por: Alfonso Villalva P. / Columnista
Michael Gerard Tyson era así. Un boxeador auto promovido como Rey del descontón. Feroz, intimidante y sin ningún recato por desencadenar el pánico del rival, en el primer round, en el primer instante. Dicen los que saben que ya nadie quería ser su patrocinador, terminaba la pelea por knockout antes de llegar al primer corte comercial.
Mike era así, un nativo de Brooklyn que creció aprendiendo que sólo en el descontón existía una posibilidad real de tener éxito. Primero pego, después averiguo, después cobro los beneficios, las utilidades y el dividendo.
Parte de la magia de quien también fue llamado Kid Dynamite, era encontrar esa veta que permitía acceso al miedo incontrolable del rival, a esa zona donde se revelaba la verdadera naturaleza endeble y pusilánime de aquellos que a pesar de hacer campañas mediáticas que resaltaban su improbada solidez y rudeza, se convertían en un dantesco espectáculo de berridos y escenas lacrimógenas, con sangre embarrada por toda la cara y berridos de incapacidad e impotencia.
Sucumbir en los primeros segundos de una pelea, merced a un brutal upper cut o a un golpe recto de esos que le hacían al contrincante dejar de distinguir entre realidad y ficción, era cosa ordinaria, cada vez que Tyson subía al ring y enganchaba entre ceja y ceja el objetivo de su rival.
El “hombre más malo del planeta”, era uno de sus apodos. Quizá lo primero que le venía a la mente al rival mientras le ajustaban unos guantes que seguro sentía pesados, mientras se concentraba en controlar la temblorina de las rodillas de él y su equipo que en la esquina opuesta de Mike, jugaban ilusamente a pertenecer a su misma liga a pesar de sólo traer la experiencia de las rencillas de barrio, de los éxitos pírricos de intercambiar unas bofetadas con el compañero de pupitre de la secundaria, de la profesional.
Michael Gerard Tyson fue una aplanadora del pugilismo por mucho tiempo, hasta que encontró a uno -Buster Douglas- que no se amilanó, que era peleador de verdad -auténtico, pues-, sin miedo y con recursos a la ofensiva y la defensiva. Una noche en la que el “hombre más malo del planeta” terminó en la lona durante el décimo round, contemplando el inicio de una historia diferente.
Abusador de mujeres, agresor de débiles, mordedor de orejas, gandalla, pues. Perdido después en las adicciones, en las alucinaciones, en los entresijos que separan la realidad de la ficción. No, no Donald Trump, Michael, de Brooklyn, Nueva York.
Tyson, que públicamente apoyó e impulsó a Trump a la Presidencia. Un estilo común, ensañado con el más débil, con el negociador de Atlacomulco, por ejemplo, que pensó que en la arena del ring máximo de la política internacional, se podía salir ileso en quince rounds si su compadre era carnal del yerno del rival de la esquina de enfrente. De Tyson, de Trump.
Mike Tyson, Peña Nieto y Videgaray. Perdone usted, quise decir Donald Trump, y los boxeadores de barrio. Primer round, knockout técnico. Brutal, inclemente, pendenciero y feroz. Viene la revancha, organizada en espectáculo tuitero y en tiempo real, al estilo de Don King. ¿Realmente estamos dispuestos para seguir perdiendo por knockout nuestro futuro y nuestra dignidad por cuatro u ocho años?
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Villalva P.