El presidente Peña Nieto ha anunciado este fin de semana el inicio de la reconstrucción de las regiones del país desbastadas por los temporales de la última semana. Deberá ser una reconstrucción que rompa con los viejos paradigmas de volver a construir lo mal hecho de la misma forma en la que estaba, pero también en donde se evite, en la renovación, la corrupción. El ejemplo de Acapulco, después de Paulina, es evidente: en aquella ocasión sólo en el puerto se invirtieron más de dos mil millones de pesos. Se reconstruyó, pero ahora hemos podido comprobar, por los propios daños causados por Manuel, que se siguió construyendo y dando permisos en áreas que no están en condiciones de tener viviendas, como la zona de los humedales, de la Laguna de Tres Palos, con un aeropuerto que está mal ubicado, con vialidades que se inundan porque están bloqueadas por desarrollos habitacionales que crecen sin fin y sin ninguna regulación y planeación. Se han hecho enormes negocios con las reconstrucciones de muchos desastres naturales. Sería hora de que se acabara con esa práctica.
Pero también debe ser la hora de la reconstrucción política. Agosto y septiembre han tenido, para consecuencias similares a las de Ingrid y Manuel para el gobierno federal. Han sido malos meses, pero, como decíamos en este espacio el viernes, es también la oportunidad para revisar muchas cosas. El gobierno federal ha apostado altísimo al Pacto por México y dentro de éste a la relación con el PRD. Esa es la alianza que quiere para sacar adelante y legitimar sus reformas. Pero es una alianza que, pese a los esfuerzos realizados, no parece avanzar.
En el tema educativo, siguiendo esa línea se contemporizó con la Coordinadora, pensando, vanamente, que el PRD podría tener influencia en ella. Cuando los miembros de la misma se asentaron en el Zócalo, se postergó la aprobación de las leyes secundarias en materia educativa, a pedido del PRD, para poder terminar de llegar a acuerdos con ese grupo, una postergación que generó costos altos, que entrelazó la aprobación de las leyes secundarias con las iniciativas energética y fiscal, y que le terminó costando no sólo al gobierno federal sino también al capitalino.
Cuando se planteó la iniciativa de reforma energética, el gobierno hizo otro gran guiño al PRD: plantear una reforma que en el fondo y en la forma se ciñera al texto de la expropiación petrolera decretada en su momento porLázaro Cárdenas. Era el instrumento idóneo para que el perredismo se enganchara en una reforma que, por eso mismo, se quedaba corta respecto a lo esperado. El resultado fue el rechazo total del propio Cuauhtémoc Cárdenas y de la mayoría del perredismo.
Todo fue más evidente aún con la reforma fiscal. En muchos sentidos, la reforma fiscal retoma los puntos planteados en el pasado por el PRD e incluso por López Obrador. No le entra al IVA generalizado, pero carga fiscalmente contra sectores medios y altos: IVA a colegiaturas, a rentas e hipotecas, quita el IETU y el IDE, acabar con los regímenes especiales y la consolidación, ninguna medida especial contra la informalidad. Esa era la reforma fiscal que, detalles más, detalles menos, podría aplaudir el PRD. Ocurrió exactamente lo contrario: la gente, sobre todo las clases medias y los empresarios, han rechazado la reforma fiscal, al mismo tiempo que la misma no ha tenido el apoyo de quien en realidad era el destinatario de ese gesto político: el PRD.
Sucedió lo contrario a lo esperado: Cuauhtémoc Cárdenasy López Obrador, enemigos de tres lustros, terminaron firmando una carta y una plan de lucha en contra de las tres reformas en paquete: la educativa, la fiscal y la energética, y con ello dejando a la dirigencia perredista impedida de contar con una salida negociada viable. Es verdad que la marcha de ayer que terminó involucrando a Morena, lo que queda de la CNTE, el SME y varios otros grupos incluyendo contingentes del PRD y el PT acabó siendo, pese a los enormes recursos utilizados (por cierto ¿de dónde salen en un partido que no tiene ni siquiera registro?) bastante desangelada. Pero el gobierno y el PRI no pueden continuar un camino que sólo le genera costos y no le otorga ningún beneficio, ni siquiera el de sacar adelante las reformas que realmente quiere. El PRI no debe desechar al PRD, pero si quiere sacar adelante estas reformas debe regresar a lo que funciona: a los acuerdos legislativos con el PAN, manteniendo el apoyo del PVEM y de Nueva Alianza que ahora, superado un largo de periodo de diferencias internas y ya con la dirigencia unívoca de Luis Castro, será mucho más viable.