POR: ROBERTO GARCÍA JUSTO COLUMNISTA
Hoy, como años anteriores, la política y la religión son factores importantes para que la sociedad de Huatusco no demuestre la unidad que se requiere para enfrentar los problemas sociales que crecen con el correr del tiempo.
Por muchas razones, la Presidencia Municipal ha sido el símbolo de la discordia entre los que aspiran gobernar esta localidad.
Y registra nuestra historia que a partir de 1949 se normalizó el período de tres años que dura el mandato. Siendo don Francisco Rebolledo Pérez quien cumplió con ese término constitucional.
Antes, la autoridad no terminaba con el período correspondiente, por ejemplo: Mario González Sedas sólo estuvo en el cargo dos años (1947-1949); Benito Guerrero Páez, uno (1945-1946); Rafael Gómez Fernández, uno (1943-1944); Vicente Arroyo, uno (1941-1942) y sigue la lista interminable de los que ocuparon cortos períodos la silla del Palacio Municipal.
Pero lo más sorprendente fue lo que ocurrió en 1931, ya fueron nueve los presidentes municipales divididos en 12 meses; comenzando con Herlindo Tapia, Manuel Rivera, Apolinar González, Daniel Vázquez, Regino Yepes Delfín, Miguel A. Osorio, Ángel Venegas y Daniel Delgado.
Seis meses con 19 días fueron suficientes al alcalde Apolinar González, para que se escenificaran actos de violencia nunca vividos entre la misma población.
La grey católica asistía al funeral del padre José de Jesús Camo, un clérigo muy conocido por ser el párroco del templo de esta localidad.
Por caminos de herradura, recorría las comunidades que estaban bajo su jurisdicción, con el fin de asistir espiritualmente a los feligreses que le tenían gran estima. Sin tomar precauciones y con al alma limpia, cruzaba las barrancas llenas de cafetos y bosque donde por lo regular lo invitaban a tomar los sagrados alimentos.
Se comentó que fue emboscado por el rumbo de la congregación de Chavaxtla, por un grupo de agraristas encabezados por el señor Jesús Castelán, dando muerte al indefenso Sacerdote.
Hay también la versión de que lo mandó asesinar un jefe de familia por celos. Ya que tenía una esposa joven y cuando atendía al padre Camo lo hacía con mucha preferencia.
No tratamos de poner en evidencia al siervo de Dios, sólo decimos lo que encontramos en los distintos escritos de la época.
Cientos de ciudadanos se hicieron presentes en el duelo que se realizó en la capilla de la Santísima Trinidad. Ahí el Vicario Juan José Cordera enardeció a la multitud y clamó justicia culpando a los dirigentes sindicales por ser ateos, sacrílegos, comunistas y seguidores de Judas.
Intentando contenerlos en el atrio, fue masacrado el comandante de la Policía Municipal, Ricardo Rodríguez Gracián y sus subordinados Francisco Alarcón Blanco, Antonio Vichique Colorado y Luz Aranda Lozano. Una mayoría de fanáticos corrió a la casa sindical ubicada en la esquina de la calle 11 y avenida 1, abajito del Jardín de Niños “Rujiro Zúñiga”.
Sin medir consecuencias rompieron vidrios, puertas, destrozaron archivos y tomaron a seis miembros del gremio y los destrozaron sin piedad.
Al secretario General, Sóstenes Palacios le cortaron sus partes y los pusieron en una garrocha para exhibirlos por toda la cuadra. Lorenzo Salazar, Arnulfo Cabañas y otros más pagaron con su vida. Por los católicos murieron Agustín Tecalco y José Acótl Axol.
La calma no se restableció, hasta que se fue de esta localidad el presbítero culpable del discurso provocador de la desgracia. Por lo que, para tranquilizar a los bandos, llegó el Teniente Coronel Agustín Menchaca y con él un nutrido contingente perteneciente a la caballería.
De inmediato fue informado de la situación prevaleciente y dando órdenes a la tropa, recorrió la región, logrando apresar a algunos de los participantes en la zacapela.
Con la jerarquía adquirida y el fuero militar, montó un aparato juzgador para que dictaminaran juicios sumarios, habiendo pasado por las armas por lo menos a una veintena de parroquianos, sí aquellos que fueron violentos.