Aleluya Moreno Lorenses Oropesa
Columnista
No por nada se le facilita al Peje proponer negociaciones con los malos, cuándo con re-malos refina más de un café al día. Igual pasa con sus oponentes, pues todos comparten una constante: acceder al cargo político público más preciado por sus beneficios económicos, aunque giman hacerlo por la Patria, entre otros: gozar de pensión vitalicia, de un cuerpo de asesores pagados por nosotros y un equipo militar de seguridad personal. Además, claro, de gozar de su estatua en el Paseo de los Presidentes; y, por qué no, del retiro eterno en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Importa el programa, no las ocurrencias. En las inconsistencias de su actuación mediática, coherencia se mira en las primicias del joven maravilla, Anaya. Una de ellas, fue la interdicción de Dante Delgado el día que protestó como candidato del MC, quien con el argumento de estar en su casa, lo conminó a no responder a reporteros banqueteros preguntas apresuradas; sin respetar el formato de la coalición Al Frente por México.
Reconociendo las capacidades mentoras de su anfitrión, Ricardo le dio la razón, sobre todo por la sistematicidad de sus actos, entre los cuales está la puntualidad.
El hecho, motivo de escarnio de legos y mal intencionados, marca una diferencia con otras campañas centradas en ocurrencias egocéntricas para solaz de la noticia; calentando momios, como gustan comentaristas, analistas y vendedores de notas histriónicas y rojas.
Algo semejante pasa con la campaña obstaculizada de Marichuy, delimitada técnicamente para participar en el proceso electoral del 2018 haciendo propaganda a favor del programa del Congreso Nacional Indígena: difundir las magras condiciones de vida y trabajo de los indígenas, así como del conjunto de los trabajadores, clase media y una gran tajada de la burguesía vetada de los grandes negocios de Estado. Sin importar cuánto pueda avanzar, sus objetivos se van cumpliendo.
¿Ah de ser una cosa el programa y, otra el candidato? No. Razonamientos populares, muchos de ellos de origen bíblico, sugieren lo contrario: has el bien y no mires a quién”, “agua que no has de beber, jala la cadena”; “has lo que dices”; “como dices, acaeces”. “Quien con lobos anda aullar aprende”. Detrás de esos sencillos razonamientos hay principios de certeza científica crítica, básicos para evitar incoherencias: une la teoría con la práctica pues, al caso, una brota con la otra. O, mejor: la unidad es inmanente del objeto; y, más, del sujeto en plenitud.
Lo inaceptable por injusto e irracional es que los políticos prometan personalmente en campaña una cosa, y hagan otras ya sentados en los cargos nominales.
Es ilógico, no es democrático, pero es real. En la sociedad alienada no importan las inconsistencias señaladas, pues la vorágine de acomodos coyunturales es consentida por quienes hacen el guión, ponen la tramoya, realizando el casting para seleccionar al mejor reparto de la temporada; reservándose además el acceso al escenario.
Así han hecho historia, así la hacen y así la harán, pues nada en sus actuaciones personales indica lo contrario, a pesar de lo correcto que parezcan sus discursos.
Un desliz manifiesto. Mientras mienten públicamente al propagar la selección de candidatos mediante encuestas, cúpulas deciden quiénes serán los candidatos, a partir de sus enroques. ¿A quién creen que encandilan con el cuento de la ciudadanía, eligiendo libremente a sus candidatos?
¿Y las reuniones de sus miles de comités de base? ¿Dónde están las asambleas, arengando a favor de los mejores compañeros? ¿En dónde se analizan, discuten, aclaran, posturas, en vez de batirse en los establos?
La selección nacional cachirul. Partidos verdaderos disponen de medios y formas de comunicación interna para ir cuajando su máxima: que bases y cabeza al través de su cuerpecito actúen como uno sólo, resultado de una paciente y tenaz formación entorno de caros principios; liderados por el mejor de ellos, para dirigir al conjunto nacional. Y no es así, sino lo contrario. Mediante un caro y sesudo estudio de campo realizado por mi colonia no se miran brigadas de militantes arengándose entre sí.
Déjense de pavadas: el activismo electorero es cosa de operadores, expertos y consultores, que se conocen entre sí a la perfección, pues toda su circunstancia gira alrededor de la representatividad social simulada; de la que viven holgadamente, y, por la cual erran sin recato.
¿Dónde están los miles de comités cantados alegremente por Morena? ¿Qué proselitismo hacen los militantes partidarios, para arengar entre ellos sus posturas, eligiendo a los mejores? El corporativismo a fuerzas del PRI es ornato de imágenes grises, de un candidato que nomás no pinta.
La caballada está flaca. Nada que no sean cachimbazos en los medios hacen los partidos rotulando sus arengas con un inefable argumento “campaña dirigida a militantes”, y, contabilizando los recursos gastados para no violar la Ley Electoral.
Obvia lo anterior el aglutinamiento de los nueve partidos en tres frentes para juntar más votos y rebasar por más del 5% a su próximo contendiente personalizado. Ésta, más que una meta de ellos, es una exigencia de Estado para lograr, así, la legitimidad negada de un ácido
voto, el voto de castigo y la abstención.
El próximo será diferente. Esa, que es una debilidad peculiar de la política a la mexicana, igual sirve para blandir una Bandera gustada no tanto por el Estado, como por la grilla entre grupos peleándose los puestos legalismo asegurado.
No obstante, a la hegemonía le conviene el ateneo programático del poder gubernamental para darle continuidad a su plan de desarrollo económico, pero no puede evitar el desencanto político de las masas concretado en la anulación del Gobierno: si las cosas salen mal, o peor, fue por el presidente, gobernador, senador, diputado o cabildo saliente.
Así razona el común de los políticos de oficio, expertos y especialistas en sentarse en sillas temporales ejecutando su rol indicado en el libreto electoral. Casualmente, no podrían hacer otra cosa, pues de proponérselo nomás no llegan al cargo. Colosio, dixit.
Los mejores candidatos de partido surgen por su presencia en medios, destacada mediante encuestas. La sobrevaloración del método indica la miseria de organizaciones políticas electoreras, distanciadas de labores sociales trascendentes, como son organizar a lo mejor de la sociedad en vanguardias activadas y educadas en el conocimiento y accionamiento de sus ideales.
Limitadas a logros vagamente definidos, y, peor estructurados, las organizaciones políticas se circunscriben a arengar legos. Los cinco millones de votos de jóvenes estrenando credencial del INE, son “bocado de cardenal”, pues su precaria edad se asocia al acceso a empleos, al círculo del poder, a poca o nula experiencia política, animosidad superficial y manipulación de opinión mediante golpes publicitarios baladíes; aparte, obvio, de la suculenta renta mensual
asegurada.
La política a la mexicana es un pingüe negocio.
Constitucionalmente, por cada voto, aun sin votar, de cada mexicano en edad de rebotar y ser vetado, los partidos reciben un porcentaje del salario mínimo vigente; más otro percentil de acuerdo a su capacidad de cooptarlos, a lo que se suman salarios, dietas y estímulos de todo tipo, de los candidatos triunfantes.
En eso se ha convertido la otrora digna actividad partidaria, remitiéndose a ser un simple mercadeo en pos de asegurar los frijolitos. Debido a ello, los partidos son bien renombrados como corporativo, franquicia integrada por accionistas sin recato; que, cuando así conviene a sus intereses, cambian de base como si fuera de calcetines.
La chismografía nacional, recurso de la enajenación de masas. Así vemos diariamente correr ríos de tinta denunciando casos y cosas de los cientos de postulantes, y, más, cuando la tormenta que se avecina -el cambio del modelo neoliberal por el socialdemócrata- los obliga a reposicionar fuerzas para ligar tratos de socios, afines al menos para la próxima temporada sexenal, protegiendo a mediano plazo cotos de caza mayor.
Ocúpense de tonterías, mientras la implacable capitalización de la riqueza acumulada continua comiéndose los recursos patrios; no hay día que pase sin verse los efectos sociales de esa premisa, concretada en un País atascado de baches, y, de olvidos.