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Esa esquiva señora que se llama la felicidad

Superiberia

 Por: Catón  / columnista

Ovonio llegaba siempre con retraso a su trabajo. Un día lo reprendió su jefe, don Algón. Le dijo: “Es usted el último empleado en llegar a la oficina y el primero en irse a su casa”. “Sí, patrón –admitió Ovonio-. No puedo llegar tarde a todas partes”… La señorita Peripalda, catequista, se pasaba todo el tiempo hablándoles a los niños de Dios Nuestro Señor. Un día quiso darle amenidad a la lección proponiéndoles una adivinanza: “¿Quién es –les preguntó- un animalito que tiene los dientes delanteros muy grandes; la cola esponjada; muy inquieto, y que guarda nueces para el invierno?”. Pepito levantó la mano y respondió: “Todos los datos indican que se trata de la ardilla, pero seguramente la respuesta correcta es Dios Nuestro Señor”… A veces llega a mí, y me abraza, esa esquiva señora que se llama la felicidad. No merezco sus visitas, claro, pero igualmente disfruto su presencia. El pasado día de mi cumpleaños la huidiza dama estuvo conmigo. He aquí que la escuela de mi infancia, el invicto y triunfante Colegio Ignacio Zaragoza, de Saltillo, me hizo un festejo tempranero con Mañanitas, pasteles y concurrencia de chicos y chicas, maestras y maestros. Se trataba de poner en acción un bello programa llamado “Libros libres”. Después del ágape fuimos todos a pie por la avenida La Salle hasta llegar al bulevar Carranza, el principal de la ciudad. Hacíamos la señal de parada a los autobuses del servicio urbano que pasaban, subíamos a ellos y poníamos en las manos de cada sorprendido pasajero un libro –cuentos, novelas, poesía, teatro- con un breve mensaje en el cual se le invitaba a leerlo y a pasarlo luego a algún otro lector en la misma forma en que se lo dimos a él: gratuitamente. Había una nota en cada uno: “Este libro fue liberado el 8 de julio de 2017, día de don Armando Fuentes Aguirre, ‘Catón’”. ¿Alguna mejor forma habrá de celebrar una mañana de cumpleaños? Por esa alegría tempranera doy las gracias a mi querido colegio lasallista; a su director, estudiantes y profesores, y muy especialmente a la maestra Imelda Rétiz, infatigable promotora de la lectura y de los libros. No olvidaré jamás el regalo que me hicieron… FIN.

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