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En el patio de tu casa

Superiberia

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MUSEO

De cara a la exuberancia doliente de un paisaje pletórico de savia, se yergue altivo el jardín de azucenas blancas, sofocadas por parásitas enraizadas a mi naturaleza humana. Cansada y con tedio, me siento en el inabarcable verdor impidiendo el paso a la mirada intrusa, que sin recato se introduce en mi casa para vagar con indiferencia en la sala vacía desnuda de objetos. Un alfiler con cabeza de perla detiene los dobleces de la cortina blanca con leves matices de carcoma, al fondo se desdibuja tímida la silueta de la primera figura humana en mi vida, modelo de rectitud y desapego, quien partió a su destino hace ocho años dejándome varada en este vacío socorrido por el blanco de las paredes, la mesa donde escribo, el foco sobre mi cabeza y la silla que se hace cargo de mi peso. Todo en su conjunto es un vacío pintado en blanco, con algunos puntos negros incrustados en mi retina, incluso la serie de pinturas que dan cuenta de mi pasado son lienzos blancos exentas de color. Asustada salgo de la estancia interior y observo desde fuera mi casa, le veo vacía y desnuda de fatuidad, castidad que me hace palidecer y caer en un sopor blanco ahogado en humo.     

EL NIDO DEL CENZONTLE

Con la mirada fija en la pulcritud del blanco, el papel me resulta demasiado tieso para entrar en él; es más cómodo rasgar sus partes y sentir de lleno la fragilidad de sus poros entre mis dedos. Comienzo el trazo, me deslizo sin reparo por el contorno de sus partes, haciendo mía la densidad de las formas existentes únicamente dentro de mi mente. Apenas siendo consciente, la casa se construye sola, pero continúa deshabitada, entonces abro la única puerta y me deslizo por su lengua; son ríos de palabras menstruas corriendo por los rieles de mi destino. Adentro sé que alguien me espera: es el cenzontle que mi abuela paterna me obsequió antes que yo naciera.

PATRONES DE CONDUCTA

Los moldes se repiten unos a otros calcando sus existencias a la piel de la memoria. Recolectora de sueños, escribo en las palmas de mis manos la figura dostoievskiana entre nubes de silencio, como si hubieran muros blancos que se interponen en mi camino, a la vez que franquean la historia de mi destino, que no es el mío, es de ella.

 

PARTIDO POR EL CENTRO

Divididos, seccionados por el bien y el mal, somos candidatos eternos a vivir en condena perpetua de izquierda a derecha en las averías de un corazón roto; signo de vida, júbilo y alabanza. No temas Paisa, nacemos mojados… cruzamos a nado canales negros para blanquearlos con mares de inocencia, esperanza que no muere mientras haya fe en un sistema. 

 

JUEGOS DE CUNA

Quizá no lo recuerdas, pero cuando fuiste niño eras más sabio de lo que serás si acaso envejecieras.

 

EL CIRCO DE LA VIDA

Pájaros al alba, ocultos entre manchas blancas de silencio; amanece el día y el circo despliega sus carpas como alas de mariposa incitando al débil. Curiosa la mirada busca un hueco para deslizarse dentro, ver el espectáculo prohibido por alguien a causa de algo que ignoro, pero presiento; indiferencia de mi parte que comparto al interesado, el que reclama desde el silencio armado de anonimato, porque plantar cara no puede.  

 

EL OTRO EN EL MUSEO

Tú para mí eres el Otro, la otredad de ‘yo’, mismidad idéntica a mí. No te confundas, lo que a ti concierne a mí no atañe pero en algo nos une: somos hijos del mismo quebranto, la misma llaga e igual dolor. El Otro en el Museo, significa lo que para ti es extraño para mí no lo es, porque en ti me reconozco igual hoy que ayer. El otro en el museo es la mirada trunca en una sala vacía y cerrada, con un espejo dentro mirándose a sí, girar en su órbita el destino ajeno. ¿Quién te crees para dejarme fuera de una sala vacía? Llena de gracia, la obra se lleva dentro.  

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