Por: Catón / columnista
“Tú conoces bien, sobrino, mi gusto por la poesía de Ramón López Velarde. Si quieres llámame anticuado, pero ningún poeta de hoy me dice lo que me dice él. Muchos de los que ahora deshacen poesía abjuran del sentimiento, y como nada sienten nada dicen. El autor de “Zozobra”, en cambio, describió con hondura el combate que en cada hombre se libra entre la carne y el espíritu; las batallas en que Dios -él solo, pobrecito- se enfrenta a los demonios, que son muchos. A ese respecto déjame recordar un par de alejandrinos de Ramón: “He oído la rechifla de los demonios sobre / mis bancarrotas chuscas de pecador vulgar…”. Yo creo, Armando, que todos somos pecadores vulgares. Los pecados que cometemos los ha cometido ya Juan de las Cuerdas. Si sabes de alguien que invente alguno nuevo avísame por favor, para premiarlo por haber descubierto otra galaxia. Todos los pecadores somos vulgares, y también todos los pecados. Ciertamente la lujuria tiene en la belleza o el instinto circunstancias atenuantes. La gula y la pereza, pecados asimismo de la carne, pueden mostrar también detalles buenos. Pero a las culpas del espíritu –la soberbia, la envidia, la avaricia, la ira- nada las puede redimir. Que no te inquieten mucho, por lo tanto, los pecados del cuerpo: solitos se irán sin necesidad de rezos. Procura, eso sí, no incurrir en pecados del alma. Ésos se agravan con la edad, y hacen de tu vejez un castigo para ti y un fastidio para los demás. Yo también, como el poeta, he caído en bancarrotas chuscas. En diciembre pasado, por ejemplo, busqué a tres de mis novias de los pasados tiempos. A cada una le pedí que hiciéramos siquiera una vez más lo que entonces hicimos tantas veces. “¿No te gustaría un ‘remember’?” –les pregunté por turno tratando de aparecer ligero, aunque en verdad estaba ansioso de su aceptación. Porque has de saber, sobrino, que Diosito bueno me ha conservado el don de varonía, que ejerzo aún a mis años; claro, con ayuda de algún fármaco y de mucha imaginación. No estoy presumiendo: te estoy diciendo una verdad que espero te quite la preocupación de perder a los 60 ó 70 años lo que ahora tienes. Una buena salud y una mujer amorosa y comprensiva (y sabia) te ayudarán a llegar a los 80 en calidad de viejito querendón. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Las tres mujeres a las que pedí que rindiéramos homenaje a la nostalgia me mandaron a freír hongos. Con delicadeza y buenos modales, desde luego, pero con determinación, y eso que dos de ellas ya son viudas, y una divorciada, y a nadie tienen que dar cuenta de sus actos más que a su conciencia, que en estos casos se hace un poquito de la vista gorda. Una me dijo que estaba muy ocupada tejiendo una colcha para su nieta que se va a casar; otra me informó que el médico le prohíbe realizar cualquier esfuerzo, y la tercera tuvo una experiencia religiosa –se le apareció un ángel, o algo así- que le impide hacer “aquellas cosas”. De esa experiencia decembrina tu tío Felipe -o sea yo- desprendió una lección sabida ya de todos: los instantes bellos no se repiten nunca. Esa verdad se vuelve aún más verdadera cuando el nunca ya está cerca. Para reforzar lo que te digo déjame poner aquí los versos de otro de mis poetas favoritos, Wordsworth: “… Though nothing can bring back the hour / of splendor in the grass, of glory in the flower, / we will grieve not, rather find / strength in what remains behind…”. “Aunque nada puede hacer que vuelva la hora del esplendor en la hierba, de la gloria en la flor, no habremos de lamentarnos; antes bien hallaremos fortaleza en lo que atrás quedó.”. Goza el momento, Armando. Es fugitivo. Mira: ya se fue”… FIN.