Por: Catón / columnista
Don Chinguetas y doña Macalota caminaban por el centro comercial. Un individuo con cara de tonto pasó del brazo de una estupenda fémina. “¡Carajo! -le comentó muy irritado don Chinguetas a su esposa-. ¡No me explico por qué los hombres más pendejos se llevan siempre a las mujeres más hermosas!”. “¡Caray, mi amor! –exclamó conmovida doña Macalota-. ¡Ése es el piropo más lindo que me has dicho desde que nos conocemos!”… Cuando alguien anda de mal humor por la mañana se dice que se levantó del lado equivocado de la cama. Eso le dijo Sor Dina, la portera del convento, a Sor Bette, la madre superiora. Preguntó ella: “¿Me dices que me levanté del lado equivocado de la cama porque ando de mal humor?”. “No, reverenda madre -contestó sor Dina-. Se lo digo porque trae puestas las pantuflas del padre Juan”… En mi ciudad había tres cines, uno para cada clase social. (Entonces había aún clases sociales). El de la aristocracia citadina era el Palacio. A él asistían las familias bien, muchas de las cuales andaban retemal. Se exhibían ahí únicamente películas americanas, y la celosa vigilancia del policía de la sala, Tranquilino, era por completo innecesaria, pues los señores salían a fumar al foyer, y las muchachas, alumnas todas de colegios religiosos y cuyo único libro era “Pureza y hermosura”, no permitían ningún acercamiento a su hermosura, y menos aún a su pureza. El cine de la clase media era el Saltillo, donde pasaban las películas de Cantinflas, Jorge Negrete y Pedro Infante. Y para la clase popular estaba el Royal, al que se entraba presentando tres bolsas de café K-Cero o diez envolturas de mejor mejora Mejoral. Ahí el ruidoso público aplaudía las contorsiones de Ninón Sevilla y las rocambolescas aventuras de Tin Tan. En ese cine, el Royal, solía suceder que cuando un niño lloraba estrepitosamente jamás faltaba un lépero que gritaba a toda voz: “¡Cómo haces falta, Herodes!”. Hoy es el día de los Santos Inocentes, a quienes la liturgia católica saluda con poético clamor: “¡Salve, flores graciosas del martirio a quien un enemigo del Señor tronchó como el vendaval a las flores de abril! Inocentes víctimas primaverales, jugáis en el altar con vuestras palmas y vuestras coronas”. En esta fecha era costumbre contar a alguien una mentira innocua, y si se la creía decirle burlonamente: “¡Inocente para siempre!”. Pues bien: a quien crea que el PRI ha cambiado se le debe decir eso: “¡Inocente para siempre!”. Conserva el partido tricolor su desdén por la opinión de los ciudadanos. Ejemplo de eso fue el nombramiento de Rubén Moreira como integrante del Comité Nacional priista. La designación hecha por Ochoa Reza acarrea desprestigio a la Administración de Peña Nieto y en nada favorece a la candidatura de José Antonio Meade. Ochoa debería llevar a la estructura priista gente con buena imagen, cuya presencia en la campaña ayude al candidato en vez de perjudicarlo. Tal se diría que para el PRI los ciudadanos somos inocentes para siempre… La maestra le dijo al inspector escolar: “El alumno Pepito está muy adelantado para su edad. Cursa el segundo grado, pero creo que deberíamos ponerlo en tercero”. “A ver -indicó el funcionario-. Hágale algunas preguntas”. “Dime, Pepito -empezó la profesora-. ¿Qué es lo primero que le introduce el hombre a la mujer cuando se casan?”. “El anillo” -respondió Pepito. “Y dime: ¿en qué parte la mujer tiene el pelo más rizado?”. “En África”. “Ahora di: ¿qué es lo que los perros hacen en tres patas, los hombres en dos y las mujeres sentadas?”. “Saludar”. Dijo el inspector: “Maestra: ponga a ese niño en sexto. Yo equivoqué todas las respuestas”… FIN.