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Sorprende virtuosismo de Alejandro Corona

Superiberia

El interior del teatro Pedro Díaz albergó el eco del martilleo sobre las cuerdas que producen el sonido del piano, era Alejandro Corona practicando unos minutos antes de su presentación. Dieron las 8 de la noche del primero de junio y la fila de asistentes comenzó a incrementar,  ya no daba basto una hilera, entonces se formó una “u”. Las puertas del recinto se abrieron, las personas entraban y antes de llegar a las butacas se vieron obligados a mover la cortina roja que separa el pasillo del escenario, la realidad de la fantasía.

Se escuchó claro y firme ¡Tercera llamada!-  El pianista Alejandro Corona se presentó, se acercó a su máquina de sueños y comenzó a ejecutar a Fréderic Chopin. Sus dedos se balanceaban sin trabas, sus manos coordinaban con violencia y rapidez, los estridentes sonidos que emanaban de la cola de piano escapaban como estrellas fugaces, pero la emoción no concordaba por el término de cada  ejecución sino por el contrario, cada vez más, se salía del pecho la emoción, que hacía enchinar la piel del oyente.

Y así siguió Alejandro, canción tras canción, primero Improntu Fantasia Opus 66 con el 4to movimiento, siguió con Nocturno Op 66 no. 2, interpretó de Franz Liszt Consolación no. 3, Sueño de amor, Polonesa Op53, al igual que algunas de sus composiciones como Pegaso, Mercurio, Preludio para piano o arpa M.R. Armengol, Rhapsody in Blue G. Gershwin. Sin duda, transportó a los asistentes a su mundo, y mostró que la música no es sólo una interpretación, sino un tren cargado de sentires y recuerdos inmortalizados a voluntad, que comienzan con la idea, siguen con el movimiento firme de los dedos, procede por el martilleo sobre cuerdas, rebota en la cola de madera y se dispara por todos lados en ondas sonoras, que a su vez, una parte terminó, posiblemente encerrada en el Teatro Pedro Díaz, mientras que la otra se fue en el corazón del público cordobés.

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