Por: Verónica Carbajal García / columnista
Los periodistas en Veracruz vivimos en un ambiente psicosocial de estrés y miedo, principalmente cuando acaba de ocurrir el asesinato de alguien que está o estuvo en el medio. Así, aunque la Fiscalía de Veracruz determinó mediante comunicado que la muerte de Gumaro Pérez Aguilando no está vinculada a la actividad periodística. Y las redes sociales se encarguen de difundir mensajes alrededor de la víctima, el clima de zozobra e intranquilidad quizá disminuye, pero no desaparece.
Gumaro fue asesinado a balazos el martes 19 en Acayucan, durante el evento navideño de su pequeño hijo realizado en la escuela a la que asiste. Inicialmente se difundió, era periodista, y la conmoción nacional fue grande. El trastorno en Veracruz es todavía mayor. Ni se diga en la región donde ocurrió el hecho. Pero sobre todo la afectación debió ser mayor para quienes lo conocieron, cuando fue reportero.
En un taller al que fui invitada este año, se habló precisamente de ese aspecto “psicosocial” de los periodistas, de ese daño grabado en cada uno, como cicatriz, cuando la tranquilidad se ve turbada por un hecho violento cercano, llámese asesinato o amenaza, el peso psicológico, el daño al entorno cotidiano, es tal, que puede llegar a cambiar tus rutinas, tu día a día, tu visión del ser periodista.
Increíblemente, no siempre somos conscientes de ese daño, esa alteración a nuestras vidas. Al menos, de ello nos dimos cuenta la mayoría de quienes estuvimos en ese taller, sino hasta que la psicóloga y talleristas, se pusieron a explicarlo de tal manera, que te ves reflejado en ello, el saco te queda, porque la mayoría de quienes ejercemos el periodismo conocimos de cerca o lejos, de nombre o mención, a alguno de esos periodistas que en Veracruz, forman parte de la lista de los sin vida.
Es tan relevante para nuestras vidas ese aspecto psicosocial para los periodistas, porque se refiere a nuestra conducta, a nuestro accionar como individuos, porque nuestro comportamiento en el contexto social, nuestro compromiso con la profesión, puede verse alterado. Y nuestro entorno cambia por el estrés, por el miedo, la inseguridad, el riesgo laboral.
Las repercusiones psicológicas y sociales que cada uno ha vivido de cerca o lejos, por haber conocido a un periodista que fue asesinado o amenazado, o porque sufrió personalmente una situación de amenaza o violencia, arroja resultados que pasman y asombran, porque la mayoría hemos vivido algo así.
Y las secuelas pueden afectar nuestra calidad en el desempeño profesional, a la familia, a nuestro entorno, y no nos damos cuenta, hasta que nos hacen analizarlo de esa manera, con esa frialdad de números y relatos, cuando somos capaces de expandirnos, desahogarnos, sincerarnos y confesar, que casi todos hemos sido alterados por el grave problema de la violencia en el medio periodístico.
Señalar que Siria y México son los países más letales para los periodistas, es mucho decir. El mismo día 19, la organización Reporteros Sin Fronteras publicó su informe y asentó que Siria era el más mortífero del mundo con 12 periodistas muertos este 2017. Unas horas después, México se pondría a la par en la cifra, tras el asesinato de Gumaro Pérez.
No debería haber punto de comparación, porque allá se vive una guerra civil. Aquí se habla de una guerra contra la delincuencia, y no la iniciamos los ciudadanos o los periodistas -hoy víctimas- sino el Gobierno. “Al igual que el año pasado, México es el País en paz más peligroso del mundo para los reporteros”, cita RSF.
Sin importar quién gobierna, nombres o partidos, todas esas vidas de periodistas o ciudadanos no debieron perderse. No deberían seguir ocurriendo. Que la memoria no falle, Veracruz sumó este año más agresiones, reveló la propia Comisión Estatal para la Atención y Protección de Periodistas (CEAPP), antes de Gumaro fueron: Cándido Ríos Vázquez en Hueyapan de Ocampo, el 22 de agosto; Edwin Rivera Paz en Acayucan, el 10 de julio; y Ricardo Monluí Cabrera, en Yanga el 19 de marzo. Descansen en paz.