Por: Catón / columnista
El Juez le preguntó a la demandante: “¿Por qué quiere usted divorciarse de su esposo?”. Replicó la mujer: “Porque en los tres años que llevamos de casados nada más me ha dirigido la palabra en tres ocasiones”. El Juez le concedió el divorcio, y le otorgó también la custodia de sus tres hijos… El padre Arsilio le contó a un compañero: “Ayer hice felices a siete personas”. Preguntó el otro: “¿Por qué?”. Respondió el buen sacerdote: “Casé a tres parejas de novios”. “Entonces –lo corrigió su colega- hiciste felices a seis personas”. “A siete –repitió el padre Arsilio-. No los casé gratis”… Los teólogos raramente tienen hijos -al menos los católicos-, pero si yo fuera teólogo y tuviera una hija le pondría por nombre Eva María. Y es que en esas dos palabras cabe todo un tratado teológico. Por una mujer se perdió el género humano; a través de otra le llegó la redención. Y sin embargo, por rara paradoja, la Iglesia Católica, pese a su honda mariología y a su intensa devoción mariana, parece girar más en sus prácticas y sus actitudes en torno de la mujer mala que alrededor de la buena. Durante siglos los clérigos han presentado a la mujer como puerta segura a la condenación, y aún hoy el catolicismo la sigue excluyendo del Ministerio Sacerdotal e impone a sus Ministros ese grave atentado contra la naturaleza -vale decir contra la creación divina- que es el celibato. Del recelo por la mujer, inculcado desde el Seminario, mundo exclusivamente masculino, han derivado oscuros vicios que la Iglesia arrastra como pesada cadena. Por querer librarse de lo terreno muchos eclesiásticos han caído en lo más bajo de lo terrenal. Se diría que la pederastia es mal endémico en esa agrupación de hombres que fueron educados en el temor y la desconfianza a la mujer. Ahora el escándalo ha llegado a lo más alto de la cúpula eclesial. El cardenal George Pell, tesorero del Vaticano, ocupante del tercer sitio en la escala de la jerarquía curial, enfrenta graves acusaciones en Australia por haber encubierto a sacerdotes pederastas, y a él mismo se le imputan acciones de agresión sexual. La institución del celibato, creada y sostenida -todas las evidencias así lo indican- por motivos puramente económicos y de poder, resulta cada día más difícil de defender. El celibato es mencionado entre las principales causas de ese mal, la pederastia, que tanto daño ha hecho y sigue haciendo a la Iglesia. Ciertamente, no sólo ahí existen esos abusos, pero entre los que se dicen apóstoles de Cristo es más reprobable. No parece coherente defender con vehemencia el matrimonio entre hombre y mujer y al mismo tiempo excluir de él a los sacerdotes. De ahí que algunos incurran en prácticas homosexuales, condenadas con la misma vehemencia por la Iglesia, o caigan en aberraciones como la pederastia. Desde luego el celibato no es tampoco causa única de ese estado de cosas, pero entre los laicos es cada vez mayor el número de los que pensamos que es necesario revisar a fondo temas tales como el celibato sacerdotal y la participación de la mujer. Seguramente yo no veré esa revisión, pero he mirado cambios muy importantes en la Iglesia, y es muy probable que mis hijos y mis nietos, Deo volente, vean otros de trascendencia aún mayor… Una chica se quejaba con una amiga del insaciable apetito sexual de su novio. “Cuando estamos juntos -le dijo- me deja tan agotada que casi no tengo fuerzas para levantarme al día siguiente e ir a mi trabajo. Ahora está de vacaciones, pero cuando vuelva seguramente vendrá más ganoso”. Preguntó la amiga: “¿Cuánto tiempo estará fuera?”. Respondió la muchacha: “Pienso que solamente el necesario para fumarme un cigarrito”… FIN.