in

La suma de las agresiones

Superiberia

POR: Jorge Alberto Gudiño Hernández / COLUMNISTA

La agresión a Ana Gabriela Guevara, por parte de cuatro patanes, es condenable por donde se le vea. Lo sería, también, si la víctima hubiera sido hombre o si no hubiera contado con los recursos de la Senadora. Con esto no quiero decir, por supuesto, que no me parezca más condenable el hecho de que cuatro sujetos hubieran agredido a una mujer motociclista. Sin embargo, insisto, es condenable en tanto sea agresión.

Visto desde esa perspectiva, puedo intentar comprender algunas cosas. La primera es que siempre han existido sujetos execrables que aprovechan cualquier pretexto para ejercer su muy cuestionable masculinidad. Alguien, en algún momento de sus vidas, les hizo creer que es de valientes patear entre cuatro a una persona caída. Lamentable, por supuesto, pero para eso están las leyes. Para condenar los abusos absurdos de sujetos como ellos. Con esto no quiero decir otra cosa sino que en todos lados, en las sociedades, en las épocas, siempre ha habido personas que actúan siguiendo sus instintos más primitivos. De nuevo, para eso existen los sistemas de impartición de Justicia. Aunque a mí también me gustaría vivir en un mundo en el que no existieran las agresiones, no soy ingenuo y apenas me resta confiar en que los agresores pagarán por sus delitos.

Ahora bien, el ataque a Ana Gabriela Guevara tuvo muchas secuelas. Sobre todo en las redes sociales. Al día siguiente de la agresión, no faltaron personas que hicieran escarnio sobre el hecho. Algunos, cuestionando la condición de mujer de la medallista olímpica. Otros, haciendo ver que este tipo de agresiones (de los hombres hacia las mujeres) son no sólo comunes sino deseables. Unos más, haciendo burlas en torno a la capacidad que ella habría tenido de huir corriendo. Es claro que algunas de estas manifestaciones son más graves que otras. Pese a ello, todas son agresiones, agresiones
encadenadas que se suman a la primera de todas.

De nuevo, entiendo que haya patanes capaces de dejarse llevar por la adrenalina del momento. Los mismos que no tienen la más mínima compasión a la hora de golpear a una mujer caída. Entiendo que los haya porque siempre los ha habido. Que quede claro: al decir que lo entiendo lejos estoy de justificarlo. Al contrario, lo condeno y espero que paguen sus culpas.

Lo que me resulta más difícil de entender es la reacción de las redes. De esos otros aún más cobardes que decidieron hacer escarnio de la situación. Más cobardes porque ellos no tenían mucho que perder. Más cobardes porque lo escribían a la distancia, gracias a la comodidad de sus teléfonos o frente a sus computadoras. Sin riesgos.

Y si me resulta difícil entenderlos es porque no me queda clara cuál es su postura ante un acto de violencia. Ya no es ni siquiera esa posible normalidad de la que se habla, tras haber vivido una guerra absurda contra la delincuencia durante la última década. Es un hecho aislado. En el que el conductor de un automóvil y sus acompañantes decidieron golpear a un motociclista. ¿Por qué no lo condena todo el mundo? ¿Por qué hacen bromas al respecto? ¿Por qué se burlan de la víctima?

¿Harían lo mismo si el crimen fuera otro? ¿Se requiere un asesinato o que le suceda a alguien cercano? Sé que, quizá, las agresiones subsecuentes han sido mucho menos graves que la original. Sin embargo, son una muestra de una descomposición social cada vez más grave. La que justificará a alguno de los que escribió tales sandeces cuando se encuentre en una situación similar. Lo justificará en su fuero interno, por supuesto. Y en el caso de que él sea el agresor. Porque en el momento de ser convertido en víctima, quizá alce la voz y se queje de la falta de castigo para los culpables. Una voz que esa misma persona decidió alzar en contra de la víctima. En verdad, estamos mucho peor de lo que parece.

CANAL OFICIAL

Festeja sus dulces 18

Leer y escribir, escribir y leer