Ahora que la Universidad Veracruzana vive los prolegómenos de los cambios en la rectoría, es propicio analizar que tipo de Universidad Pública necesita la entidad Veracruzana para adecuar la oferta de profesionistas a la realidad social y económica del estado. Por eso, más que pensar en una elección compuesta por perfiles burocráticos-escalafonarios o de conveniencias políticas, el próximo rector deberá ser un académico y un visionario en materia de educación superior que devuelva a la Máxima Casa de Estudios del Estado el prestigio que se ha desgastado a lo largo de estos últimos años.
Llevamos más de cinco décadas de contemplar el devenir universitario en torno a la democratización de la enseñanza, los proyectos de reformas universitarias, las relaciones sindicales, la calidad académica de la educación superior, las actividades de investigación, difusión y extensión universitaria, vinculados a las necesidades del estado y del país. Es obvio que ésta es una tarea inagotable que requiere ajustes y modificaciones para adaptarla a escenarios actuales.
Hoy es tiempo de plantearnos qué tipo de Universidad requiere el estado de Veracruz, cuya población muestra grandes diferencias, rezagos y marginaciones, por lo que se requieren cambios profundos en el comportamiento social para propiciar mejores niveles de vida, más seguridad pública y justicia para las mayorías.
La condición universitaria no puede mantenerse apartada y ajena del entorno social que lo rodea, por lo que es hora de salir de la comodidad de pertenecer a esa burbuja de notables y exquisitos sólo interesados en discutir y defender con pasión intramuros sus grillas, seguridades salariales y ascensos académicos. La modernización de la educación superior debe constituir el desafío fundamental de la nueva rectoría y de los campus de la UV.
El marco de una transformación de la UV deberá sustentarse en la capacidad de comprender a fondo el fenómeno de la masificación de la educación superior y el crecimiento desproporcionado de opciones universitarias sin la calidad suficiente para crear nuevos profesionistas. Todo esto se traduce en una deficiente preparación del personal académico, inoperancia en gran parte de los programas y planes de estudios; obsolescencia de la distribución de la matrícula, una falta de racionalidad en la administración de sus recursos financieros, y lo más importante: la ausencia de una planeación consistente que enlace un compromiso social con el desarrollo y el progreso del estado y el país.
Al desvincularse del acontecer diario del estado o del país, las universidades se instalan en un escenario de retroceso y de aislamiento, y es natural que el universitario, apartado de los esquemas de la gobernabilidad, deje esos espacios para la función pública a personas menos preparadas, audaces, y sin escrúpulos.
La objetiva necesidad de transformaciones, aunada a la caducidad de estrategias de programas agotados, imponen la búsqueda de nuevas rutas en materia de educación superior para formar nuevos ciudadanos del mundo: competitivos y aptos para enfrentar los desafíos globales del presente y el futuro. Por eso debe reflexionarse sobre la contradicción masificación -versus- calidad que ya rebasó todos los límites posibles en aras de la expansión y proliferación de proyectos peregrinos o familiares sin sustento académico ni confiabilidad educativa.
La Universidad Veracruzana en esta etapa, debe abandonar la poltrona y la negligencia para abordar desafíos que partan de la integración de la educación superior como factor dentro de las estrategias del desarrollo económico, al tiempo que se convierta en el generador de una educación crítica y popular en el pensamiento y la acción de buenos gobernantes, doctores, ingenieros, arquitectos, artistas, en fin, hombres y mujeres de bien.
Muchos especialistas en educación superior han señalado la incapacidad de las universidades para formar profesionales que requiere el desarrollo regional y nacional, y prueba de ello es la pobre incidencia de las instituciones de educación superior en materia de ciencia y tecnología. Pero lo más grave: el profesionista que egresa de este tipo de aulas tiende a enfrentarse con el espantoso fantasma del desempleo o el subempleo.
Y es que el deterioro de la calidad académica, el dispendio, la incoherencia y falta de planeación de múltiples programas, son los principales factores que dañan el desempeño y las funciones sustantivas de la educación superior. Habría que recuperar el honroso papel de la Universidad Latinoamericana, con el lema vasconcelista “por mi raza hablará el espíritu”, e inyectar ese ánimo de trascendencia en el plano humanístico, científico, de difusión cultural -con el enriquecimiento de las letras, de las artes- aunando a la excelencia en la docencia e investigación, perfilados a los servicios ciudadanos, y que enfatice la denuncia de profundos problemas sociales. Pero para eso, necesitamos un rector alejado de las frivolidades y las ambiciones económicas y políticas.