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Marginalia: Otro al club

Superiberia

La mayoría de los escritores que estamos por publicar (algunos pasamos años “por publicar”) nos quejamos de no tener el mínimo reconocimiento de nuestros colegas, ni la cortesía de la lectura de los amigos. Pero lo que en verdad nos perturba es la realidad de las amadas letras; mientras estemos vivos, jamás valdrán tanto como cuando dejamos de existir.

Don Álvaro nunca se consideró un escritor profesional, aunque desayunaba, comía y fornicaba con las letras. Las amaba. Respiraba versos. Fue su trabajo y principalmente el ritmo que empleaba al escribir, inspiración y atrayente natural de muchos escritores.

La FIL le va a rendir homenaje a don Álvaro Mutis Jaramillo, fallecido el fin de semana. Eso me conflictúa un poco porque como escritor, ya muerto como que no creo poder disfrutar mucho de mi homenaje*.

Don Álvaro no fue cualquier escritor de cuentos de vampiros que brillan con el sol. No, por supuesto que no, era un escritor serio. Obtuvo premios como el Miguel de Cervantes, y aunque a decir verdad, no conocí su obra a fondo, su ensayo de “De lecturas y algo del mundo” compaginaba su disputa contra la mediocridad y la ceguera; con una voz solitaria entre los solitarios y es cuando menos esencial identificarse con ello.

No me atrevo a decir que era de los mejores de su generación como afirma CNN (tenía como 90 años), porque para los entendidos, eso es verdadero egocentrismo.

Era exuberante, no tanto como Portilla o Lavín, pero lo era, tuvo la gracia de trabajar con García Márquez y afirmaba que (tal y como yo lo hago y eso le da esperanzas a mi humanidad), los temas brotaban, sin anotaciones laboriosas, planificaciones o una extensa manipulación del lenguaje para concebir un plan de trabajo.

Como todo buen escritor sufrió mucho y estuvo en contra de casi todo. Le tocó una dictadura, acusaciones falsas, exilio, cárcel, y protesta: su vida podría resumir las aspiraciones de todo amante de las letras moderno. Todo romántico literario.

Ahora, que por fin le ganó la pelea a la vida librándose de ella, su obra nos deja un conjunto de visiones auténticas e indispensables.

No dudo será pronto saludado en ese limbo donde está Poe tomando ron como si no hubiera mañana, frente a Whitman, el de los colmillos. Al lado de Borgues que mira cómo Benedetti sigue pidiendo permiso para ingresar, en la ventana donde Jorge Cuesta y Federico Lorca entrevistan a Cortázar, debajo del póster que dice “No se admiten ni Paulos ni Coelhos”, allí, en ese lúgubre café-bar, la puerta se va a abrir entre aplausos y sonrisas.

Hasta pronto, Mutis.

 

*No enciendan las antorchas, es evidentemente un sarcasmo.

@amolianelvein

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