Por: Gilberto Nieto Aguilar / columnista
En “El Correo de la UNESCO” de octubre-diciembre 2011 encontré una serie de artículos de distintos autores, nacionalidades, religiones y políticas, relativos al humanismo. A ello hago referencia en estas notas. Desde 1951 la UNESCO confirmó la idea de que era pertinente definir un nuevo humanismo que conciliara las diferentes filosofías y concepciones religiosas de Oriente y Occidente. No pensaban que en los años venideros el mundo sería un enorme espacio global evolucionando a gran velocidad.
En aquel entonces (1951), recién terminada la Segunda Guerra Mundial, el hombre occidental había perdido la confianza en el progreso tecnológico y en la buena voluntad por querer alcanzar estadios superiores en lo moral y social. Había demostrado poca capacidad para controlar la ambición por el poder y los desvíos de la inteligencia le hicieron perder la conciencia de un progreso intelectual, espiritual, social y científico común.
Para Irina Bokova (p. 5) «El humanismo es una vieja promesa y, al mismo tiempo, una idea siempre nueva que debemos reinventar constantemente», que vaya más allá de las significaciones de la ilustración que, pese a las aspiraciones universalistas, se confinó a una visión europea. En el siglo XXI es esencial un humanismo que respete la diversidad cultural y que más allá de los principios teóricos, los valores humanistas se traduzcan en la práctica en todos los ámbitos de la actividad humana.
Sanjay Seth (p. 6) asevera que el humanismo es la afirmación o la intuición de que todos los humanos tenemos en común algo fundamental y un mismo derecho a la dignidad y el respeto. No es simplemente un fenómeno del Renacimiento que logra su pleno desarrollo en el Siglo de las Luces con la idea de una humanidad universal y una razón única. Hoy debemos buscarlo en el entrelazamiento de las distintas visiones morales. Cita a Edward Said, quien dice que hay dos mundos: uno de leyes y procesos impersonales, y otro de intenciones y significaciones humanas.
La jurista francesa Mireille Delmas-Marty (pág. 28) sostiene que, si los principios humanistas no se llevan a la práctica, sólo serían una mera ilusión. Entonces debemos sacar provecho de las “fuerzas imaginativas” del derecho para forjar un humanismo jurídico, pluralista y abierto.
Para Paullette Dieterlen (p. 17) la existencia de un fenómeno de privación y de pobreza absoluta que afecta a millones de personas funda, desde una perspectiva humanista, el deber y los principios de una intervención: la justicia distributiva. Ésta sólo se concilia con un auténtico humanismo cuando se aplica en el respeto de la dignidad del ser humano, de su autonomía y su responsabilidad. No hay entes pasivos, y las políticas paternalistas no son la solución.
Los importantes desafíos de la era moderna como el cambio climático, las TIC, la biomedicina, la bioética, son tratados por Milad Doueihi (pág. 32), Ruth Irwin (pág. 34), Michal Meyer (pág. 36) y Salvador Bergel (pág. 39). Cristovam Buarque (pág. 41), expone su proyecto del nuevo humanismo basado en siete elementos básicos: política planetaria, respeto de la diversidad, cuidado del medio ambiente, garantía de la igualdad de oportunidades, producción controlada por el hombre, integración social mediante la educación y modernidad ética.
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