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Mamá, soy Paquito

Superiberia

 

Madre, en tu día —Madre Patria y Madre Revolución—,Madre, en tu día, tus muchachos barren minas de Haiphong.

Madre, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, 1992

El epígrafe de hoy documenta rotundamente que nuestra madre, y la fiesta que hacemos de ella, sirve lo mismo para un barrido que para un trapeado o para un verso simplón de propaganda política con el que dos buenos cantores quieren quedar bien con la Revolución Cubana y sus ancianos líderes. Puede servir también para una escena de ruinoso panteón con Paco Cuevas, hermano del también actor y cantante infantil Pedrito Fernández, cantando en llanto una versión de los versos de Salvador Díaz Mirón —tiene mejores— en la película Mamá, soy Paquito, de Sergio Véjar, que se data indistintamente entre 1981 al 84.

No me voy a rasgar las vestiduras ante el hecho de que la celebración de las madres se ha convertido en un simple pretexto mercantil de anchos beneficios. Después de todo, lo mismo ha sucedido con todas las fiestas, paganas o litúrgicas, que en nuestro calendario hay, de la Adoración de los Reyes a la Natividad de Jesús, pasando por los días del maestro, el niño, la abuela, Corpus Christi, los aniversarios, los santos y los cumpleaños. Me consta que el Día del Compadre fue inventado para aumentar las ventas en un periodo donde las conmemoraciones estaban alejadas. En realidad, hay gente que necesita que le recuerden a su madre para darse cuenta de que tiene una; de paso, sugerirle algún regalo costoso o serenata de etílicos entornos.

La pregunta es sencilla: ¿no deberíamos amar a nuestra madre y, para el caso, a todos nuestros seres queridos, un día sí y el otro también? ¿Acaso con el ritual del 10 de mayo y el regalo simbólico de subyugación (la plancha o la estufa nuevas) se salda la deuda de afecto que tenemos con la que nos parió?

Me parece que los festejos del 10 de mayo sirven como salvoconducto para el resto del año: mamá, soy Paquito y no haré travesuras. Si somos buenos hijos hoy y llevamos a mamá o a la esposa con hijos a comer a un buen restaurante, estamos cumpliendo con la penitencia por las ofensas del pasado reciente y ganando indulgencias para los agravios del futuro inmediato. Y con frecuencia sabemos que el maltrato familiar, que llega muchas veces a la agresión física sangrienta, no respeta al vínculo tan sagrado que hoy decimos celebrar.

Desde luego que el asunto es de cultura o, más estrictamente dicho, de educación. Naturalmente que en las fechas señaladas, como los onomásticos o cumpleaños, sería de mal gusto no hacer al menos una mención afectuosa, dar un beso o aportar un presente, así sea simbólico. Cuando en la omisión se involucra la fecha en que se contrajeron nupcias, el enojo de la cónyuge no va a ser menor: al final de cuentas es la fecha en que cerraron un contrato importante de dominio.

Pero mi romántico yo sigue insistiendo en dedicar a mi madre un pensamiento de gratitud por la memoria de todo lo que me dio durante los años que le prestó la vida, cada vez que la recuerdo. En cultivar la imagen viva de don Ricardo y su enseñanza, aunque no me acuerde de su fecha de nacimiento o de su fallecimiento. Comprarle a mi hija el juguete que, yo sé, le provocará una sonrisa, aunque no sean navidades ni Día del Niño.

Y, desde luego, darle ramos de flores a mi mujer sin motivo aparente; cualquier día, porque sí, para nada.

Aunque se corre el peligro de que alguien piense que debo algún pecado…

Madres, sean felices porque nos han hecho felices a sus hijos.

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