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El terremoto de Orizaba: cuatro décadas de una tragedia

Superiberia

Hace cuarenta años la región de Orizaba se despertó más temprano que de costumbre. Eran aproximadamente las 3:45 horas de la madrugada, cuando la tierra se vio sacudida por un movimiento telúrico de alto impacto que duró casi 2 minutos, tiempo suficiente para que cerca de 100 personas perdieran la vida; miles resultaran lesionadas y más de mil 500 casas y edificios quedaran totalmente dañados.

El sueño de la población que dormía tranquilamente, fue interrumpido de manera abrupta por una horrible sacudida de la tierra, que los primeros 15 segundos fue trepidatoria y, después, por fortuna, se convirtió en oscilatoria con una persistencia de más de minuto y medio.
 

Según el Centro Meteorológico de Veracruz, el temblor fue de aproximadamente 7,2 grados en la escala de Richter (aunque hay registros de que alcanzó hasta los 8,7 grados), con un epicentro inexacto, algo que nunca había ocurrido en esta provincia. Los primeros rayos del sol iluminaron a una Pluviosilla hundida en la tragedia, con muertos y heridos por doquier; casas y edificios destruidos, gente enlutada y afligida por haber perdido a sus familiares y sus hogares.
 

Entre el miedo y la desesperación, la gente salió casi al unísono de sus casas, de los edificios y de las fábricas que suspendieron sus actividades porque los empleados y obreros corrían despavoridos para llegar pronto a sus viviendas y ver a sus familias. Todos querían saber qué había ocurrido con sus seres queridos. 

Esa infausta madrugada del 28 de agosto de 1973, todo era confusión y terror: los lamentos y gritos de la gente eran acompañados por el lúgubre ulular de las sirenas de las ambulancias. Los hospitales ya no tenían cupo para acoger a tantos heridos, por lo que se improvisaron albergues en los que galenos y voluntarios corrían de un lado a otro para brindar atención médica a infinidad de gente lesionada o agonizante.

Con el sismo de 1973, el patrimonio histórico colonial que todavía le quedaba a Orizaba se vio seriamente dañado. Muchos edificios fueron derrumbados, mientras que unos cuantos fueron remodelados como el Oratorio de San Felipe Neri (ahora Museo de Arte del Estado), el Teatro “Gral. Ignacio de la Llave”; el monumental Cine Real y la iglesia de Santa María de Guadalupe de Ixtaczoquitlán -al igual que la de Escamela y Maltrata- se derrumbaron en su totalidad; el centro de Río Blanco desapareció en la parte paralela de la iglesia y las casas que eran de los obreros de la fábrica textil.

Y cómo olvidar el desplome del edificio de tres pisos que ocupaba la empresa automovilística Packard, que ocasionó el mayor número de muertos;  el desmoronamiento de la cúpula de la iglesia de San Juan de Dios; el derrumbe de la Escuela Técnica número 48; la caída del Hospital Civil; la caída de las galeras de los trabajadores textiles de Cidosa, sepultando a 50 personas, así como afectaciones a numerosas casas del valle de Orizaba.

Pero Orizaba y sus alrededores, que quedaron casi destruidos, volvieron a levantarse. El dolor por la pérdida de amigos y familiares fue cicatrizando con el tiempo. Otros movimientos telúricos siguieron al de 1973, pero ninguno de tal magnitud, y hoy, a cuatro décadas de distancia, esa fatídica mañana sólo vive en nuestros recuerdos como una triste experiencia que pedimos al Creador no se repita jamás.

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