Podemos disentir en las maneras de cerrar la brecha entre los mexicanos, pero convengamos en algo: la desigualdad es intolerableLa imagen de la indígena mazateca Irma López Aurelio —publicada por este diario y varios otros el día de ayer— es un reflejo horripilante pero real de los males que mantienen a México anclado en la falta de oportunidades y el subdesarrollo.
Una mujer, que por ser pobre y no hablar de manera fluida el español, no consigue darse a entender o cuando menos llamar la atención de servidores públicos —quienes, perdone usted la obviedad, están ahí justamente para atenderla— y se ve orillada a dar a luz afuera de la clínica a la que había acudido, en el pasto.
Un centro rural de salud, en la Cuenca del Papaloapan, que no tiene instalaciones adecuadas para hacer frente a las necesidades de la población. Vaya, ni siquiera cuenta con oxitocina para inducir el trabajo de parto, de acuerdo con información periodística.
Un sindicato en paro, que como ocurre con muchos otros gremios en México, pone sus intereses por delante de los de los mexicanos a los que tendrían que servir. Diferentes medios reportaron que la clínica en San Felipe Jalapa de Díaz, Oaxaca, estaba afectada por una suspensión de labores por parte de la Sección 35 del Sntsa, que, como puede uno corroborar mediante una sencilla búsqueda en internet, ocurre con frecuencia en todo el estado.
Unos funcionarios que tienen pretextos para todo pero soluciones para nada. En cuanto se supo la noticia a nivel nacional, gracias a que una persona la dio a conocer en las redes sociales, la primera reacción del gobierno estatal fue quejarse de la publicación de la fotografía en lugar de hacer suya la indignación por el caso, que ya se extendía por todo el país.
Una dispersión demográfica que poco se ha hecho por atenuar. En el México de hoy hay más de un millón de personas, repartidas en 26 mil comunidades, que no están conectadas con el resto del país mediante una carretera, de acuerdo con el Censo de Población 2010. Y hay seis millones de habitantes, que viven en 92 mil comunidades, que no cuentan con transporte público para llegar a su cabecera municipal.
Se pueden encontrar razones históricas para explicar la dispersión demográfica en México. Por ejemplo, que nuestro país tardó 170 años en cambiar la distribución territorial de su población, de rural a predominantemente urbana. Lo que no ha habido son esfuerzos sistemáticos, fundados en políticas públicas, para atender los efectos sociales de la dispersión.
Y así, casi la cuarta parte de los mexicanos vive en comunidades de menos de cinco mil habitantes, situación en la que se encuentran todas las localidades de Jalapa de Díaz —cerca de 40, dispersas en un territorio de 154 kilómetros cuadrados—, salvo la cabecera municipal, que tiene unos seis mil. La ciudad más cercana es Tuxtepec, a 60 kilómetros de distancia.
Pero el caso de Irma saca a la luz muchas cosas más. Por ejemplo, las condiciones en que se dan los nacimientos en México, que en muchos lugares del país siguen siendo atendidos por parteras.
Y en la misma Ciudad de México no han sido raros los casos de alumbramientos en instalaciones del Metro, de los que ocurrieron 24 entre 2007 y 2011, y dos más en un lapso de 48 horas en mayo pasado. Uno de esos partos fue de una mujer de 22 años de edad, vendedora ambulante, quien tuvo a su tercer hijo en el piso de la estación Pantitlán, luego de haber llegado hasta ahí en un microbús desde Ixtapaluca.
Pese a los avances que ha tenido el país en materia de sanidad desde 1980, aquí siguen muriendo 50 madres por cada 100 mil niños nacidos vivos, estadística que nos pone al mismo nivel de Belice (53) y por arriba de Chile (25), Uruguay (29) y Costa Rica (40).
También estamos en el primer lugar en mortalidad materna entre los países de la OCDE, seguidos por Turquía, donde fallecen 20 madres por cada 100 mil niños nacidos vivos.
De acuerdo con datos oficiales de la Secretaría de Salud, correspondientes a 2011, las razones de la defunción de unas mil 200 mujeres en el parto o por consecuencia del parto son varias. Entre ellas están la hemorragia postparto (22.6%), sepsis e infección puerperal (7.8%) y neumonía (5.5%).
En seis entidades del sur del país —Veracruz, Guerrero, Puebla, Oaxaca, Chiapas y Tabasco— ocurrió la tercera parte de esos fallecimientos.
Afortunadamente, Irma y su bebé han sido reportados en buenas condiciones. A decir de la alcaldesa de Jalapa de Díaz, la perredista Silvia Flores Peña, la madre finalmente recibió la atención médica que se le había negado. Y agregó que no era la primera vez que se presentaba un caso así en el municipio.
Este no parece ser un caso de alumbramiento fortuito, sino de falta de atención, propiciada ya sea por su condición de mujer, de indígena o por el paro que experimentaba la clínica o por la falta de infraestructura médica en el lugar. O por la combinación de dos o más de esas razones.
Al año hay 40 mil niños recién nacidos que no son tan afortunados como el que nació sobre el césped en Jalapa de Díaz. La tasa de mortalidad de infantes que no han cumplido un año de edad es de 16.77 por cada mil.
Esa última estadística coloca a México, a nivel latinoamericano, por encima de Colombia (15.92), Panamá (11.3), Argentina (10.52), Uruguay (9.44), Costa Rica (9.2), Chile (7.36) y Cuba (4.83), en tanto que en el contexto de la OCDE nuestro país está en segundo lugar, apenas por debajo de Turquía (23.07).
La publicación de la imagen de Irma en Excélsior y otros diarios, así como en diversos espacios de internet, generó polémica ayer en las redes sociales. Hubo quienes hablaron de mal gusto e incluso de respeto a la dignidad de la mujer que acababa de dar a luz.
Se trata de una discusión periodística válida. Es un tema de cómo se ven el oficio y sus objetivos, y de cómo está atravesado por estas consideraciones; no existe una postura válida por encima de las demás.
Lo correcto era publicar la foto. Se trata de una imagen que sirve como reflejo del país. Insisto, no fue éste, hasta donde llega el reporteo, un parto fortuito, como el que puede tener una mujer a la que se le rompe la fuente y va en un taxi en medio del tráfico.
El parto en un jardín de Jalapa de Díaz resume muchas situaciones que están mal en el país. Es el parto de la pobreza, de la discriminación, de la desigualdad, de la falta de oportunidades, de la mínima solidaridad negada.
La foto saca a Irma, y muchas mujeres pobres como ella, de la invisibilidad. Es difícil de ver y justo por eso hay que verla.
Se necesita tener una enorme insensibilidad para que la imagen de la mujer en cuclillas y su hijo en el suelo no nos estremezca.
Los debates de las últimas semanas muestran que los mexicanos difieren sobre las soluciones a la desigualdad.
Las que yo considero que son viables, y que he comentado muchas veces en este espacio, tienen que ver con el acceso a oportunidades para todos, cosa que sólo pueden generar de forma sustentable el crecimiento económico, la creación de empleos, la educación, el fomento del ahorro y el respeto al Estado de derecho, etcétera.
Difiero de otro tipo de soluciones como, por ejemplo, los subsidios eternos, sin mediciones ni objetivos. O confundir la recaudación de impuestos con la redistribución del ingreso, como lamentablemente hace la propuesta de “reforma hacendaria” del gobierno. Esas, para mí, sólo sirven para afianzar la pobreza.
Podemos disentir en las maneras de cerrar la brecha entre los mexicanos que lo tienen casi todo y aquellos que no tienen casi nada, pero convengamos en algo: la desigualdad es intolerable. Y debiera sacudir la conciencia de cada uno de nosotros, como espero que haya hecho la imagen de Irma dando a luz.
Más allá de las vías, el objetivo tendría que ser claro: que ese niño nacido el 3 de octubre de 2013 —y todos los niños como él— pueda ir a la universidad y consiga un trabajo bien remunerado. Es decir, que tenga un futuro muy distinto al que parece depararle la forma en que llegó al mundo.
Probado: la ayuda sí llega
En muchas oportunidades los mexicanos han probado ser solidarios en la desgracia. Nunca han faltado las donaciones para quienes han perdido todo por accidentes o fenómenos naturales. Pero malas experiencias pasadas, como cuando los artículos donados han terminado en manos de auténticos vivales o sepultados en basureros, hacían necesario responder fehacientemente una pregunta: ¿De verdad llegan a los damnificados?
Un ejercicio hecho por Excélsior —echando mano de un dispositivo localizable vía satélite— probó que la ayuda, la de usted, sí llega a las comunidades afectadas por las lluvias. Espero que sea un incentivo para que sigla fluyendo el apoyo. No le cuento más. Por favor lea el reportaje de mis compañeros Jorge Grande y Claudia Solera, en esta misma edición.