En éstas y en las próximas semanas el verbo de moda en el ámbito político y en el llamado círculo rojo, y lo que ello signifique, será privatizar. De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, que el escribidor supone de uso común, este verbo transitivo significa “transferir una empresa o actividad pública al sector privado”. Está y estará de moda porque, como se dice en el argot político, ya se soltaron los demonios desde que el Gobierno de la República y los partidos que forman el Pacto por México anunciaron que emprenderán una reforma legal que pretende modificar la operación del sector energético del país.
Los políticos y los medios de información han reducido la llamada reforma energética a una empresa pública llamada Petróleos Mexicanos (Pemex), apetitoso pastel según todas las evidencias. El sector energético, de acuerdo con el artículo 27 de la tanto y mal citada Constitución Mexicana, incluye en el sector energético a otras formas de energía como la eléctrica, la nuclear, por citar dos de memoria, y no nada más a la proveniente del petróleo. Es entendible, los mexicanos consideramos la nacionalización del petróleo de 1938 como uno de los hechos, y también mitos, fundacionales del México moderno. Pocos se han dado a la tarea de leer y entender el artículo 27 constitucional.
No se necesita ser jurista, vamos, ni siquiera abogado, para entender que el artículo 27 de la Constitución mexicana reserva a la nación -a todos los mexicanos, en este caso- toda la riqueza proveniente de las tierras y aguas que integran el territorio nacional, porque ella, la nación, es la propietaria original, pero añade que por ello “ha tenido y tiene el derecho de transmitir el dominio de ellas a los particulares la propiedad privada”, de acuerdo con las reformas al texto constitucional publicadas el 10 de enero de 1934. En otras palabras, y sólo como ejemplos, y para que entienda, si usted es propietario de un terreno en el que está su casa es porque las leyes reglamentarias del 27 constitucional así lo permiten; igual que al lanchero que vende servicios turísticos en una playa, el mar, un lago o un río en cualquier zona del país; lo mismo que explota una concesión minera o de televisión, un ejido o, válganos Dios, la concesión de una gasolinera donde un particular vende gasolina, diesel y aceites, propiedades originales de la nación.
La presunta “privatización” de Pemex obliga al encendido de antorchas para quemar públicamente a los que cometen herejía contra el sacrosanto artículo 27 constitucional.
Hace poco más de un mes el escribidor tuvo la oportunidad de entrevistar para Cadenatres, el canal de televisión abierta de nuestro Grupo Imagen Multimedia, al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, luego de que el Partido de Revolución Democrática, su partido político, fijará su postura sobre la reforma energética en ocho puntos que consideran inamovibles. La pregunta esencial fue “¿Qué significa privatizar Pemex para el ingeniero Cárdenas y para su partido?”. Algunos se sorprendieron y se sorprenderán por sus respuestas. No fueron las de un Cárdenas desconocido, sino del mismo de siempre.
Congruente con su historia personal y familiar, sereno, sin aspavientos, como siempre, Cuauhtémoc Cárdenas respondió: “Privatizar significa vender Pemex” y refrendó que si eso se pretende, quien lo haga enfrentará la oposición de una gran parte de los mexicanos. Pero de inmediato advirtió que a su juicio, y hasta ese momento, él no veía ningún intento para vender, es decir, “privatizar” Pemex (apenas se habían anunciado la reforma propuesta por el PAN y los objetivos del PRD, como todavía ocurre ahora mismo). Habrá que esperar la iniciativa del gobierno, dijo con mucha serenidad. Entonces, agregó, podremos fijar una postura sobre bases reales.
También aceptó que el país necesita una reforma energética para que, entre otros efectos, Pemex sea una empresa eficiente que detone y marque el desarrollo económico nacional, como lo hizo en otras épocas. Categórico, el hijo del nacionalizador del petróleo mexicano rechazó que sea necesaria una reforma constitucional para que la iniciativa privada -los empresarios, los particulares- invierta en Pemex. Recordó -y el escribidor supone que para escándalo de muchos “defensores” de la Constitución- que el mismísimo Grupo Alfa, de Monterrey para los enterados, hizo su riqueza mediante su inversión en la petroquímica y que Pemex siempre ha recurrido a particulares para la exploración y perforación de pozos petroleros, entre otras muchas actividades relacionadas con el petróleo. La clave está, y esto lo dice el escribidor, en el control de los recursos de la nación por el Estado mexicano, en beneficio -sin demagogia ni corrupción- de todos los mexicanos.
En la brevedad de la entrevista periodística, el ingeniero Cárdenas esbozó que la reforma a Pemex pasa por su eficiencia como empresa, su autonomía, su régimen fiscal… “Hay que esperar las propuestas, Gerardo, para discutirlas”, dijo. Pero se reconoció como uno de los mexicanos que están seguros de que el país requiere de cambios.
En los días siguientes los mexicanos conoceremos la iniciativa del gobierno y de su partido para la llamada reforma energética y en las próximas semanas y meses veremos y participaremos en la batalla por la modernización del país, no por éste, de ninguna manera, sino simplemente por un futuro distinto.
Al final, las leyes, incluida la Constitución, de éste y de cualquier otro país, fueron hechas por los hombres y las circunstancias del momento. No son leyes provenientes del dedo de Dios ni escritas en piedra.