Hace unos meses escribía sobre las revoluciones del siglo XXI, un texto para un especial editorial que lanzaron en conjuntoExcélsior y The New York Times. Y es que seguíamos aún en el análisis de lo que sucedía en Medio Oriente, todos esos movimientos que desde hacía un par de años habíamos visto y que provocaron la caída de dictadores, duros regímenes cuyo final no pudo haber sido diferente al que llega con este tipo de movilizaciones, como las vistas en la llamada Primavera Árabe.
“Las revoluciones, como los leones, nunca son como los pintan. Lo innegable es que sea cual sea su origen, sus causas, sus intenciones y sus resultados, sean cuales sean sus medios, sus protagonistas, sus fines y sus consecuencias, son siempre movimiento vivo. Son cambio a priori. En el arquetipo histórico (y su discurso) encontramos que, armados o no, los movimientos sociales se han generado siempre por la búsqueda de mejores condiciones de vida en varios de sus aspectos. Todos van siempre por la búsqueda de una equidad. Aunque también, evidentemente, de la forma en que éstas se estructuran depende mucho su alcance…” y es que a veces parece que las revoluciones son sólo para cambiar de tirano.
Egipto es, con toda seguridad, el ejemplo más claro de ello. De Hosni Mubarak, pasaron a un régimen militar, luego a una democracia bastante cuestionable. Tanto así, que ayer de nuevo el Ejército irrumpió y anuló su Constitución, llamando así a una nueva elección y dejando a un Presidente interino: la definición clara de un golpe de Estado.
Nadie les dijo que sería fácil andar en la transición, pero tampoco habríamos pensado que su primer intento por comenzar a funcionar a través de una muy incipiente democracia, les resultaría tan complicado. Revocar el mando de su primer Presidente elegido vía las urnas, y tras apenas un año de haber realizado la primera elección de su historia, es la prueba más precisa de la vulnerabilidad en que, por lo pronto Egipto, queda como un país que se sacudió al dictador gracias a una revolución, aunque sin tener sentido pleno de la dirección que tomarían una vez teniendo a su opresor fuera del poder.
Aquellos que acudieron a las celebraciones que ayer veíamos en las calles egipcias, ahora se tendrán que preguntar para dónde, entonces, tendrá que ir su país. Una democracia como la que intentaron construir no funcionó, se les fue de las manos, llevaron al poder a un islamista poco receptivo para la inclusión de la oposición en su gobierno. Y es que esta poca iniciativa del gobierno de Mursi, quien hoy ya no es identificado como Presidente, aunque él se aferre a la idea, fue el detonante mayor para las protestas, que han dejado civiles muertos.
La revolución egipcia no ha sido del todo exitosa, tampoco diríamos que fue un fracaso, al menos lograron salir del régimen de Mubarak, pero ha tenido que enfrentar fuertes obstáculos para hacer de la suya, una democracia con cimientos firmes que no se tambaleé. Su golpe de Estado a tan temprano momento de ésta, su nueva historia, es prueba evidente de lo necesario que son los trazos para que el camino, que lleva a un mejor futuro, sea el mejor sustento para una revolución que no pueda irse de las manos.