Te compadezco… Y aunque quizá esa acción –la de compadecer- es en sí misma una forma derrotista de contemplarte, con absoluta franqueza te confieso que tu desolada figura no provoca en estos días nada más que eso. Ni siquiera me atrevo a citar a Ortega y Gasset, con su frase más trillada y desgastada, para no ser chocante, ni alcahuete de la fanfarronería, verás, pero en tus circunstancias, qué más podrías ser, a qué más podrías aspirar.
Esa frondosa y voluptuosa figura de antes, ha sido aniquilada por los vicios y las adicciones que, muy ajenas a tu voluntad, fueron destrozándote por dentro con el excipiente de nuestra frivolidad; fueron erosionando el espíritu con que cuentas, fueron acuñando en tu interior una especie de anemia macabra que parece tenerte ahora, en fase terminal.
Y no te equivoques, porque lo que menos desearía es hacer un epitafio que ponga término a todas las pasiones desbordantes que me has hecho sentir. A todos esos años en los que, con tu imagen, con tu presencia y tu tersa textura cercana a mi piel, me permitiste ser dueño de un sueño de realización, de libertad.
No, no deseo confeccionar un epitafio. Por el contrario, quizá esto es una simple aproximación para reafirmar una vaga esperanza de salvación. Un milagro como esos que ofrecen a buen precio algunos que, con sotana bien calzada, utilizaron tus formas más de una vez para robarle audiencia a un chamán abusando de las debilidades propias de la humanidad, y obtuvieron diezmo libre de impuestos ante la feroz amenaza de la ira de Dios.
Un milagro, eso es. Un acto heroico de la historia civil que, en primer término, te haga olvidar tus miserias y tu desolación. Te haga olvidar que en los años que han pasado, una caterva de cretinos disfrazados de buenos samaritanos, te prostituyeron hasta la saciedad, te deshonraron y te utilizaron como moneda de cambio para enriquecerse y llenar sus ambiciones y, sobre todo, sus arcas de dineros mal habidos provenientes de la pobre producción nacional y el crecimiento económico chato, del pan que el campesino hubo de sacrificar en aras de un supuesto sistema político estable, garante de un cacicazgo sin igual, alejándote también de las nuevas generaciones que escasamente se enamoran de ti en las aulas de la primaria y la secundaria, merced a un perverso sistema de desinformación cívica.
Y esto cabrea, de verdad, porque puedes estar segura que nunca, antes de ti, nunca, nadie como tú, logró seducirme de forma tan profunda, permanente y apasionada. Nunca hubo nadie que lograse provocar las pasiones desenfrenadas e inexplicables que tú, y solamente tú, fuiste capaz de desplegar en tipos comunes como yo que nacieron creyendo en esas idioteces llamadas justicia, equidad, dignidad propia y progreso.
Entiendo perfectamente las condiciones en las que enfrentas cada día en que amanece. Tantos años, inmemoriales quizá, en los que te han rodeado chulos pintorescos, lenones arteros y sin escrúpulos, con chapa oficial y espurio derecho a reclamar tu propiedad. Y para mí que no te enteras, aún. Para mí que, tantos años adulada con el vacío de discursos barrocos sin mayor contenido que un acto masivo el 15 de septiembre en beneficio del espectáculo que alimentan las masas; tantos años de jilgueros revolucionarios, contra revolucionarios y post revolucionarios que te han utilizado como manta en la cama en la que han ejercido los más retorcidos actos de promiscuidad con nuestras tradiciones, nuestros escasos héroes reconocidos, nuestro patrimonio, nuestras izquierdas y derechas y, sobre todo, nuestro futuro. Tantos años en que has sido banalmente adulada, y en realidad anulada, denostada.
Tantos años de estar solamente rodeada por la normalidad cotidiana, por las acciones estándar, por las bromas y los chistes sosos y aberrantes, por la mediatización del horario estelar, por nuestra inerme actitud ante las riendas de nuestro destino; tantos años que, me parece, han terminado por generar una especie de catarata en ese par de luceros oscuros que reflejan tu alma morena, poderosa, seductora.
No me parece, al verte así, conforme y resignada, que estés dispuesta a recobrar la fuerza de antes, a recuperar los fondos que representan tu imagen y tus colores, para proyectarte una vez más como insignia de una masa amorfa que se debate entre la obsesión consumista, el inexplicable concepto de modernidad, la sed de progreso y la democracia pignorada a favor de ese grupo de siempre que, desde sus multicolores trincheras, desde una sola ideología basada en la intención de arrebatar el poder, se reparten descaradamente el miserable porvenir que ellos mismos y sus abyectos patrocinadores se han empeñado en forjar.
No me parece que la recobres ni hoy ni nunca sin la mano campesina decidida a producir, sin el cuello obrero obstinado en mejorar, sin el vientre materno orientado a educar, sin el respeto de todos a ser diferentes, sin el ánimo juvenil determinado a revolucionar el status quo con estudio y trabajo, sin un par en su sitio de quienes has parido en estas latitudes para que miren con valentía a tus ojos morenos regenerando esa complicidad latente y virtuosa, inspiradora y excitante, irresistiblemente femenina, que reside en el poder del alma de esta Patria, cuya grandeza se puede percibir ante la feroz acción de tu águila devorando a la serpiente; ante tu imagen recortada en el horizonte, hondeando con gallardía, ferocidad, como un renovado símbolo de la grandeza que estamos apenas por descubrir.
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