Estimado lector.
Seguramente usted está hasta la coronilla del tema de la reforma educativa así como también seguramente ha lanzado más de un improperio en contra de los docentes sindicalizados que han hecho desmanes públicos afectando su libre tránsito por determinadas calles de la ciudad o peor aún, afectando a cientos de niños que están sin clase porque sus profesores están en su cruzada nacional en contra de la injusticia gubernamental.
El tema sin lugar a dudas es difícil y complicado. Por desgracia los medios de comunicación se han encargado de vendernos la idea de que lo que estamos viviendo es una reforma a la educación. Desgraciadamente esto no es verdad. La reforma educativa sucedió años atrás y si usted no lo sabe ésta significó un cambio tanto en la metodología como en los contenidos que los profesores imparten día con día en el salón de clases.
Lo que hoy estamos viendo suceder es una reforma laboral, un cambio en la estructura sindical que afecta los intereses económicos de los que están incorporados al llamado servicio docente. Es un hecho, querido lector, que por desgracia, los maestros han incurrido en situaciones aberrantes que jamás se debió haber permitido que sucedieran. Muchos de ellos llegaron a sus puestos porque compraron una plaza educativa o porque la heredaron de algún familiar y lo peor de todo es que en muchos de los casos (aclaro que no en todos) lo que los movió a conseguir su trabajo como docente no fue la vocación de servir y de enseñar sino el interés mezquino de tener un sueldo grande con prestaciones igual de generosas. Sí, es un hecho que es injusto que sus aguinaldos sean tan grandes, que sus bonos sean constantes, que a los maestros sindicalizados no se les toque ni con el pétalo de una rosa aún cuando su labor frente a grupo sea deplorable y sus alumnos aprendan más con un capítulo de “Como dice el dicho” o de “La Señorita Laura” que con la clase impartida. Sí, es un hecho que indigna que en Oaxaca por cada tres años escolares impartidos hay uno entero en que los alumnos no reciben clases porque sus maestros están en paro, o, para no ir a extremos tan grandes, es indignante que en muchas escuelas los maestros en los días de quincena “recorten” el horario escolar para ir a cobrar o que en muchos centros escolares los docentes ni se presenten por días sin que alguien les diga nada y sin que nadie les descuente ni un sólo peso de su pago.
Pero, ¿sabe qué estimado lector?, la culpa de esto no está en los docentes, finalmente ellos han recibido un beneficio que legalmente les pertenecía y que por ende tienen todo el derecho de luchar por él. La culpa está en aquellos que se hacen llamar “líderes sindicales” viejos dinosaurios que tienen años de no pararse en un salón de clases a menos que sea para la clásica sesión besamanos cuando hay una junta, un curso o un evento magisterial. Esos líderes que han llenado sus bolsillos a costa de los maestros agremiados, que estrenan autos último modelo a cada rato; que tienen hasta tres plazas docentes o más a su nombre; que venden al mejor postor la entrada al trabajo magisterial; que reciben dádivas de los gobernantes para acallarlos o para levantarlos en protestas según sea el caso que se necesite.
Y al igual que los líderes sindicales el Gobierno también tiene la culpa de lo que hoy se queja. No olvidemos que fueron los Gobiernos Priistas quienes otorgaron durante años estas concesiones para crear un populismo que le representara votos en las elecciones o que les permitiera manejar la agenda política con libertad. Ese mismo Gobierno que tiene en sus manos crear condiciones dignas de trabajo para los docentes y condiciones dignas de estudio para los millones de niños del país y que se ha quedado corto en lo que han realizado. Tan sólo hay que mirar hacia las escuelas rurales en donde en ocasiones no hay techos, o paredes, o pupitres o simplemente se carece de electricidad y agua potable. Tan sólo hay que preguntar a muchos de los maestros que hoy hacen desmanes y que provienen de las zonas marginales las maravillas que deben de hacer en sus aulas porque el Gobierno no les otorga lo mínimo para realizar su trabajo docente. Tan sólo hay que darse cuenta que muchos de los niños no aprenden bien en las escuelas no porque el docente sea malo sino porque es tan grande la pobreza en la que viven que apuradamente comieron un puñado de frijoles y una tortilla para llegar al salón de clases y estar una jornada completa atendiendo a su maestro. Ese mismo Gobierno que tampoco se ha parado en un aula y que desconoce la realidad que un profesor debe vivir día con día para lograr hacer su trabajo dignamente. Ese Gobierno que desea evaluar a los maestros y retirarlos de su cargo cuando a ellos nadie los evalúa ni los separa de su empleo porque gozan de un fuero que los vuelve intocables.
Es muy cierto que los maestros se han equivocado en la forma de levantar su voz; la toma de calles y de edificios gubernamentales, la quema de autos, secuestrar una caseta de cobro deteniendo el tráfico o dejando pasar los autos sin cobro de por medio no son acciones dignas de quien debe ser un ejemplo de pulcritud porque son la imagen que nuestros niños ven y siguen día con día. Pero, honestamente querido lector, ¿de qué otra forma harán valer sus derechos cuando el Gobierno hace oídos sordos y ojos ciegos? Por desgracia es esto a lo que nos han orillado las instituciones públicas que se quedan en su esfera de confort y piensan que su mundo es el único mundo existente y que fuera de su realidad no existe otra. Lo peor de todo es que esto acabará cuando el Gobierno compre a los líderes sindicales otorgándoles millones de pesos o cuando les entregue más y nuevas concesiones que les permitan volver a ser todo poderosos.
Tristemente todo esto se está llevando entre las piernas, a usted, a mí, a los niños y a muchos maestros que tienen vocación, a muchos docentes que dan el alma y la vida por enseñar a sus alumnos de la mejor manera, a millones de maestros a los que su profesión la viven de forma encarnada y entregan más del 100% de sí mimos para lograr que el futuro de este país sea un futuro que valga la pena.
Por ellos vale la pena reflexionar, informarnos y sólo hasta que entendamos todas las aristas de este problema lanzar un juicio pero, sobre todo, vale la pena participar y no quedarnos callados, porque hoy son ellos y mañana tal vez seamos nosotros.