“Polariza a ciudadanos el homicidio de los hijos de David Páramo” fue el encabezado de uno de los semanarios más leídos del país, describiendo un hecho humanamente incomprensible: ¿por qué hoy nuestra sociedad se “polariza”, se divide, se confronta, ante la atroz tragedia que para todos significa el asesinato de dos jóvenes de 20 y 21 años?
Ciertamente, eso fue lo que sucedió. Hubo ríos negros de insultos hacia un hombre que estaba viviendo el peor momento que cualquier persona pueda imaginar. Con una insensibilidad escalofriante, los detractores de Páramo le recordaron hasta la saciedad su frase de “por algo los matan”, espetada tras el asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia.
Ciertamente, no se puede estar de acuerdo con esa frase. Menos aún lo estamos quienes durante el sexenio pasado vimos partir a un ser querido en las olas de violencia que ahogaron a nuestro país. No obstante, cuando una familia enfrenta un duelo, no es lo más ético lanzarle una diatriba aprovechando su vulnerabilidad.
Las razones para esa insensibilidad colectiva son claras: la guerra de Calderón tuvo un frente mediático especialmente agresivo, una máquina de propaganda que buscó convencernos a todos los mexicanos de que los homicidios eran “ejecuciones”, de que los secuestros eran “levantones” y de que las víctimas se merecían ser agredidas por tener “vínculos con el crimen organizado”.
Ante la impotencia del gobierno para resolver los asesinatos, se sentenció a las víctimas ante la opinión pública, manchando sus memorias y buscando avergonzar a sus familias para que dejaran de reclamar una justicia que el Estado era incapaz de dar.
Esta campaña sostenida por tantos años, a causa de una decisión política del ejecutivo federal, nos dejó como triste consecuencia un interminable debate ideológico, que incluso llega a los extremos de dividir a los interlocutores en “izquierdas” y “derechas”, así como una perniciosa especulación sobre las “razones” escondidas detrás de cada crimen.
Tenemos el deber humano de combatir esta tendencia. No podemos dejar que la ideología, la propaganda, la búsqueda inhumana de ganancias políticas, nos priven de la tradicional solidaridad del pueblo mexicano. No se trata de “defender” a David Páramo, sino de defender a nuestra propia sociedad, a nuestro sentido comunitario, a nuestra capacidad de ponernos en el lugar del otro, del que sufre, del doliente.
Porque hay tiempos para debatir, incluso con pasión y fuerza, pero también hay tiempos de tragedia en los que el dolor nos hermana. Tiempos en los que más que ver una México polarizado, tendríamos que ver un México unido en la compasión.
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