¿Qué celebrar ahora?
¿Bajo qué concepto podemos decir que somos independientes?
Lo más popular en México son las fiestas. Y la más popular de todas es la de la noche del 15 de septiembre. Hay día del Padre, de la Madre (todos los días), del maestro, de la Revolución, de la USB, del hotmail, bueno no sé, hay de todo para celebrar en este país que nació riéndose de sus desgracias y así ha de terminar sus días.
Ahora nos ocupa hablar de la Independencia de México, de dar El Grito, de beber y mirar, de fuegos de artificio y orgullo nacionalista.
La noche del 15, casi todos tenemos plena consciencia de que en realidad no pasó nada. Ese día ni comenzó ni terminó la Independencia, y lo que festejamos… bueno, “no necesariamente debe haber un motivo para festejar”.
Esa noche, el Virrey y compañía estuvieron tranquilos. Consagrados a cultivar con seriedad el fino arte aristocrático de no hacer absolutamente nada.
Pero en Querétaro (bonita ciudad por cierto, repleta de iglesias) los que conspiraban, esos sí pasaron una noche de tribulación.
Tampoco sonó la campana ni hubo indios con antorchas repitiendo los heroicos gritos del cura. Es más, me atrevo a decir (porque soy harto atrevido) que el movimiento que organizó Miguel no tuvo mayor movimiento que la zona comprendida por Querétaro, Guadalajara, tal vez Guanajuato y áreas cercanas a la Ciudad de México.
Esa es otra gran maquinación de las costumbres; la Independencia no tendría lugar, en realidad, sino hasta 10 años después de esa noche, sin antorchas ni balas ni manchas de sangre por todos lados porque Tarantino no estaba aún en escena. Aquí en Córdoba O’Donojú, Iturbide y otros estaban firmando papelitos y despachando asuntos con una fluidez competidora del río Orizaba.
Curiosamente, muchos años después, Don Porfirio Wayne, es decir, Díaz, nació. Y se acostumbró celebrar su cumpleaños con una verbena popular; ya que duró mucho tiempo su estadía por la silla, se terminó por hacer una costumbre.
En una de esas extreme partys, Don Porfirio pidió que le llevaran la campana de Dolores, y saliendo al balcón para saludar a todos, la hizo sonar, supongo que fue algo muy Dubsetp.
No gritó nada que podamos recordar y la costumbre, el tiempo y las casualidades hicieron lo propio.
La fiesta a la que asistimos pues, es tan falsa como que el ciempiés tenga 100 pies, el champán sea francés o que los toros te persiguen por la tela roja.
En otras palabras, es una “tradición popular”, como decir estupideces y subir fotos al “feis”.
¿Qué celebrar?
Pues parece un tanto absurdo, que tengamos algún motivo por el cuál celebrar algo. En medio de una recesión que ha durado creo que 200 años, la próxima privatización de los energéticos, el IVA a los chicles (¡A los chicles!), las 12 obras de remodelación no finalizadas en la ciudad, y muchos etcéteras. Pero podríamos celebrar que pese a todo pronóstico, no hemos podido destruir nuestro país.
La realidad se comporta como si fuese hermosa, es el secreto de su encanto.
Empero podemos asistir a la ceremonia del Grito, ver a los políticos tercermundistas que nos roban, gritar con ellos que muera el mal gobierno y viva la virgen y todo eso, y beber tequila y brindar como si tuviéramos dinero.
Después de todo, ¿cuál podría ser el motivo para no festejar?
Somos tan dependientes de los Estados Unidos que es risible que nos permitamos el lujo de afirmar tenemos identidad propia. Tan dependientes de las poses sociales que es absurdo el llegar a casa y confrontarse con uno mismo, y allí entran los medios de comunicación, suprimiendo toda capacidad inherente de reflexión. No existe Independencia alguna. No es posible afirmar que la lucha de Hidalgo tuvo ya un desenlace, si es que, tomamos como su meta formar un país autónomo (que no lo era).
Yo no creo que exista un motivo para festejar, pero sí un pretexto para reunirnos y compartir nuestras penas.
¿Independencia?
@AmolianElvein