POR: Gilberto Nieto Aguilar / columnista
A un pueblo no se le convence sino de aquello de lo que quiere convencerse:
Miguel de Unamuno.
Recuerdo las clases de historia que recibí en primaria y secundaria. Tuve muy buenos maestros que me hicieron imaginar el mundo que me narraban, los pasajes de las historias que me contaban, los ambientes descritos y hasta la emoción de formar parte de los escenarios. Mucho se dice que la historia la escriben los vencedores y es interpretada desde los intereses de quienes la cuentan. Lo han querido demostrar aquellos que repasan la historia patria pretendiendo desmitificar héroes o justificar villanos.
Ignoro qué tan saludable sea, pero es obvio que debemos ver la historia con matices y no en blanco y negro; protagonizada por seres de carne y hueso, con errores y aciertos, no por seres inflexibles totalmente buenos o completamente malos. Los hechos se analizan, se escrutan a la luz de las evidencias, de la interacción con otros hechos, para ir desentrañando su significado desde varios puntos de vista, desde distintos enfoques, desde diversos contextos.
La historia es divertida. A veces cruel, misteriosa, angustiante, como la vida misma. Conocer lo que hemos sido enriquece el presente y prepara el futuro. Con datos y fechas claras, se puede ubicar el ambiente y las circunstancias de un pasaje determinado, o de toda una época. Así, tenemos que en marzo de 1517, hace quinientos años, llegó la primera expedición española a tierras mexicanas.
Francisco Hernández de Córdoba formó un grupo expedicionario de 110 hombres entre los que figuraba Bernal Díaz del Castillo. Zarparon posiblemente el 20 de febrero de cabo San Antón, en la punta oeste de la isla de Cuba, y tras varios días de andar a la deriva avistaron las playas de Islas Mujeres. Luego recorrieron la costa de lo que hoy es Quintana Roo, Yucatán y Campeche.
Otra versión dice que las tres naves se hicieron a la mar desde el puerto de Jaruco. Iban a explorar y buscar esclavos a la isla Guanaja, frente a Honduras. Una tormenta que duró dos días, posiblemente los hizo perder el rumbo y llegaron a Isla Mujeres el 1º de marzo de 1517. Una tercera versión señala al piloto Antón de Alaminos como gestor del cambio de rumbo.
Las tierras de la península yucateca no se aprecian desde lejos porque son muy bajas, de tal manera que sólo es posible verlas de cerca. Es de suponerse la sorpresa de los hispanos ante la fastuosidad de los paisajes inéditos, los animales desconocidos y las costas pobladas. Los relatos sobre los lugares visitados son confusos, pero la primera tierra avistada seguramente fue Isla Mujeres, cuyos templos de piedra y las imágenes femeninas causaron su asombro.
A diferencia de los indígenas de Cuba, cuenta Díaz del Castillo que los mayas iban vestidos con ropa de algodón, collares y adornos; los hombres vestidos con maxtle (taparrabos), mantos y sandalias de piel; las mujeres con faldas que tapaban también el pecho. Las costas mencionadas fueron los principales escenarios en los intercambios pacíficos entre españoles y mayas, y también de los enfrentamientos bélicos.
En una ensenada, la población costera presentaba blancas edificaciones de piedra y campos cultivados, pero era belicosa. Posiblemente era Champotón (Campeche). Ahí se generalizó una batalla donde los españoles sacaron la peor parte y el sitio fue llamado Bahía de Mala Pelea. En la huida, siguieron costeando hasta llegar a una ensenada, posiblemente la laguna de Términos, también en Campeche.
El agua era salada y escaseaba el alimento, así que tomaron el rumbo hacia la Florida después de quemar una nave, pero al llegar fueron atacados. Con otro navío menos y la nave capitana haciendo agua al fin entraron al puerto de Carenas (hoy La Habana) y pocos días después murió Francisco Hernández de Córdoba.
Refiere Bernal Díaz del Castillo que en todo Yucatán no había minas de oro. “Todos los soldados que fuimos a aquel viaje a descubrir, gastamos los bienes que teníamos y heridos y pobres regresamos a Cuba, y aún tuvimos a buena dicha haber vuelto y no quedar muertos con los demás compañeros”. Sin embargo, el espíritu del hombre es indómito. Bernal Díaz habría de regresar con Hernán Cortés en 1519 para adentrarse al territorio mexica y conquistar la Gran Tenochtitlán.
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