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Las decepciones de la democracia

Superiberia

 Por: Gilberto Nieto Aguilar /  columnista

En Grecia y Roma clásicas se establecieron por primera vez sistemas de Gobierno que permitieron la participación popular de los ciudadanos cuyo proceso se mantuvo durante varios siglos. Después, el progreso de esta forma de Gobierno derivó en su caída y desaparición. Es difícil asegurarlo, pero tal parece que parte de la expansión de la democracia puede explicarse por la difusión de las ideas y las prácticas que de ella se hicieron desde el último siglo de la Europa medieval hasta el Siglo de la Luces.

Para transitar de las asambleas griegas a los parlamentos europeos tuvo que pasar mucho tiempo, en donde jugó un papel destacado el parlamento de la Inglaterra medieval. Progresivamente se incubó la idea de que los gobiernos requerían el consentimiento de los gobernados y este pensamiento fue creciendo gradualmente hasta abarcar a las leyes en general, instalándose un tipo de democracia que combina la tradición con la modernidad. Para ello, Inglaterra tuvo que enfrentar un largo proceso de transformación de una monarquía absoluta a una monarquía parlamentaria.

Sin embargo, «las fuertes desigualdades oponían enormes obstáculos a la democracia: diferencias en derechos, deberes, influencias y poder entre esclavos y hombres libres, ricos y pobres, propietarios de tierras y no propietarios, amos y siervos, hombres y mujeres, jornaleros y aprendices, artesanos y propietarios, burgueses y banqueros, señores feudales y feudatarios, nobles y hombres comunes, monarcas y súbditos…» Robert Dahl, “La democracia. Una guía para los ciudadanos”, Taurus, México, 2006.

Desde finales de la Edad Media hasta el Siglo XVIII, aparecen los grandes pensadores que difunden las ideas y los valores de la democracia que, por desgracia no llega a todos y además algunos ni siquiera lo comprenden. El camino, entonces, nunca fue fácil. «Hubo subidas y caídas, movimientos de resistencia, rebeliones, guerras civiles, revoluciones» (Dahl). Sus posibilidades han sido inciertas, dependiendo de las circunstancias y las coincidencias en un lugar y tiempo determinados.

Estos últimos años de crisis y desaliento, de desconfianza y frustración, han llenado las calles de muchos países del mundo los manifestantes indignados (como el 15-M en España) que han proyectado nuevos movimientos sociales, haciendo que se tambaleen muchas instituciones. Han desatado grandes pasiones políticas, pero de manera especial han generado cierto desconcierto. Puede que los tiempos de indignación sean también tiempos de confusión, como lo trata Daniel Innerarity en su libro “La política en tiempos de indignación” (Ed. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015).

Dice Innerarity que cuando la democracia es auténtica, es un espacio en donde no pueden ocultarse sus debilidades e imperfecciones. Se convierte en un régimen de desocultación, en el que se vigila, descubre, critica, desconfía, protesta e impugna. Bernard Crick, en 1962 (“En defensa de la política”), sostuvo que la política es una actividad que tiene que ser protegida tanto de quienes la quieren pervertir como de quienes tienen expectativas desmesuradas sobre ella. Por ello urge cuestionar todo tipo de «razones», pues nuestro tiempo es muy prolífico en dispares tipos de racionalidad, algunas de ellas de nefastas consecuencias.

gilnieto2012@gmail.com

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