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Paz Vega, la embajadora

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Cuando era niña, Paz no jugaba a ser actriz ni soñaba con estar en el cine. Era estudiosa, deportista, ganaba medallas en natación y soñaba con ser diplomática. Se imaginaba viajando por el mundo y, curiosamente, el país que más le interesaba era México. 

“No sé, para mí significaba estar en América, estar en otro continente. México me parecía un país exótico, con el que siempre he sentido una conexión mental, espiritual; además de que se habla español, claro. Así que cuando me preguntaban, yo decía que quería estudiar Ciencia Política”.

El plan marchaba bien hasta que un día, cuando tenía 16 años, el primer rayo fulminante le cayó encima.

“Fui a ver una obra de teatro y en ese momento dije: esto es lo que quiero ser en la vida. La obra era La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, y descubrí que lo que estaban haciendo esas mujeres lo quería hacer yo. No es que me identificara con uno de los papeles o con una de ellas; es que me enamoré de todo: el olor del patio de butacas, del momento cuando se abre el telón, de las luces, del drama, de lo que es ir al teatro. Cuando vi aquello me impactó, fue una revelación. Se siente en todos lados, como el día en que te enamoras, que lo ves y dices ‘ése es el hombre’, o el momento en el que decides ser madre. Yo sentí eso y a partir de ahí lo tuve bien claro”.

 

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Una mujer deseada