Por: Catón / columnista
“Jamás olvidaré la forma en que anoche te hice el amor” –le comentó por la mañana don Frustracio a su mujer, doña Frigidia-. Siempre recordaré cómo puse en práctica contigo todas las artes de erotismo; cómo recorrí, completa, la escala de la sensualidad. Fui un tigre; un volcán. Desgraciadamente tú no te diste cuenta porque estabas dormida”… En la cantina “Las trompas de Eustaquio” dos parroquianos se hicieron de palabras. Uno le dijo al otro hecho una furia: “¡Yo no soy el tonto de nadie!”. “Ya veo –replicó el otro-. Es usted free lancer”… Lord Feebledick tenía un perro alano que usaba en la cacería del jabalí. Observó que el can se rascaba continuamente una oreja, y lo llevó con el doctor Herrioto, el veterinario del lugar. Después de examinar al animal dictaminó el facultativo: “La rasquiña se debe a que el perro trae una infección en el oído interno, por el pelo que le crece ahí. Póngale un depilatorio y el problema desaparecerá”. Fue el lord a la farmacia y pidió un depilatorio. “Los hay de varias clases –le informó el farmacéutico-. Para el rostro, para las piernas…”. Precisó Feebledick: “Es para mi alano”. Opinó el de la farmacia: “Tendrá que ser entonces un depilatorio fuerte. Pero debo advertirle, milord, que no podrá usted sentarse durante varios días”… La Universidad Autónoma Agraria “Antonio Narro” es una institución llena de historia y tradiciones que prestigia a Saltillo, Coahuila y México. El filántropo que dio su nombre a “la Narro” donó las tierras que formaban su extensa hacienda, Buenavista, en las estribaciones de la majestuosa sierra de Zapalinamé, y entregó recursos muy cuantiosos para apoyar el nacimiento de la que al principio fue escuela y ahora es famosa universidad que recibe estudiantes de todas partes de la República y de países extranjeros. Hace unos días se cumplieron 95 años de su fundación. En la ceremonia de aniversario su excelente rector, Dr. Jesús Rodolfo Valenzuela García, rindió el informe de su labor, fecunda en frutos de bien para la institución. Tuve el honor de ser invitado a hablar en ese acto ante los maestros y alumnos del plantel, y dije cómo la Universidad ha hecho aportaciones de significación no sólo para México, sino para muchas naciones del mundo. Conté de la vez que en Nueva York, donde hacía mis prácticas de periodismo, un diplomático paquistaní pagó mi cuenta en el restorán de la ONU al enterarse de que yo era mexicano. Me dijo que un grupo de agrónomos de la Narro habían trabajado en Pakistán, y su obra fue definitiva para aumentar y mejorar los cultivos de maíz y trigo en su país. Espero que el dueño de la vida alargue la mía a fin de poder ver el centenario de la UAAAN, un siglo de buena siembra y espléndida cosecha… Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, le preguntó a su añoso admirador: “¿Cuánto… Perdón: ¿cómo me dijo usted que se llama?”… En el lecho de agonía la esposa de don Picio se acercaba al final de su existencia. La rodeaban, pesarosos, su afligido cónyuge y sus siete hijos. Con voz débil la señora les pidió a los muchachos: “Salgan, por favor. Quiero hablar a solas con su padre”. Dejaron la habitación los chicos, y doña Beneventa –así se llamaba la señora- le dijo a su marido: “Quiero hacerte una solemne confesión”. “Calla, mujer, calla –le pidió el esposo-. No conturben tu ánima las cosas de este mundo ahora que vas a entregar el alma a aquel que te la dio”. Contestó doña Beneventa: “No quiero irme de este mundo con la carga de mi culpa. Debes saber que Pinolito, el menor de nuestros hijos…”. “¿No es mío?” –inquirió lleno de turbación don Picio. “Es tuyo –respondió con voz feble la mujer-. Los que no son tuyos son los otros seis”… FIN.