El movimiento de las y los maestros de la CNTE me ha hecho reflexionar. ¿Por qué, a pesar de que la mayoría son mujeres, no vemos ni oímos sus trabajos y sus reclamos? ¿Qué piensan ellas sobre la reforma educativa? ¿En verdad, lo que dicen sus líderes es lo que ellas sienten? Es decir, ¿las representan?
La OCDE afirma que gastamos 83.1% de nuestro presupuesto para educación en sueldo del profesorado, y 93.3% a la remuneración del personal en su conjunto, siendo el porcentaje más alto de todos los países de la OCDE. Y, sin embargo, hasta ellas y ellos están conscientes de la urgencia de evaluar su trabajo. La dificultad, según parece, estriba “en las formas y contenidos de la evaluación”.
La explicación que ha dado la consejera del nuevo Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, Sylvia Schmelkes, no deja lugar a dudas. La evaluación se considera como una etapa del proceso de formación permanente y no, una forma de castigo para nadie. Lo primero que me inquieta es: ¿por qué las maestras y los maestros reclaman sobre esta “injusticia” (evaluar como forma de castigo), si ellas y ellos la han aplicado con gusto durante decenas de años a sus alumnas y alumnos?
Las maestras, algunas, afirman que han sido excluidas del debate sobre la reforma y parece que tienen razón. De 14 representantes, 12 son hombres. Nuevamente, no son ni 30% mínimo, que según la experiencia mundial es necesario para que las “minorías” (aunque en este caso, las maestras son una aplastante mayoría) sean escuchadas.
El sexismo dentro del sindicato que presume de democrático, es evidente: ellas no tienen las mismas posibilidades de ascenso laboral que los varones. La Encuesta Internacional sobre la Enseñanza y el Aprendizaje muestra que sólo 34.7% de los directores de secundarias en México son mujeres.
Uno de los testimonios que encontré de una maestra: “Vivimos en un Estado patriarcal en donde desde los funcionarios desvalorizan el trabajo de las mujeres. A las primeras que salieron a desprestigiar fue a las maestras de educación preescolar considerando que lo que hacemos no es algo fundamental en el proceso de desarrollo de cualquier niño”.
Las maestras que participan en las manifestaciones y en el plantón del Zócalo, además de las mismas incomodidades, tienen sobre sí la famosa doble jornada: ellas son las encargadas de que funcione esta “pequeña ciudad” instalada en la precariedad, además de marchar y protestar. Siguen teniendo que ver qué hacen con sus hijas e hijos, quienes, por supuesto, tampoco van a la escuela. Algunas se los llevan; otras, los dejan encargados en la comunidad. Todas, con la preocupación por su salud y bienestar.
Todos estos “contratiempos” (la vida misma de mujeres y niñas/os) no son tocados por nadie. Hasta parece que no existieran. Otros testimonios: “El sindicato debe discutir cómo apoyar a las compañeras que deben cuidar hijos y realizar labores domésticas; este apoyo repercutirá en el movimiento, pues más mujeres podrán participar y habrá más posibilidades de éxito en esta lucha que apenas empieza”. “Nosotras estamos acá, con nuestra experiencia, con nuestros miedos, nuestros deseos, nuestros sueños, todo lo que traemos para transformar esta realidad”. Creo que deben ser escuchadas.
*Licenciada en pedagogía y especialista en estudios de género