NO BOTE SU VOTO
Concluida la etapa del proselitismo electoral se tienen tres escasos días –ya transcurrió uno, este jueves- para que los electores se preparen a emitir su voto. En términos llanos, terminó el tiempo de los aspirantes a cargos de elección popular y ahora toca a los ciudadanos. Después del domingo corresponderá a las autoridades electorales y judiciales el conteo y la calificación de los sufragios y calificarlos, según lo establecen las leyes vigentes. Hay quienes coinciden que este proceso electoral en Veracruz ha sido uno de los más álgidos por el nivel de enfrentamientos entre los aspirantes y los partidos que los respaldan.
En algunos distritos y municipios la efervescencia terminó en el plano físico: zafarranchos, baleados, atropellados, secuestrados, amenazados y hasta un aspirante asesinado en Martínez de la Torre. En la opinión de muchos éstos serían, quizás, los comicios con mayores casos de violencia y el peligro es que el 7 de julio ésta se desborde, como ya se ha advertido. Claro, también hay que considerar que el tema de la violencia -amenazas y ataques contra candidatos o militantes partidistas- forma parte de una estrategia para generar temor entre los electores y lograr que éstos no se acerquen a las mesas de votación.
Caer en ese juego sería un error tremendo de los ciudadanos pues el votar es la vía pacífica para recomponer las cosas y la única alternativa que tienen para castigar o premiar a quienes los gobiernan o representan en los ámbitos legislativos. Lo que harán el próximo domingo todos los veracruzanos que acudan a las urnas no sólo será elegir a los presidentes municipales, síndicos y regidores que estarán al frente de las comunas en los cuatro años venideros y a los diputados que integrarán la próxima legislatura estatal sino también calificarán el desempeño de los actuales ediles y parlamentarios.
La democracia exige que la determinación del voto se base también en la evaluación de los resultados de los que actualmente son representantes populares, es decir, de los ediles y legisladores que concluirán sus gestiones. El sufragio popular debe ser el termómetro para la clase política. A lo largo de la historia reciente el voto ha recibido muchos adjetivos para tratar de explicar lo sencillo: la calificación de los gobernantes y sus estructuras partidistas. En los últimos años se ha escuchado que claman por el “voto de castigo” que es aquel que se usa como escarmiento a los mal portados y generalmente se enfoca a los partidos políticos. El voto de castigo siempre lo ha habido y por supuesto, es la balanza de juicio de los ciudadanos.
Desde las elecciones presidenciales del año 2000 se inició el furor del “voto útil” que es el sufragar por aquel candidato que es delantero en las preferencias o para detener el avance del que representa las mismas prácticas corruptas de siempre. El voto utilitario es la evolución del voto de castigo y el contrapeso del llamado “voto duro” que tanto presumen los partidos políticos más antiguos al referirse que tienen cautiva a una parte de los electores. Pase lo que pase, se porten bien o mal los gobernantes, esos votantes los tienen asegurados porque no cuestionan el proceder de sus representantes ni de sus líderes. El voto duro es el sinónimo del término “borregada” y también es pariente de los llamados “voto verde” y “voto corporativo”.
El primero se refiere a los sufragios cautivos de los ciudadanos que habitan las zonas rurales -donde desde hace años se pedía que votarán por los “colores de la Virgen de Guadalupe y de la bandera”, o sea, por el rojo, verde y blanco del PRI, aprovechándose de la poca formación académica y política de los electores- y el segundo al sufragio obligado de los trabajadores adheridos a sindicatos ligados al tricolor. Ambos parecieran que ya son mitos pues el hartazgo llegó a esos ciudadanos que ya no obedecen del todo a sus representantes sindicales o a los caciques pueblerinos aunque en algunas regiones siguen funcionando.
En tiempos más recientes hubo el auge del “voto nulo” como una medida de la ciudadanía para manifestar el rechazo a la clase política y al sistema de partidos. Sin embargo, este voto nulo sólo beneficia al partido dominante o en el poder. De acuerdo al catedrático del ITAM, José Merino, el voto nulo difícilmente puede afectar la agenda pública como lo hace el voto partidario. Es decir, aquel que anula su voto tal vez busca expresarse pero no cambia nada, basta con que no le hagan caso los que tienen el poder y se va al olvido. No elige, no es opinión, no es castigo, no es premio, no es nada. Es la voz perdida del ciudadano.
Anular el voto es un peligro que está latente en Veracruz ahora con la estrategia del “voto gatuno” a favor del “Candigato Morris” y sus alias que han proliferado en algunos lugares. Sufragar por el mínino -ideado presuntamente por un empleado de la Universidad Veracruzana (UV) para restarle votos a la oposición- es echar a perder el arma ciudadana para tratar de cambiar las cosas. Los votos que acumule Morris puede que no sean nulos pero no llevan a nada. Un mínino no será investido como alcalde -aunque muchos de los actuales ediles sean igual o más brutos que los animales-. Es divertido burlarse de los políticos diciendo que se necesita un gato para acabar con los ratones, eso ayuda a la catarsis colectiva pero no es una medida sólida para castigar en verdad a los pillos.
Los que voten por Morris simplemente contribuirán a la anécdota pasajera y no a la evaluación de los actuales representantes populares ni mucho menos a la transformación de las comunas o curules parlamentarias. En resumen, el próximo domingo los veracruzanos tendrán literalmente en sus manos la decisión de optar por el voto útil o el inútil. En seguir con lo mismo o cambiar. El premiar a los candidatos que consideren buenas personas o negarles el apoyo a los que estimen que representarán más de lo mismo y que dentro de cuatro años -en el caso de los alcaldes- saldrán millonarios de los palacios municipales y dejarán saqueado al ayuntamiento.
Cada proceso electoral -tanto en México como en toda América Latina- resuena el poema “No bote su voto” del escritor y sacerdote brasileño Pedro Casaldáliga que en su primer párrafo concentra la esencia del sufragio: “Votar para botar/ para echar fuera. / Si no es para cambiar,/ votar no vale la pena”. Repetirlo no está de más como forma de preparación para el domingo próximo.
EL SUFRAGIO JOVEN
En la lista nominal de electores que se utilizará el domingo 7 de julio aparecen 5 millones 476 mil veracruzanos. De ellos, el 52.52 por ciento son mujeres, es decir, el voto femenino será mayoría y en su caso podría hacer la diferencia pues son 2 millones 875 mil votos. Sin embargo, lo que destaca del listado nominal es que casi el 40 por ciento -39.78 por ciento- de los convocados a las urnas son jóvenes de entre 18 y 34 años de edad. El segmento más numeroso está en la barra de edad de los 20 a 24 años pues tienen el 12.85 por ciento de la lista nominal.
La cifra se eleva al 16.40 por ciento si se le suman a los electores de 18 y 19 años de edad, o sea, los que votarán por vez primera. ¿Qué significa lo anterior? Qué los votantes de entre 18 y 24 años de edad -egresados de bachillerato y universitarios, es decir, muchachos que están en proceso de formarse académica, cívica y políticamente- tienen en sus manos el destino de los comicios. Esa barra de edad posee 896 mil sufragios, cantidad suficiente para cambiar el destino político de la entidad. Casi un millón de votos, algo extremadamente poderoso para una entidad como Veracruz.
En el proceso electoral del 2012, los jóvenes irrumpieron en el escenario nacional con el movimiento #YoSoy132 e inyectaron vitalidad al quehacer electoral al grado que la definieron como la “Primavera Mexicana”, en alusión a los movimientos de protesta juveniles que se protagonizaron en diversas partes del mundo, especialmente en Egipto y España -con el movimiento de los indignados- e hicieron modificar toda la estrategia de los partidos políticos tradicionales y de sus candidatos.
Hoy en Veracruz los jóvenes tienen la oportunidad de dar un ejemplo de participación ciudadana y de cambio. Su futuro está ligado invariablemente a las urnas electorales pues la falta de empleo, las nulas oportunidades de estudiar una carrera universitaria, la inexistencia de becas y apoyos para el deporte o las artes, la inseguridad que los engancha hacia destinos fatales, la migración hacia el norte del país, la pobreza, la prostitución, la drogadicción y el alcoholismo, entre otras calamidades, tienen su génesis en la forma en que los políticos hacen la agenda pública.
Los más beneficiados o los más afectados con los resultados del domingo siguiente serán, sin duda, los jóvenes. Extraordinariamente son ellos en esta ocasión los que tienen el poder de decisión: de elegir a los que verdaderamente los representen, los que hagan leyes que los ayuden a tener escuelas, trabajo y una vida digna, a tener ediles que velen por la seguridad de sus municipios, que inviertan en obra pública para el bienestar de todos, que fomente el deporte y tengan un sistema para apoyar a todos los que deseen progresar. Esa será su decisión, su voto.