La crisis de identidad que afecta al PAN se expresa tanto en el manejo enredado que dirigentes y representantes hacen de su participación en el Pacto por México como en la peyorativa utilización del término priista para descalificarse entre sí.
En la batalla por la conducción del partido, los panistas se enlodan frente a la opinión pública, proyectándose como políticos marcados por la corrupción, el influyentismo y la prepotencia.
A menos que se formule un casi imposible acuerdo de no agresión, el destape de la cloaca seguirá el resto del año. Gracias a los panistas, afectos a las filtraciones, ahora sabemos del amiguismo y nepotismo blanquiazul en las nóminas parlamentarias, de la fanfarronería de los panistas advenedizos y del explicable enriquecimiento de los profesionales de la operación electoral.
Los protagonistas del enfrentamiento con miras a la renovación de la dirigencia de Acción Nacional -prevista para finales de 2013 o inicios de 2014- se aglutinan en torno al senador Ernesto Cordero, quien comanda a los afines al ex presidente Felipe Calderón, y alrededor de Gustavo Madero, presidente del partido y quien mantiene alianzas con diversos grupos de influencia estatal.
Se trata en ambos casos de liderazgos con cuarteaduras. Si bien en el Senado más de 20 se reivindican calderonistas, en su mayoría son ex colaboradores y familiares del ex mandatario que están ahí gracias al respaldo que recibieron de Los Pinos.
Por el contrario, en San Lázaro, salvo por Homero Niño de Riveray Maximiliano Cortázar, funcionarios en el gobierno anterior, el resto de los diputados prefiere quitarse la etiqueta, si bien fueron gente del ex presidente.
Podemos llamarles calderonistas de clóset o renegados. Lo cierto es que hacen la aclaración de que son independientes cuando se les considera parte de la corriente que encabeza Cordero.
Esa reacción de deslinde es evidencia de que la pelea de recuperar el timón del partido no será pan comido para los calderonistas.
Pero tampoco Madero tiene todas consigo. Cuenta, eso sí, con muchos aliados de coyuntura y la mayoría de los comités estatales entran en esa tesitura. Sin embargo, pocos alzan la voz para defender su gestión.
Y en el caso de San Lázaro, con excepción de los diputados Luis Alberto Villarreal García, coordinador de la bancada; Jorge Villalobos, operador del presidente panista, y José Isabel Trejo, presidente de la Comisión de Hacienda, el resto dice asumir una actitud “institucional”, si bien critica a la dirigencia en privado y se cuida de la etiqueta de maderistas.
El hecho de que ninguno cuente con amplios y públicos reconocimientos, los hace vulnerables en sus liderazgos. Esto se traduce en la incapacidad de renovar los ánimos después de la derrota en las urnas, porque ni Cordero ni Madero entusiasman a las depuradas masas panistas cuantificadas en un padrón de 210 mil militantes.
Por el contrario, canalizan sus energías para darse un balazo en el pie dejando al descubierto que como gobierno nunca supieron desmontar las diversas manifestaciones del abuso del poder.
Y en la gresca, los calderonistas satanizan el diálogo con el gobierno, renegando del valor de la conciliación, uno de los atributos del PAN como fuerza protagónica de la alternancia.
No olvidemos que ante el rechazo del PRD al trato con el poder, los panistas fueron en los años 90 los constructores del discurso de la oposición responsable, obligada a los acuerdos con el gobierno, si éstos fortalecían a la democracia.
En un país donde ahora mismo para millones un buen líder es quien puede paralizar y descarrilar al gobierno, aquella pedagogía de la política como escenario de coincidencias representó una aportación valiosa que ahora se continúa en el Pacto.
De ese capítulo fueron protagonistas Manuel Clouthier, Carlos Castillo Peraza, Diego Fernández y Felipe Calderón. Pero ya en Los Pinos generó entre los suyos un supuesto sentimiento antiPRI como respuesta a la negativa de éste a los acuerdos.
Sin embargo, cuando los calderonistas cuestionan a Madero por ser “un aplaudidor” de Enrique Peña, los maderistas y sus aliados reviran señalando que el colaboracionismo con los priistas tiene sus mejores expresiones en el canciller José Antonio Meade y el director del IMSS, José Antonio González Anaya, cuyas trayectorias crecieron en cargos estratégicos en el sexenio pasado, bajo la tutela de Cordero en Hacienda.
Más allá de las interpretaciones sobre su capacidad de mantenerse como funcionarios transexenales, sus casos confirman que el ex presidente no logró que la tarea de gobierno fortaleciera al PAN.
Los maderistas hablan también de la ex vocera de Los Pinos, Alejandra Sota, a quien señalan como consultora en comunicación al servicio del gobierno priista mexiquense.
La lista es larga y tiene como principal referente al ex presidenteVicente Fox, quien hace un año le abrió un boquete al PAN en plena campaña cuando declaró que Peña era el bueno.
La crisis del PAN es tan dramática que la competencia se centra en señalar qué grupo está más enfangado y quiénes se hallan “más al servicio del PRI”.
Es una finta deshonesta políticamente. Porque en la práctica ambos bandos pretenden quedarse con la interlocución frente al gobierno priista y capitalizar la rebanada de poder que, todos saben, deriva del Pacto.