El domingo 7 de julio hubo elecciones locales en 14 entidades del país. El saldo electoral para cada partido político ha sido comentado ampliamente a lo largo de la semana. Ahora quiero detenerme un poco en las implicaciones de dichos resultados sobre la confiabilidad de las elecciones locales y el papel del votante en el proceso electoral.
Vale la pena poner en perspectiva algunos datos de la jornada electoral del domingo pasado. La participación electoral promedio en las 14 entidades fue de 47.3%, una tasa muy similar a la observada seis años atrás (47.6%), pero menor a la de 2010 (52.8%). El voto promedio del PRI, partido gobernante en diez de 14 casos, en las elecciones de alcaldes y diputados locales de cada estado fue de 41 por ciento. Tres años atrás, cuando se eligió gobernador en la mayoría de estas entidades, fue de 45.4% y 42% en 2007.
Antes y después de una jornada electoral se escuchan diversas voces de alerta que no siempre están respaldadas por evidencia. Hay quien dice, por ejemplo, que cada vez hay una menor participación electoral, lo cual indica un creciente desencanto con la democracia. Pues bien, lo cierto es que dicha participación, baja como lo fue, no cambió mucho entre 2007 y 2013. Quizás el “creciente desencanto” no se manifestó en las urnas, o quizás estábamos desencantados desde tiempo atrás.
También se ha dicho que los gobernadores controlan férreamente las elecciones de sus estados. En esta misma columna he comentado que la falta de contrapesos a la gestión de los gobernadores es un problema real y preocupante. Por otro lado, lo cierto es que el PRI perdió terreno en varias de las entidades que gobierna: Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Hidalgo, Tamaulipas y Veracruz. En el caso de Puebla y Oaxaca, gobernados por coaliciones del PAN y PRD, tales partidos también perdieron terreno. Esto quiere decir que la influencia de los gobernadores debe ser matizada, por decir lo menos.
Otras voces sugieren que las elecciones locales fueron un primer veredicto o referéndum de la gestión del presidentePeña Nieto. Argumento que no deja de ser curioso por implicar que a los votantes les importa más lo que haga o anuncie el Presidente, que la más cercana y observable gestión de sus gobernadores o alcaldes. Por fortuna, la diversidad de los resultados electorales en cada estado parece sugerir otra cosa: en las elecciones locales los votantes consideran problemas locales.
Cuatro ciudades capitales tuvieron alternancia. En Aguascalientes, donde el PRI había obtenido 55% de votos en 2010, el domingo pasado solamente obtuvo 35% de votos y fue derrotado por el candidato del PAN-PRD. En Mexicali, donde el PRI había ganado en 2010, fue derrotado ahora por el PAN-PRD por ocho puntos porcentuales. En 2009, el PRI en Saltillo obtuvo 74% de los votos y ahora perdió frente al PAN por 7 por ciento. En Oaxaca, donde la coalición PAN-PRD había obtenido 52% de votos en 2010, ahora fue derrotado por el PRI por un margen menor a uno por ciento.
Para sorpresa de muchos, el PAN logró mantener la gubernatura de Baja California a pesar de que tres años atrás había perdido todas las alcaldías y el control del Congreso local. Por su parte, el PRI logró retener la alcaldía de Tijuana, el municipio más grande del estado. Este resultado pone en relieve la capacidad del votante mexicano de razonar y emitir un sufragio diferenciado en una misma elección.
¿Qué tan confiables son las elecciones locales en México? Hay quien dice que, mientras haya competitividad electoral y alternancia, vamos bien puesto que lo realmente preocupante sería que los partidos en el poder no lo perdieran nunca: esa etapa la superamos hace tiempo. Sin embargo, queda la duda de si las elecciones son tan competitivas como podrían serlo bajo otras condiciones: quizá no observamos tanta alternancia como deberíamos dada la mala calidad de los gobiernos locales. Mientras evaluamos tal cosa, los votantes parecen recordarnos una y otra vez que son capaces de razonar y emitir votos de castigo. No es poca cosa.