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El Baldón: El pecado de las religiones

Superiberia

Cuando yo nací allá por 1959, la población mundial era del orden de los dos mil quinientos millones de habitantes. A lo largo de mi vida he visto crecer a la humanidad de una manera insospechada. Al grado que en el año 2050 se estima que sean ocho mil novecientos dieciocho millones de habitantes en el planeta.  Es decir, en noventa años, se va a multiplicar por 3.5 la población. 

 Esto implica también una reducción de recursos naturales por habitante. Por poner un ejemplo, en el año 2000, 92% de la población disponía de suficiente agua, un 5% sufría escasez y un 3% carecía de ella.  En el año 2050, un 58% de la población dispondrá de agua, un 32% sufrirá escasez, y un 10% carecerá de ella.   

 Los países que más crecerán son los africanos, y con ellos, los más atrasados. Así, mientras los países ricos podrán mantener su nivel de población e incluso China va a reducir en 400 millones su población, habrá otros países como Afganistán o los africanos en general que van a quintuplicar su población actual para el año 2050.  Esta información nos puede decir mucho o nada. A los que saben escuchar, les indica que tanto las religiones musulmanas como las cristianas, que promueven el rechazo al control de la natalidad, y que tienen mayor influencia en países pobres y con elevado nivel de ignorancia, están condenando a sus feligreses a un futuro incierto y de falta de valores, de violencia y agresión, de sufrimiento y enfermedad, y todo ello, gracias a mantener unas creencias que era útiles en otras épocas, pero que hoy ante la realidad, ante la presión que sufren los recursos naturales, y ante las pruebas de que no alcanza para todos, ni el agua, ni la comida, esos paradigmas de “creced y multiplicaos” deberían cambiar, a “mantened el nivel de población y cuidad los recursos naturales”.

Cualquier sociólogo puede explicar que ante un hacinamiento excesivo y una escasez brutal de alimentos y agua, se pierden todos los valores, tanto sociales como morales. La historia nos ha demostrado una y otra vez, de personas que asesinan humanos para comer; que venden a sus hijos con la esperanza de que al prostituirlos les den de comer; de padres que cometen cualquier crimen con tal de llevar un mendrugo de pan a su mesa; de la violencia social que se desata cuando los satisfactores mínimos para la vida no alcanzan para todos.

Los mecanismos de agresión se exacerban cuando hay exceso de población de cualquier clase de animales y humanos, y la humanidad pasa a un estado de animalidad, donde el más fuerte sobrevive a costillas del más débil, y donde cualquier regla de comportamiento es rota con el afán de sobrevivir, pase lo que pase, y a costas de lo que sea. 

Curiosamente, en las sociedades más primitivas del planeta, son las religiones los grandes custodios de los valores éticos y morales, y de las reglas de convivencia social. Pero esas reglas están condenadas al fracaso si la población sigue aumentando. El sólo aumento de la población provoca que poco a poco, estos estudios, estas experiencias, estos análisis se conviertan en realidad. 

Baste ver los grandes conflictos generados por la última crisis económica. Tanto en Europa como en el mundo musulmán, ha habido revueltas, disfrazadas de luchas libertarias, o de huelgas y protestas, pero a fin de cuentas, todas tienen como origen el magro reparto de bienes y servicios, que en tiempos de crisis se reducen aún más.  

 Quién no recuerda los grandes beneficios económicos para Europa que tuvieron las distintas epidemias de peste, sobre todo la de la peste negra, que mató a un tercio de la población, pero generó grandes oportunidades de crecimiento en una sociedad saturada de desempleo previo a la plaga. 

 Imagine usted un México de 300 millones de habitantes, con la escasez actual de trabajos, alimentos y agua.  Las luchas por la comida y las guerras por el agua a nivel local, nacional e internacional serán el pan de cada día.  

La violencia de hoy nos parecerá una paz maravillosa comparada con lo que nos espera. Y todo, porque la iglesia predominante y una poderosa cofradía conservadora se oponen a políticas adecuadas de control natal.  (Recordemos que durante los dos sexenios del panato se dejó de prestar atención a este rubro, y ahora somos más de lo que se estimaba seríamos, con una economía que sigue sin producir empleos pero que para satisfacción de esos conservadores, sigue produciendo pobreza y miseria, dolor y pena, muerte y destrucción).

La realidad obligará a modificar los paradigmas religiosos, en tanto no colonicemos la galaxia. Mientras tanto habrá que prevenir la extinción de la raza humana, por agotamiento de recursos naturales. Más tarde que temprano, la humanidad verá como imprescindible ese cambio. Salvo que una gran guerra o una gran epidemia, resuelva el problema y permita aplazar la verdadera solución, que siempre pasará por un control de la natalidad, para mantener la población actual pero que no permita que se incremente. 

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