Por: Gilberto Nieto Aguilar / columnista
¿Quién no recuerda las románticas historias que antecedieron al legendario viaje de Cristóbal Colón en 1492? ¿El pequeño monasterio franciscano de La Rábida, situado en Palos de la Frontera, provincia andaluza de Huelva? ¿Alguien ha escuchado la memorable frase: “Tierra a la vista”? Pues en un par de días esta expresión
–si alguna vez realmente fue pronunciada– cumplirá 525 años desde que rompió el silencio del Mar Caribe y encendió una esperanza en las agotadas huestes de las naves españolas que llevaban muchas semanas mirando solamente el cielo y las aguas azules.
Se dice que Colón alentó la idea de la redondez de La Tierra, que por lo general poseían las personas cultas de la época. De igual manera, tuvo acceso a mapas de navegación poco conocidos y alentó su sueño de cruzar la mar océano en las dársenas de Génova y Lisboa, puertos muy transitados en aquella época.
De primera instancia, Colón presentó su proyecto a Juan II de Portugal, pero lo rechazó. Entonces llegó hasta las cortes de los Reyes Católicos para ofrecerles su proyecto y tuvo que esperar algunos años para que finalmente fuera aceptado. En abril se firmaron las Capitulaciones de Santa Fe, en Granada, donde los reyes de España accedieron a patrocinar el viaje y estipularon las condiciones. El Gran Almirante de la Mar Océana y futuro Virrey de todos los lugares que descubriera, debió gozar de una gran perseverancia y una enorme paciencia.
Colón comenzó los preparativos para su anhelada expedición. Algunos consideran que es absurda la leyenda que sugiere que se abrieron hierros y cerrojos para ofrecer la libertad a los temerarios que aceptaran asumir el camino hacia lo inexplorado. Palos era un puerto muy movido y fueron casi 90 hombres los que formaron la tripulación, la mayoría andaluces, para hacerse a la mar en la madrugada del 3 de agosto.
Influido quizá por los relatos de Marco Polo y las cartografías que pasaron por sus manos, nunca pensó que para los demás su idea pudiera parecer descabellada. Así que el viaje no estuvo exento de sobresaltos. Después de dejar las Islas Canarias, el recorrido se hizo monótono. Los marinos se sublevaron y gracias a los buenos oficios de los hermanos Pinzón, el orden se restituyó.
En la madrugada del viernes 12 de octubre, Rodrigo de Triana, desde su puesto de vigía en La Pinta, atisbó tierra firme en el horizonte, según escribió el propio Almirante. No supusieron los intrépidos navegantes que un continente desconocido llenaba con sus pródigas tierras un espacio entre Europa y Cipango, entre Europa y las ansiadas Indias Orientales.
Los libros de historia cuentan que Colón fue el que descubrió América, aunque él muriera –se asegura–, sin haber conocido esta verdad. Pero el ser humano es muy curioso. Siempre hay una persona mirando más allá del horizonte. Y si acaso hubo otros que llegaron primero, el mérito del genovés es que, para bien o para mal, su llegada cambió el curso de la historia con el inicio de la invasión europea y el encuentro de dos mundos que habían evolucionado independientemente desde el origen de la humanidad.
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