Por: Andrés Timoteo / columnista
La leyenda de la flor de Cempasúchil o Flor de Muerto varía de una región a otra, aunque conserva el componente inamovible de que fue una mujer trasformada en una flor que imita al Sol –por eso su color amarillo o naranja-. El olor intenso que despide es porque murió y fue traída desde el inframundo por los dioses prehispánicos. Unos cuentan que era una doncella prometida a un caballero jaguar, el cual murió en batalla y ella, al saberlo, también falleció de tristeza.
Chicomecóatl, la diosa tierra de la tierra, conmovida por ese amor interrumpido, hizo que la doncella brotara de sus entrañas, transformada en una flor, mientras que Huitzilopochtli, el Sol, concedió al novio regresar en forma de colibrí para fecundarla. En otra parte se cuenta que la doncella enamoró al mismo Huitzilopochtli, quien adoptó una forma mortal para cortejarla y convivir con ella, pero la doncella descubrió que no era humano y murió de la impresión.
El dios-Sol la resucitó en forma de flor con veinte pétalos –el significado de su nombre- y que fueron los veinte días y veinte noches que duró su idilio en la tierra. En el Sureste de México, la leyenda habla de una hermosa princesa que desató la pasión en Tezcatlipoca, la deidad oscura del inframundo, pero ella lo rechazó cuando quiso seducirla. Furioso, el Dios la besó a fuerza ocasionándole la muerte. Tezcatlipoca no la pudo revivir en su forma humana y lo hizo en una flor que lleva por siempre su aliento azufroso.
Desde entonces es la flor de los muertos, la imitadora del Sol, pero con olor nauseabundo que recuerda los dominios sepulcrales, florece en estas fechas para adornar los altares y engalanar los cenotafios, al igual que la llamada ‘Moco de pavo’ o ‘Flor de terciopelo’. Son parte de nuestra cultura y dan colorido a la misma. Veracruz, al igual que el resto del País, les hace fiesta a sus difuntos que vuelven cada año, con flores como componente insustituible de la ofrenda amorosa para quien regresa.
No es día de brujas ni de zombis ni de asesinos seriales ni de fantasmas horrorosos ni cultos satánicos, sino del bello ‘reencuentro’ de los vivos con aquellos seres queridos que están ausentes del plano físico. No es el Halloween gringo porque en la fiesta mexicana el horror no tiene cabida, aun cuando muchos se empeñen en imponer esa costumbre ajena. El Día de Muertos es para invocar los recuerdos amables porque allí viven los nuestros que se fueron antes.
LOS ‘MUERTOS CHIQUITOS’
De acuerdo a la tradición, el pasado lunes 30 de octubre llegaron las almas de los no-natos, es decir, aquellos bebés que murieron sin haber nacido, sea por accidente, enfermedad o por aborto –vaya, ahí tienen una mina ideológica los mochos y ultraconservadores con su palabrería de defender la vida desde la concepción- y ayer martes 31, arribaron los “muertos chiquitos”, todos los que fallecieron en la niñez o la adolescencia. Ellos se van hoy, día primero de noviembre y llegan los difuntos mayores.
Aun cuando los mexicanos están tan familiarizados con la muerte, a la que le hacen fiesta, el deceso tan temprano de las personas continúa siendo un trance que marca a la familia y a la comunidad. Y no sólo en México, sino en todo el mundo la muerte de un infante es un choque social. Es la muerte que no debe suceder porque está en contra del reloj biológico: los que mueren primero son los viejos, no los jóvenes ni mucho menos los niños. Esa es la lógica humana.
Actualmente, en esa estela de dolor que hay en México, los “muertos chiquitos” van acompañados con historias personales más trágicas que las normales, que aquellas que produjeron la muerte por una causa natural o accidental. Ahora se tiene una serie de homicidios de pequeños en esa ola de violencia criminal que castiga al País y a Veracruz: los niños que asesinan a balazos cuando estaban con sus padres, los que plagian y no sólo los privan de la vida sino que atacan sexualmente y mutilan.
En la región popoluca de Soteapan acaban de sepultar a Mary Luz, una pequeña de 12 años de edad que fue violentada sexualmente y degollada. Ahí cerca en Coatzacoalcos, otra niña de 4 años murió tras ser baleada a mitad del mes cuando unos sicarios atacaron a sus padres. Y en esa misma ciudad todavía se recuerda con dolor a la niña Karime Cruz, secuestrada y asesinada a martillazos. La plagiaron junto con una tía en junio del 2014 y tres meses después localizaron su cadáver sepultado clandestinamente en un traspatio.
En Córdoba, a principios de agosto pasado un niño de cinco años pereció tras recibir un balazo en la cabeza también durante un ataque a sus padres en el estacionamiento de un centro comercial. A final del mes, otra niña de 7 años falleció en una circunstancia similar. En la llamada Ciudad de los Treinta Caballeros sigue doliendo el asesinato de Abigail Bautista de 15 años, violada sexualmente y asfixiada en la colonia Antorcha Campesina en el 2014.
Pero el horror aumenta, pues en las excavaciones de fosas clandestinas del predio Colinas de Santa Fe se encontró ropa y calzado de niños, lo que hace sospechar que ahí arrojaron a pequeños que fueron plagiados y asesinados, según el reporte de los activistas. Y esas son apenas unas de tantas historias de inocentes arrollados por la maldad humana. Por eso, como se dijo en el texto anterior, cada fiesta de los difuntos se hace menos alegre por esas ausencias absurdas que avergüenzan a una sociedad que no sabe proteger a sus niños.
LA ACADEMIA DEL TERROR
Un tema macabro, pero concatenado a lo antes expuesto es la labor de los vivos que buscan a sus ‘no-muertos’. El lunes, colectivos de personas que tratan de localizar a sus familiares desaparecidos ingresaron en un sitio ícono de la docena trágica –los últimos dos sexenios-: la Academia Estatal de Policía ubicada en El Lencero, municipio de Emiliano Zapata, y que es un emblema maligno de lo que sucedió en Veracruz cuando estuvieron vigentes los pactos entre el Gobierno Estatal y los cárteles del narcotráfico.
La Policía Estatal sirvió como brazo operativo de la mafia y la sede de dicha academia policíaca fue un centro de operaciones criminales, según la leyenda negra que la rodea, sobre todo en el tiempo en que Arturo Bermúdez Zurita estuvo al frente de la Secretaría de Seguridad Pública. Ahí fue torturado y posiblemente asesinado el cantante amateur Gibrán Matiz, “levantado” en enero del 2014 junto con otro joven –de cuyo paradero no se sabe- por efectivos policiacos a petición del hijastro de Bermúdez Zurita, con quien habría tenido un altercado en un centro nocturno.
Y al igual que ambos jóvenes; muchas otras personas ingresaron en estas instalaciones, habilitadas como cárcel clandestina y centro de tortura, para no salir jamás. Al terror del proceder criminal de los agentes y funcionarios se engarzan los mitos que envuelven a El Lencero. Por ejemplo, al interior había una especie de zoológico privado de Bermúdez Zurita con lagartos y felinos –según se argumentó estaban en resguardo- pero la leyenda urbana llegó a contar que esos animales eran alimentados con los cadáveres de los detenidos-‘levantados’- torturados-desaparecidos.
Se presume que bajo el suelo de El Lencero hay inhumaciones clandestinas. También se ha mencionado a los famosos “pozos de la muerte” del general que nunca fue, Bermúdez Zurita. Otros hablan de “emparedamientos” y algunos se aventuran a citar la incineración de cadáveres o la práctica de las “cocinas” del crimen organizado, es decir, el deshacer los restos humanos en tambos con ácido.
¿Qué secretos terribles esconde El Lencero? Es lo que tratan de averiguar los activistas que decidieron ingresar y buscar por ellos mismos porque no confían en las autoridades. Y tienen razón porque el escudriñamiento del sitio debió hacerse desde el momento mismo en que inició la Administración Estatal. La búsqueda de fosas clandestinas y desaparecidos, y también la investigación sobre las detenciones ilegales, las sesiones de tortura y asesinatos en su interior debieron ser prioridad inicial.
Por eso es histórica la presencia de los colectivos en dicho lugar. Allí urge confirmar las sospechas o desechar las leyendas. Claro, el que no haya rastros de cadáveres o inhumaciones clandestinas tampoco significa que no sucedieron esos ilícitos y entonces, es urgente que a El Lencero ingresen también peritos en medicina y criminalística forenses. El lugar está maldito y debe “limpiarse” judicialmente. Es deber de los vivos saber lo que pasó en ese sitio.
CALAVERAS AL PELÓN
Al que se va a cargar la calaca, huesuda y flaca, es al priista Reveriano Pérez Vega, el alcalde de Coxquihui quien ayer fue desaforado en el Congreso Local. Al famoso “Pelón Mayor” que encabeza la banda delictiva conocida como “Los Pelones” se le acusa de evasión de reos, abuso de autoridad y otros ilícitos. En el 2014, el edil impidió la detención de uno de sus familiares, acusado de asesinato, y con su guardia pretoriana amenazó y expulsó a los agentes ministeriales.
“Yo soy la mera reata de Coxquihui”, presumió el procaz sujeto ante los policías a los que obligó liberar al detenido e irse del pueblo. Pero no es el único delito que ha cometido, pues es todo un pillo que ha sembrado el terror en la región totonaca, de la mano con grupos del crimen organizado. En su haber hay desde asaltos, atentados, amenazas hasta secuestros y homicidios.
Desde ayer, Pérez Vega es sujeto a cárcel, a ver si no se les pela a la Policía. Por cierto, quienes votaron en contra de desaforarlo fueron los diputados priistas, quienes no niegan la cruz de su parroquia y son siempre defensores de lo malo. Nadie dude que ahora que no es alcalde, a Pérez Vega lo quieran postular para asumir la dirigencia estatal del PRI, pues uno de sus padrinos es el senador Héctor Yunes Landa. El otro protector es el innombrable, y entonces el “Pelón Mayor” es la simbiosis de la fidelidad con el yunismo rojo.