo nada y ya, listo.
Aún así, con los datos que arroja, una suma rápida –sin contar con la cuenta bancaria, los fondos de inversión y las monedas y metales– permite advertir que este ex funcionario clasemediero se volvió, desde sus puestos de gobierno, en un hombre lo suficientemente rico como para ya no trabajar.
Si alguien me pregunta de dónde vino tanto dinero si la mayor parte de su vida ha sido funcionario público, responderé sin dudas: de la corrupción. ¿De dónde más? ¿Quién que usted conozca recibe casas, terrenos, joyas y obras de arte por “donaciones”? Sólo los corruptos. No tengo manera de comprobar absolutamente ninguno de mis supuestos, pero como el mismo Presidente ha dejado abierto a la interpretación; como casi todo lo que le “donaron” cae en fechas en las que él era servidor público, sólo puedo suponer que los que le extendieron esas sumas de dinero en bienes son interesados que obtuvieron algo de él. Y eso es corrupción. Porque por más guapo que sea, no creo que le dieran el dinero por –dice el dicho de mi mamá– su cara bonita.
Lo que sí puedo comprobar es que su riqueza es inexplicable… y asombrosa. ¿Conocen ustedes un caso similar en el mundo, en donde un Jefe de Estado se vuelve rico a punta de donaciones? ¿Alguien lo sabe?
Si soy ligeramente malpensado, si considero que es sobrino de Arturo Montiel (ex Gobernador acusado de corrupción y absuelto por Peña Nieto), si le sumo que durante la campaña que lo llevó a la presidencia de México mintió no sólo sobre su desempeño (escondió cifras de homicidio en el estado que gobernó), sino también sobre los montos y el origen de los recursos que usó vía Soriana y Monex, entonces lo que tengo es que Enrique Peña Nieto ha llevado una vida mintiendo desde la política, mientras su fortuna personal crece y crece y crece. Me niego a creer, como muchos suelen decirlo, que es un individuo corto de entendimiento. ¡Pero si gobierna este país, y no hay quién pueda exigirle que explique de dónde salió su fortuna!
El pasado 16 de enero, cuando presentaba su supuesta declaración patrimonial, Enrique Peña Nieto habló de “transparencia” y de “presidencia democrática”. Demagogia pura, dicen los hechos; palabras vacías, mentiras y mentiras a medias. Vale la pena leer la frase completa: “La transparencia será fundamental en la presidencia democrática que me he propuesto conducir. Es una obligación sustantiva para dar confianza a una sociedad mexicana más plural, más informada y más participativa”.
Y como nunca le exigiremos –y no tenemos los mecanismos ciudadanos– que explique de dónde vinieron sus casas, sus joyas, sus obras de arte y el resto de su riqueza, dudo también que incluso exista esa “sociedad mexicana más plural, más informada y más participativa” a la que él, hábilmente, hace referencia.
Somos lo que somos, desgraciadamente, y en consecuencia tenemos lo que tenemos por Presidente. Así de simple. Así de triste. Así de decepcionante.