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Que no se dejen impresionar

Superiberia

 Por: Catón  /  columnista

Noche de bodas. Terminó el primer trance de amor y la novia le dijo a su flamante maridito: “No te apures, Inepcio. Después de todo yo tampoco sé cocinar bien”… El esposo de Facilda le preguntó: “¿Me eres fiel?”. Respondió ella: “¡Con el alma!”. Volvió a inquirir el hombre, suspicaz: “¿Y con el cuerpo?”… Lord Feebledick se enteró de que su sobrino había estado un par de días en la finca rural de Lady Highrump. Le preguntó cómo la había pasado. Contestó el muchacho: “Si la sopa hubiera estado tan caliente como el vino; si el vino hubiera sido tan viejo como el cordero; si el cordero hubiera sido tan joven como la mucama, y si la mucama hubiera estado tan dispuesta como lady Highrump, la habría pasado muy bien”… Afrodisio Pitongo, sujeto concupiscente y cínico, fue al Motel Camagua con Florilí, ingenua doncella. Cumplido el acto que los había llevado ahí dijo ella con voz ensoñadora: “¿Tú crees que seremos felices cuando nos casemos?”. “No sé -replicó el avieso galán-. Depende de con quién nos toque”… La joven esposa no oía bien. En la sala le dijo su marido: “Comeremos y luego iremos a comprarte un aparato auditivo”. “Muy bien -accedió ella-. ¿Quieres hacerlo aquí mismo o vamos a la recámara?”… Para un articulista decir algo bueno del Gobierno es casi tan peligroso como decir algo malo de López Obrador. En ambos casos se te viene encima una andanada de injurias y denuestos a través de esas furiosas Furias que son las redes sociales. En México hablar bien de un político -de cualquier político- es políticamente incorrecto, así de desprestigiada está la clase gobernante. Y por lo que hace a AMLO el señor es el pastor de una grey de adictos incondicionales que tienen vista de águila para advertir los yerros de sus adversarios y ojos de topo para mirar las fallas de su redentor. Este día arrostraré las iras de quienes consideran que el hecho de que un columnista reconozca algo bueno del Gobierno es prueba impepinable de que ha perdido su virginidad editorial. De cara a la tormenta, entonces, digo que como mexicano me he sentido bien representado por quienes -Videgaray al frente- están negociando lo relativo al TLC con los personeros de ese rufián llamado Donald Trump. Nuestros funcionarios han actuado con dignidad y firmeza, y al mismo tiempo con prudencia y mesura, al rechazar las embestidas del prepotente magnate cuya táctica negociadora, según la expuso él mismo en un libraco que vaya usted a saber quién le escribió, consiste en amedrentar a la contraparte para luego obtener ventajas de ella. A ese respecto viene a colación una chispeante anécdota de la cual salió una frase que se usaba hace años en Aguascalientes para animar a quien no debía ceder terreno frente a un antagonista. En los términos de ese relato cierta maestra le pidió en la clase de Geografía a uno de sus estudiantes que le dijera el nombre de una isla de Indonesia. “Sumatra” –respondió el alumno. Otro que estaba medio dormido despertó al oír la palabreja y le gritó con vehemencia a la mentora: “¡No te dejes, Enriqueta!”. También nosotros les pedimos a los negociadores mexicanos que no se dejen impresionar por los desplantes del insolente Trump. Su prestigio y popularidad en su País andan por los suelos; la oposición que afronta crece cada día, lo mismo que su fama de inepto, ignorante y mentiroso. Al mismo tiempo son muchos los beneficios que las grandes empresas norteamericanas han derivado del TLC, cuyos intereses se verían afectados si se rompe ese tratado. Mantengan nuestros representantes su firmeza y su decoro, y démosles nosotros ánimo a la voz de: “¡No te dejes, Enriqueta!”… FIN.

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