Ya habrá tiempo para estudiar más a detalle y desgranar el paquete fiscal 2014. Como base de ese análisis posterior habrá que insistir en que la mejor reforma fiscal posible, la que utilizan todas las naciones que están en un camino de desarrollo es relativamente simple: se basa en el ISR relativamente bajo, sin beneficios ni cargas extra para los distintos sectores económicos, con un IVA relativamente alto y generalizado, en el que en algunos casos existen algunos productos exentos o con tasas más bajas.
Por distintas razones, la mayoría de ellas evidentemente políticas, no hemos recorrido ese camino. Por el contrario nos hemos puesto en otro que parecía superado hacía décadas: el debate de los años 80 que se plasmó en aquel libro La disputa por la Nación de Rolando Cordera y Carlos Tello, que defendían una opción estatista de la economía, que encabeza David Ibarra, contra la que enarbolaban en aquellos años otros economistas desde Jesús Silva Herzog hasta Carlos Salinas de Gortari, que pugnaban por abrir la economía mexicana y desestatizarla, darle mucha más opción al sector privado. El Estado o el capital privado como motores de la economía: esa era el debate entonces y, asombrosamente, sigue siéndolo hoy.
La reforma fiscal, impulsada finalmente por el PRI y el PRD con fuerte influencia de éste en su contenido, termina siendo una reforma estatista: se requiere recaudar más para impulsar políticas asistencialistas desde el Estado y convertirlo a éste, además, en motor económico. Para ello, ahí viene el componente PRD, se grava más a los sectores productivos porque son “ricos” (y son también los que generan recursos y fuentes de trabajo, pero eso no parece entrar en la ecuación) y se termina castigando de esa forma el éxito, en lugar de impulsarlo. Pero al mismo tiempo no se establecen medidas que puedan realmente incorporar a la economía formal a los que hoy están fuera y sí se grava el consumo, pero sólo de determinados sectores y artículos: si alguien tiene una mascota tiene que pagar más porque la misma no es considerada parte de un entorno familiar sino un lujo, lo que no impide que la industria de puros y habanos esté libre de impuestos. Se grava a los refrescos y a la comida chatarra (que desgraciadamente es lo que más consume la población de menores ingresos), pero en los hechos se desgrava a la cooperativa de refrescos Pascual, no porque no sea exitosa, que lo es, sino porque la empresa y su sindicato son del PRD. O sea unos refrescos son malos y otros buenos, a unos los castigamos y a los otros los apoyamos económicamente.
No es un buen camino para la economía y habrá que ver cómo se plasma ello en el presupuesto. Pero viene la reforma energética. El PAN tiene razón en haberse opuesto a muchos puntos de la reforma fiscal. Pero se equivocó al no sumarse de entrada a la negociación y luego al abandonar el salón de sesiones en pleno debate final: la decisión los dejó bien parados con parte de su electorado y quizás con sus conciencias, pero también abonó una situación en la cual muchos de los defectos de la reforma se ahondaron porque el PRD sabía que resultaba imprescindible para que el paquete fiscal saliera adelante. Lo que hizo el PAN se cansó de hacerlo durante años el PRD y nunca le dio demasiado éxito, pero no siempre se aprende de errores ajenos.
Un error que se puede ampliar si le hacen caso a senadores como Javier Corral o Ernesto Ruffo que ahora plantean boicotear la reforma energética. La intervención de Corral del miércoles en el Senado se llevó los aplausos de muchos panistas: “Al diablo con el Pacto, al diablo con la reforma energética, al diablo los acuerdos con el gobierno”, dijo en otras palabras Corral. ¿Cómo pueden panistas que toda la vida han estado en contra de ese discurso ahora aplaudirlo, como mis amigos Javier Lozano o Ernesto Cordero?, ¿no recuerdan cuál ha sido la posición de Corral dentro de su propio partido? Seguir esa línea sería un grave error para el PAN: no debe boicotear la reforma energética, debe participar para ahondarla.
Tener una verdadera reforma energética es la oportunidad de abrir a la iniciativa privada y a las inversiones un sector estratégico y hasta ahora absurdamente protegido por una legislación sólo comparable con la de Corea del Norte. Sin una reforma constitucional que abra ese sector seguiremos en las mismas. El PRD dirá, ya lo ha dicho el ingeniero Cárdenas y lo piensan muchos priistas, que la reforma constitucional no es necesaria para sacar muchos de los cambios propuestas. Quizás no, pero la diferencia es que la reforma constitucional será lo único que le dará seguridad jurídica a los potenciales inversionistas. Si el PAN no asume como suya esa reforma, volverá a arrojar al PRI y al gobierno en los brazos del PRD, y entonces tendremos una reforma energética cosmética, que terminará de hacerle ganar, en pleno siglo XXI, a las posiciones estatistas aquel debate de los años 80.