por: Alfonso Villalva P. / columnista
Es muy probable que todo tenga que ver con esa forma tan particular, única diría yo, con la que transitan por esta vida los terrícolas que habitan en la porción austral de ese gran territorio de California, otrora mexicano.
Su carácter que te dice que cualquiera es bienvenido, sin rasgarse las vestiduras, sin hacer una diferencia toral, así, sin aspavientos. Si tienes ganas y actitud, si tu propósito es trabajar, ser productivo y tener una vida placentera, divertida, relajada y con looks de la moda actual, con prendas breves que patentizan que es el estado más soleado de la Unión Americana. Así, eres sud californiano, sin mayores y ociosas discusiones.
Te adaptas, te mezclas y te mimetizas con su singular estilo de vida, y llegas a donde tus fuerzas, tu talento, habilidades o limitaciones te permitan. Al final del día, y en términos generales, ya no importa si eres original de Morelia, Dhaka, Abuja, Torreón, Dublín, Buenos Aires o Tegucigalpa. Cambias tu nombre de pila a su versión inglesa y, preferentemente, diminutiva…, te adaptas y !listo! Eres uno de ellos.
No es que todos vivan en la misma colonia o sean colegas del barrio, tampoco, pero sus formas les llevan a considerar que cada uno tiene su espacio propio, su realidad propia y su derecho a soñarse como se le pegue la gana.
Quizá todo eso tenga que ver a la hora de abordar su visión económica y política en la recién estrenada era Trump. En la que los propios republicanos –así se ostentan públicamente-, minimizan el efecto confiando plenamente en sus instituciones y en la vocación administrativa, incluso judicial, de mantener siempre una política pro-negocios.
“Ni siquiera un loco come fuego”, -me comentó un prominente abogado del Condado de Orange al término de mi intervención como expositor en un coloquio que analizaba precisamente la era Trump, y al que fui invitado a dar mi perspectiva mexicana-.
Con una solidez relevante del mercado laboral y una tendencia expansiva de la economía en todo su país, los sudcalifornianos ubican las disparatadas y extravagantes afirmaciones de Trump mucho más en el acotado mundo de su imaginación electorera, que en una realidad que vaya a convertirse en política pública.
Quizá sin decirlo abiertamente –recuerda que California se distingue por su tamiz políticamente correcto-, confirman la teoría que varios compartimos en la que Trump, en su magistral –hay que decirlo- mercadotecnia electoral tenía que encontrar un enemigo común a todos para conquistar las preferencias electorales, como cereza del pastel de sus arrebatos lingüísticos que prometían al americano medio acabar con el establishment -a pesar de que la misma hipocresía implique que él es uno de ellos-.
Algo así como en otras épocas fue la amenaza comunista, la ira nuclear de Irán o Corea del Norte, el terrorismo fundamentalista. Quizá es porque Trump encontró el enemigo a modo, débil y distraído en sus juegos electorales internos, en su desesperación por seguir abusando de la riqueza pública, su complicidad en la corrupción ya descaradamente desprovista de ideologías, y la inerme voluntad de sus ciudadanos que han dejado crecer a ese monstruo de siete cabezas llamado clase política.
Por esa razón quizá, ellos se reclinan en su silla y sugieren esperar –algo que de nuestro lado de la frontera parece imposible pues tenemos a empresarios, analistas y funcionarios haciendo boxeo de sombra con lo que ellos creen haber entendido, a pesar de que en los hechos todo está aún por verse. ¿Será acaso un juego tan perverso que la simple provocación en 140 caracteres les tiene divertidos en la Casa Blanca contemplando como nos auto destruimos? ¿Acaso adivinaban nuestra inmovilidad para abrir otros mercados y repetir TLC como un mantra diseñado para operar un milagro guadalupano?
Coincide el punto californiano en que el mundo ha evolucionado de tal manera que de la determinación de los ciudadanos depende generar condiciones colectivas de desarrollo, tomar la decisión y cerrar las puertas a los peregrinos políticos normalmente desinformados, normalmente indiferentes a las consecuencias de sus ocurrencias o su ineptitud, que han tomado por asalto el destino tuyo, el mío, desde una oligarquía partidista con ideología desdibujada por la ambición de poder.
A la salida del seminario, tomando un paseo para estirar las piernas, encontré un camión repartidor de productos medicinales basado en marihuana. Me quedó claro, ese es precisamente el punto californiano.
Sí, California no dejaría ir un negocio multimillonario -impuestos, empleos, inversión- por falta de visión de sus gobernantes; California apelaría mejor a educación para que su gente decida informadamente; California nunca pondría en riesgo la paz y la seguridad de su gente por la necedad de alguien más de seguir una agenda -guerra- que no es la propia, o de enriquecer a sus políticos con la vinculación a la corrupción de muerte a pagar por las generaciones que siguen.
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