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La carabina de Ambrosio

Superiberia

por: CATÓN   / columnista

“Soy pederasta, bisexual, onanista y sadomasoquista; practico el bestialismo, el voyeurismo, el fetichismo y el exhibicionismo; me gusta trasvestirme; poseo inclinaciones incestuosas, coprofílicas y necrofílicas.

Se lo digo porque tengo un problema para llenar la solicitud de empleo”.

El jefe de personal quedó estupefacto al escuchar esa tremenda relación que le hizo un individuo en busca de trabajo.

Le preguntó, nervioso: “¿Qué problema tiene usted con la solicitud?”. Respondió el individuo: “El renglón correspondiente a sexo es demasiado pequeño, y no sé cuál de todas esas cosas poner”… El supermercado estaba lleno de clientes, tanto que se acabaron los carritos. A una señora le tocó uno cuyas ruedas chirriaban, y que se atoraba a cada paso. Pudo hacer sus compras, sin embargo, y se encaminó a la salida. Vio entonces a otra señora que no hallaba carrito, y le ofreció el suyo. Le advirtió: “Es muy ruidoso y se batalla para conducirlo, pero funciona más o menos bien”.

“No se preocupe -agradeció la mujer-. En la casa tengo un marido igual”… Don Frustracio, el esposo de doña Frigidia, hacía una interesante consideración: “En la vida hay extrañas coincidencias.

A mí se me acabó el deseo sexual, y al mismo tiempo a mi mujer le desaparecieron aquellos dolores de cabeza que le daban todas las noches”… A fines del siglo antepasado vivió en un pueblo cercano a Sevilla un campesino llamado Ambrosio. Era muy pobre –los campesinos de todo el mundo son casi siempre pobres-, y oyó decir que los salteadores de Camino Real hacían fortuna con sus latrocinios.

Decidió entonces tomar esa arriesgada profesión. Se topó con un problema, sin embargo: lo único que tenía para amenazar a los viajeros y obligarlos a soltar sus pertenencias era una vieja escopeta sin pólvora ni parque. Para dar la impresión de que estaba cargada la llenó de cañamones, semillas que se dan a los pájaros en jaula.

No le dio resultado la artimaña: las presuntas víctimas se daban cuenta de lo inofensivo de su arma y se le reían en las barbas. Tal es el probable origen de la expresión “la carabina de Ambrosio”, usada para calificar a todo lo que de nada sirve. El Instituto Nacional Electoral es una de las muchas instituciones mexicanas cuyo carácter y propósito han sido desvirtuados. Creado como organismo ciudadano ha acabado por ser instrumento de partidos.

En modo que ya ni siquiera se recata, los consejeros son designados conforme a cuotas partidistas. Dicho de otra manera, ese Instituto ha sido secuestrado por los partidos, y les sirve de instrumento. Carece de credibilidad, entonces; sus decisiones son objeto continuo de crítica y rechazo. Ninguna aportación significativa hace el INE a la democracia en México; antes bien constituye una gravosa burocracia y un estorbo al mejoramiento del ejercicio democrático; una herramienta más de la onerosa partidocracia que sufrimos. “La carabina de Ambrosio”, pues. Pero una “carabina” costosísima… Empédocles Etílez, ebrio consuetudinario, llegó a su casa a las 6 de la mañana. Su abnegada esposa lo estaba esperando llena de inquietud. Le dijo: “¡No pude dormir en toda la noche!”. Le respondió, solemne, el temulento: “¿Y acaso crees, mujer, que yo sí dormí?”… Don Venancio, abarrotero celtibérico, era “barbicerrado, cejijunto y coñodicente”, según la esquemática descripción de Novo. Una linda chica llegó a su tienda y le pidió: “Deme una barra de pan. Si tiene huevos, una docena”. Con estentórea voz le ordenó don Venancio a su ayudante: “¡Doce barras de pan!”… FIN.

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