Una reforma fiscal —o un conjunto de herramientas fiscales— puede declararse “social” pero sólo lo será a partir de sus logros.
Sin duda tenemos un país de desigualdades intolerables e insostenibles.
Basta revisar la más reciente Encuesta de Ingreso y Gasto de INEGI —la correspondiente a 2012, publicada en julio pasado— para saber que la brecha entre los mexicanos que tienen y los que no tienen es enorme, y que se seguirá abriendo si no se ponen en marcha políticas públicas para reducirla.
Por ejemplo, el ingreso corriente mensual del decil inferior de los cerca de 32 millones de hogares en México (dos mil 334 pesos) es 19 veces más pequeño que el del decil superior.
Además, los dos deciles más pobres gastan en alimentos una suma mayor a los de sus ingresos por concepto laboral y subsisten gracias a transferencias y subsidios dirigidos. En cambio, en el decil más rico, el gasto en alimentos representa menos de la cuarta parte de sus ingresos, lo cual deja una parte sustancial para ser gastada en educación y esparcimiento (19.9%, contra sólo 5.2% en el decil más bajo).
Es decir, los mexicanos más favorecidos tienen y seguirán teniendo mejores instrumentos para que ellos y sus hijos hagan frente a la vida, que los mexicanos con menores ingresos.
Sólo un cínico podría estar de acuerdo con este cuadro. La reducción de la pobreza no es únicamente un imperativo moral, sino que conviene a todos.
Quienes no guiamos nuestras opiniones por preferencias partidarias deseamos que le vaya bien a México, no a una organización política en particular. En ese sentido, yo deseo que la reforma fiscal, planteada como “eminentemente social” por el secretario de Hacienda, tenga éxito y sirva para sacar de la pobreza a los millones de mexicanos que se encuentran hundidos en ella.
Me preocupa no ver objetivos concretos asociados a la reforma en los criterios de política económica del gobierno.
Es decir, si el dinero adicional que se espera recaudar —con el esfuerzo extra de un grupo de contribuyentes, por cierto— será destinado a la educación y a la salud, ¿cuántas escuelas y hospitales se construirán? ¿En cuánto tiempo? ¿Con qué metas? ¿En qué medida se espera que más escuelas y más hospitales ayuden a reducir la brecha entre mexicanos pobres y ricos?
A nivel internacional, los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) de Naciones Unidas —fijados en 2000, que los 189 países de la ONU acordaron cumplir para 2015—, entre ellos cortar a la mitad la pobreza extrema, sirvieron para guiar el trabajo multilateral en la atención de problemas graves de la humanidad.
Aunque la controversia sobre los números se acelera conforme se acerca la fecha terminal de los ODM, la ONU ha dicho oficialmente que la meta de reducir a la mitad la pobreza extrema mundial —la de personas que viven con 1.25 dólares al día—se cumplió cinco años antes de lo previsto. “En 2010 había 700 millones de personas menos viviendo en condiciones de extrema pobreza que en 1990”, puede leerse en la página dedicada al tema.
Para que la reforma fiscal realmente cumpla con su meta “eminentemente social”, sería bueno tener unos parámetros claramente definidos, como los de las ODM. Objetivos concretos y estrategias para llegar a ellos.
Por supuesto, existe el programa de la Cruzada Nacional Contra el Hambre —previo a la reforma fiscal—, pero a mi juicio faltan objetivos generales para cerrar la brecha de la desigualdad. Insisto, no puede asegurarse a priori que esta es una reforma social.
La naturaleza de la pobreza consiste en estar atrapado en una bajísima productividad. Ya sea que se esté cultivando la tierra o criando ganado o elaborando artesanías, no se logra generar suficientes ingresos para asegurar la alimentación y la salud. Y como el esfuerzo de los pobres está dedicado a la subsistencia, no pueden ponerse en práctica soluciones de mediano y largo plazo para elevar la productividad.
Vistos los resultados, los subsidios dirigidos a apoyar a los mexicanos pobres han logrado mantenerlos justo arriba de la línea de la supervivencia, pero muy poco han podido hacer para terminar con el ciclo de la miseria.
Hace años pedí a un secretario de Desarrollo Social algunos ejemplos de familias cuyos hijos hubieran salido de la pobreza —esto fue antes de la última recesión mundial— y no pudo dármelos. Me interesaba publicar que Oportunidades no sólo sostenía a los pobres, sino que servía para sacar a sus hijos de la miseria.
Hay suficiente literatura y ejemplos a nivel mundial sobre cómo se puede vencer la pobreza. Pero para lograrlo hace falta una combinación de subsidios, apoyos productivos y, sobre todo, generación de empleos.
No se puede pedir a este gobierno que resuelva en uno o dos o seis años una situación que se ha creado a lo largo de décadas.
Lo que sí se le puede pedir es una serie de objetivos claros para que al término de 2014 y del sexenio podamos evaluar si esta reforma fiscal fue, de verdad, una reforma social.