Por: Yuriria Sierra / columnista
Gracias a aquellos que hoy salen a expresarse, es que otros grupos están dentro de una norma que costó años conseguir.
Es la marcha de cada año. La que incomoda a tantos, los mismos que desean que no vuelva a llevarse a cabo.
La marcha del Orgullo, que no es otra cosa que la visualización de una parte de la sociedad que está ahí, que ha estado siempre y que desde entonces busca su lugar en el mundo.
Es la diversidad sexual, la que existe, pero que ha estado condenada a las sombras por quienes no han sabido o querido enfrentar por miedo a lo que desconocen o por el miedo que les da el espejo.
Es 2017 y seguimos hablando de autobuses que quieren dar un mensaje de intolerancia. Aún escuchamos o leemos de quienes creen que en su reducida tolerancia, hay lugar para todos. Aquellos que confunden la condescendencia con el respeto al prójimo que dicen respetar.
La marcha de hoy (ayer) tiene un propósito: hacer ruido y escandalizar. Porque gracias a aquellos que salen a expresarse, es que otros grupos están dentro de una norma que costó años conseguir.
Y porque la marcha es también para recordar a aquellos que han perdido la vida a la espera de que, en algún momento, su vida, su naturaleza, tuviera la libertad de ser sin explicación necesaria.
Ese es el Orgullo que ayer salió a las calles: el que celebra las libertades que hoy, aquí, en México, se han conseguido, pero que recuerda que aún faltan batallas que vencer.
Y eso no podrían hacerlo si no es con la ayuda del Estado. Pocos han sido los gobiernos en el mundo que han pagado los costos por hacer aquello que el Estado debe hacer: dar las garantías a todas las personas, a todos los grupos, de que forman parte de la misma sociedad, sin ningún privilegio, sin ninguna ventaja que no sean aquellas que da la misma humanidad y que se reduce a la libertad de ser y vivirse, así de simple.
Ese es el Orgullo que desde hace semanas ha inundado las calles de varias ciudades del mundo. El orgullo de librar sus guerras según las propias circunstancias.
Porque tan grande es la brecha de los pendientes, que lo mismo se pelea por el derecho a la adopción que por salvar la vida. Tanto progreso y tanto retraso.
Ayer, se presentó la historia de Sofía, una pequeña transexual de 8 años, cuyos padres le han dado todo el amor y el apoyo que podría necesitar por la sencilla razón de ser su hija. Y es que ahí está la clave. No hay diferencias.
Todos necesitamos amor y apoyo para construirnos, sin que el aspecto sexual deba ser parte de los cimientos con los que nos desarrollamos. Eso es, a lo mucho, parte de nuestra personalidad, que únicamente concierne a quien la vive.
Hoy es el día de recordarnos que entre aquellos que salen al Paseo de la Reforma, cabemos todos. Porque justo en la diversidad sexual están homosexuales, transexuales, transgénero, intersexuales… y heterosexuales.
Todos son parte de esa paleta de preferencias y orientaciones y todos somos capaces de sentarnos en una misma mesa, de pensarnos realmente como parte de una colectividad.
Ayer fue el día del Orgullo, porque incluso los valientes que se manifiestan, lo hacen para que aquellos que viven en las sombras, puedan aspirar a salir un día de ellas.
Esa es la importancia y la necesidad de una manifestación como ésta: abrir espacios para que todos, los que se atreven y los que no, sean parte de esta gran y maravillosa y espero que innagotable, realidad humana.