Por: Catón / columnista
Don Algón, salaz ejecutivo, ocupó un cuarto de hotel junto con una chica que se veía muy joven. El gerente del establecimiento era hombre estricto en materia de moralidad, y respetuoso de la Ley. Así, le pidió al encargado de seguridad que lo acompañara a la habitación que el recepcionista, sin hacer averiguación alguna, había asignado a aquella sospechosísima pareja. Llamaron a la puerta, y sin tardanza don Algón la abrió. Grande fue la sorpresa de los visitantes al ver lo que miraron: el maduro caballero y la muchacha se hallaban completamente vestidos, y mientras él llevaba en la mano la revista de sudokus que había estado resolviendo ella estaba muy concentrada jugando Candy Crush en su tableta. “Dígame, señor -le preguntó el gerente, severo, a don Algón-. Esa joven ¿es mayor de edad?”. Contestó don Algón echando una mirada a su reloj: “Lo será exactamente dentro de 10 minutos 14 segundos”… El Lic. Ántropo, abogado penalista, fue solicitado por un reo que estaba en la prisión condenado a la pena capital. Le dijo el individuo: “Mañana seré llevado a la silla eléctrica. ¿Hay algo que todavía pueda salvarme de morir?”. “Sí –respondió el jurisconsulto-. No te sientes”… Será difícil que de la Asamblea Nacional del PRI salga un acuerdo renovador, alguna decisión transformadora. El partido que ayer se llamó “de la Revolución” ha sido siempre el menos revolucionario. Su modo de ser, inalterable; la invariabilidad de sus métodos y sus sistemas, me hacen recordar el lema de aquel candidato a la Presidencia de una sociedad de alumnos: “Por una revolución sin cambios”. El PRI de hoy, de Ochoa Reza, es básicamente el mismo que el PRI de ayer con Corona del Rosal o el de antier con Plutarco Elías Calles. Todo hace suponer que esa asamblea será un ritual en que los priistas de siempre cumplirán los protocolos de siempre y acordarán lo mismo de siempre. Esperar que cambie el PRI equivale a esperar que cambie de continente el Himalaya o que se modifique de principio a fin el curso del gran río Amazonas… Los números o guarismos son considerados cosa fría, abstracta, neutra. Un poco de ingenio basta, sin embargo, para hacer con ellos ejercicios deleitosos que podrían servir a más de un profesor de matemáticas para poner un grano de sal en la enseñanza de su asignatura. La falta de imaginación y de recursos pedagógicos hace que algunos docentes vuelvan esa materia tediosa y aburrida, siendo que en las matemáticas hay la misma belleza que en la poesía, la misma armonía que en la música y la misma profundidad que en la teología. En una escala mucho más modesta pondré mañana aquí un ejemplo para ilustrar cómo también puede haber humor en los números. No se pierdan mis cuatro lectores el cuentecillo intitulado “Aritmética sicalíptica”. ¡Es sensacional!… Ahora que se han puesto otra vez de moda las historias de la Segunda Guerra me permito narrar ésta. Un recluta perteneciente al batallón de esquiadores de Finlandia recibió un permiso de tres días para ir a ver a su esposa. Cuando regresó al frente le preguntó su capitán: “¿Qué fue lo primero que hiciste al llegar a tu casa?”. “Me da pena decírselo, mi capitán -enrojeció el muchacho-. Pregúnteme mejor qué fue lo segundo que hice”. “Está bien -sonrió el capitán-. ¿Qué fue lo segundo que hiciste?”. Contestó el soldado: “Me quité los esquís”… Tilico, joven varón enteco y escuchimizado, casó con Romanona, mujer voluminosa. Días después del casorio el padre Arsilio le dijo al recién casado: “Supe que contrajiste matrimonio. ¿Cómo lo has encontrado?”. “Batallando, padre –res-pondió Tilico-, pero lo he encontrado”… FIN.