Cuando fue asesinado Rodolfo Torre Cantú, el escándalo fue grande y notorio. Hoy, la cantidad de agresiones y asesinatos pasa sin pena ni gloria
La violencia se ha desatado en estas campañas electorales. Entre la elección más violenta de nuestra historia, la de 1940, que ganó Manuel Ávila Camacho (al respecto, ver el artículo de Soledad Loaeza en Nexos de junio 2012: http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulov2print&Article=2102730), y la actual, parece que ha transcurrido un suspiro.
Entonces coincidió la fecha. También era domingo 7 de julio.
El presidente Lázaro Cárdenas pudo votar hasta el tercer intento, una vez que se había limpiado la sangre de los dos muertos y heridos en la casilla que le correspondía en Juan Escutia, tras los enfrentamientos entre los simpatizantes del candidato opositor, Juan Andreu Almazán, y los avilacamachistas.
El saldo de aquel 7 de julio de 1940, 350 muertos. Pero hubo democracia; hubo elección. Así lo justificaba el presidente Cárdenas. Y a partir de entonces arrancó el proceso para lograr sacar las armas de las elecciones.
Hoy también hay democracia; también se van a instalar las casillas; también va a acudir a votar la ciudadanía. Aunque ya antes de ello el crimen organizado ha emitido su voto. Las armas han vuelto, de forma renovada, a las elecciones mexicanas.
En Chihuahua, en donde se renuevan 33 diputaciones y 67 ayuntamientos, fue asesinado a balazos Jaime Orozco, candidato del PRI a la alcaldía de Guadalupe y Calvo.
En Coahuila, en donde se renuevan 38 ayuntamientos, se encontraron los restos del dirigente del Partido Cardenista Coahuilense, Francisco Navarro Montenegro.
En Oaxaca, la aspirante a una de las 42 diputaciones que se renuevan, Rosalía Palma, fue herida tras sufrir un ataque armado en el que fallecieron su esposo y su asistente. También fue asesinado el dirigente estatal del PRD, Nicolás Estrada.
En Sinaloa fueron asesinados Jesús Antonio Loaiza, hijo del coordinador de campaña de la Alianza Transformemos Sinaloa (PVEM-PANAL-PRI), y Eleazar Armenta, candidato a regidor y coordinador de campaña en el municipio de Sinaloa por la alianza PAN-PRD-PT.
En Durango fue asesinado Ricardo Reyes Zamudio, candidato a la alcaldía de San Dimas por el partido Movimiento Ciudadano.
En Veracruz, además del dudoso secuestro del candidato del PAN a regidor por el municipio de Boca del Rio, Carlos Alberto Valenzuela, otros han sufrido verdaderos atentados, como Quintín Mendoza Nicolás, candidato del PRI a la alcaldía de Tantoyuca y Pedro Isaac López, quien era candidato suplente a la alcaldía de Martínez de la Torre por el Partido Cardenista.
La lista, penosamente, podría continuar. Y aún faltan dos días para las elecciones.
Hace tres años, cuando a días de las elecciones de 2010 fue asesinado Rodolfo Torre Cantú, candidato a gobernador de Tamaulipas, el escándalo fue grande y notorio. Hoy, esta cantidad de agresiones y asesinatos pasa sin pena ni gloria.
Acostumbrarnos a que las elecciones las decida el “plata o plomo” del crimen organizado nos acerca mucho a aquella elección de 1940, también 7 de julio, cuando la Revolución Mexicana todavía tenía calientes las pistolas que definían el poder en México.
@AnaPOrdorica