Por: Catón / columnista
“¡Granillera! ¡Enquillotrada! ¡Calvadora!”
Esos tres sonorosos adjetivos se los espetó Don Astasio, cornígero marido, a su esposa Facilisa cuando la sorprendió en trance de adulterio con un desconocido. Tales voquibles, entre los muchos que hay para pesiar a la mujer liviana, los sacó de sus lecturas de la novela picaresca del Siglo de Oro español. Como no pudo aprenderlos de memoria los apuntó en una libreta y los leyó frente a la pecatriz y el hombre con quien en ese momento estaba entrepernada. “Astasio -le dijo ella con tono admonitorio-. No es de buena educación ponerse a leer delante de las visitas…”
El restorán “Los optimismos de Leopardi” estaba lleno de señoras. En eso entró un sujeto a cuya vista las mujeres prorrumpieron en gritos de espanto: por la bragueta del individuo asomaba la cabeza una serpiente. “Tranquilas, señoras mías -habló el fulano-.
La víbora es de plástico. Sin embargo, el sobresalto que causó en ustedes me brinda la ocasión de presentarme y ponerme a sus órdenes.
Soy Jocko Gamesio, fabricante de bromas y juegos para despedidas de soltera y fiestas en general”…
Facilda Lasestas fue a confesarse con el padre Arsilio.
Le dijo que había pecado contra el sexto mandamiento, y añadió: “Lo hice por debilidad, señor cura”.
Replicó el buen sacerdote: “¿Y me vas a decir que la pija es vitamínica?”… Himenia Camafría, madura señorita soltera, y Celiberia Sinvarón, su amiguita, decidieron poner un negocio de pollos. Para tal efecto fueron a una granja y le pidieron al dueño que les vendiera diez gallinas y diez gallos. “Señoritas -les advirtió el granjero-, para diez gallinas con un solo gallo tienen”.
“Queremos diez -insistió la señorita Himenia-. Gallinero sí; promiscuidades no”… “Mi hijo es de cepa” –le dijo doña Panoplia de Altopedo, dama de sociedad, a su nueva vecina.
“El mío también -replicó la fulana-. De sepa la…”… Don Poseidón, propietario rural, se escandalizó cuando el botones del hotel le dijo que conseguir una muchacha para llevarla a su cuarto le costaría mil 500 pesos. “¡Mil 500 pesos! –bufó el vejancón-. ¡Joder, en mi pueblo puedo conseguirme una muchacha por un par de medias!”. Le preguntó el botones: “¿Entonces a qué viene a la ciudad?”.
Repuso Don Poseidón: “A comprar medias”… El buen Jesús y San Pedro jugaban una partidita de póquer en el cielo. El apóstol de las llaves mostró su juego: cuatro ases.
Iba ya a retirar el dinero de la apuesta cuando el Maestro mostró el suyo: cinco ases. “Señor -le dijo San Pedro en tono rencoroso-. Como milagro está muy bien, pero como póquer son chingaderas”… Avaricio Cenaoscuras, hombre ruin y cicatero, no le daba dinero a su mujer para la comida.
Cuando ella le pedía el gasto le decía: “El dinero no cuenta en esta vida. Lo que vale es el amor. Dinero no te daré, pero amor sí”.
Así diciendo la llevaba a la cama, y luego se iba con sus amigotes. Cierto día llegó el cutre a su casa y vio la mesa del comedor llena de cosas exquisitas.
Había en ella caviar, champaña, y hasta pan de pulque de Saltillo. “¿De dónde salió todo eso?” –le preguntó pasmado. Contestó la señora: “Lo trajo el abarrotero de la esquina”. Inquirió el avaro: “Y ¿con qué le pagaste?”.
Respondió ella: “Con lo mismo que me das tú en vez de dinero”… Don Calendárico, señor de mucha edad, le dijo a don Geroncio, igualmente rico en años: “Tú y yo pertenecemos al Club de los Tejanos”. “¿Qué club es ese?” -se extrañó el otro-. Replicó Don Calendárico: “Es el de aquellos que al hacer pipí tenemos que ponernos una teja ahí para no mojarnos los zapatos”… FIN.